La España diversa de Yolanda Díaz es un jarro de agua fría para ERC, que empieza a perder el monopolio de la gobernanza. Sumar ha puesto sobre la mesa un proyecto federal ante el que el portavoz republicano, Gabriel Rufián, responde jurando en arameo y retorciendo el gesto: “Yolanda le debe su cargo a Podemos, pero apuñala a sus socios a cambio del aplauso y de financiación para su proyecto electoral”. El fuego cruzado anticipa los plazos. Tarde o temprano tenía que llegar la dupla Podemos-ERC para recordarnos que el Gobierno de coalición es obra suya y que, si Sumar se interpone, Sánchez se quedará en minoría. Pablo Iglesias, épica del rencor, amenaza: “Si a Podemos le va mal el 28M, les va a ir mal a todas las izquierdas y será complicado ganar las generales”.
Sin embargo, lo cierto es que, en España, Podemos empieza a agonizar, ocho años después del 15M, representado en el Vistalegre y en la marcha sobre la plaza del Sol, bajo el lema guerra-civilista de “Madrid qué bien resistes”, pero esta vez sin trincheras en el Jarama. Pablo Iglesias y su intelectual orgánico, Juan Carlos Monedero, defenderán su nido con alambradas de espino. Su resistencialismo los condena. En el flanco catalán, los comuns de Colau no son precisamente la mejor solución dado su apoyo al censitario derecho a decidir, espita de la autodeterminación, un quimérico derecho natural. El eurodiputado Ernest Urtasun y el ministro Joan Subirats solo tendrán a mano la llave de una futura Generalitat de izquierdas si amagan con la ambigüedad de su rescoldo nacionalista.
Las doctrinas políticas precisan ser desentrañadas por la opinión y contrastadas por el sufragio. Si aceptamos que la praxis revela la esencia misma del líder, el poder de convocatoria de Yolanda Díaz dependerá de la pigmentación que adquiera su discurso en lo que queda del año. El color también cuenta, dice la politóloga Cristina Monje. Ciertamente, el rosa Tiepolo del Magariños el pasado domingo se aleja del solemne azul marino y del aristocrático verde celedón; pero el dulce matiz que llenó el pabellón resulta angelical, adanista por momentos y hasta demasiado inocente para ser verdad. Nacida junto a la ría del Ferrol, Yolanda detiene el dolor sombrío del alma gallega –cando pensó que te fuches/ negra sombra que me asombras...— para abrazar la esperanza contenida en el Lieders de Rosalía de Castro, siguiendo la inspiración del romanticismo alemán, que cultivaron las estrofas de Heine y Müller o el piano de Schubert.
La eclosión tardía de Sumar, a pocas semanas de las autonómicas y municipales, evita la primera vuelta y pospone el balance de las izquierdas hasta las generales de diciembre. Sumar se debate ante la duda; no cita a Rosa Luxemburg y la sustituye por Rosalía porque no emerge afortunadamente del pseudointelectualismo; reconoce que no hay certidumbres, sino deseos de mejora. La atención primaria y la escuela pública son la joya de la corona de su programa, porque las palabras no son las que hieren; lo que hiere es la sanidad y la enseñanza públicas en comunidades autónomas como Cataluña, azotada por el vendaval secesionista. Sumar no es solo el producto de una alianza con Pedro Sánchez; es también la gramática de Salvador Illa, un puente tendido entre el presente y las grandes mujeres del pasado, como las sufragistas Carme Karr y Dolors Monserdà, la exministra Federica Montseny o la inolvidable Maria Aurèlia Capmany.
El discurso de Sumar llama a la puerta del soberanismo para advertir a sus gentes de que se acerca otro cornetín de la nueva política. El apretado ciclo electoral debilita la palanca atemorizante del conflicto territorial. Los programas se impondrán pronto a los pactos bajo amenaza. Para sobrevivir, el independentismo triste y cananeo deberá inventar un Nuevo Testamento. Sumar acaba de pinchar el globo de ERC.