Una parte (minúscula) de la sociedad catalana se escandaliza después de que hayan trascendido los apuntes contenidos en las agendas del comisario Villarejo que ratifican algo más o menos sabido: él y sus cómplices intentaron golpear al independentismo en sus partes íntimas para evitar, en connivencia o no con el Estado, el éxito de las ínfulas secesionistas.

Con esas novedades algunos medios y varios tertulianos vuelven a armar el relato victimista de ese supuesto malvado Estado español que jugó sucio llevándose por delante a inocentes y culpables a partes iguales.

Apuntes varios: lo de Villarejo es una película de Torrente en estado puro. Eso lo comparte cualquiera, con independencia de su posición. Es un personaje de comedia, la versión castiza de nuestro Sherlock Holmes, interpretada por Martínez Soria. También es obvio que debían combatirse las tentativas separatistas. Ningún país que se precie de serlo puede ser tolerante con los intentos de romperlo. Es tan de sentido común que lo único que se le puede reprochar al Estado español es su actuación chapucera. Sí, lo lógico es que hubiera sucedido y jamás trascendido. Pero que esa mala gestión de lo acontecido nos justifique ahora salvar todas las reputaciones y atribuir a esa conjunción de malvados (Villarejo, Jorge Fernández Díaz, Jorge Moragas…) todas las plagas de la humanidad es un exceso, nuevamente, de la Cataluña hipócrita sin capacidad de ejercer autocrítica.

Que ahora don Carles Vilarrubí sea presentado como un angelito de la caridad porque en su día mantuvo desencuentros con Javier de la Rosa es de risa, sin más. Ya puede el esposo de Sol Daurella buscarse acomodos como la elitista y personalista Academia Catalana de Gastronomía para pasearse por la ciudad (se dice que en casa le han cortado otras veleidades que no sean de cuchillo y tenedor) mientras siga imputado por la Audiencia Nacional en el Caso Pujol. Como si sus negocios audiovisuales (posee un pellizco accionarial de la rentable RAC1) no tuvieran que ver con su proximidad al poder durante años; como si no fuera el inventor de las loterías catalanas y aún resuene el nombre de Luditec en la memoria de algunos; como si no hubiese puesto jamás en valor su proximidad al expresidente de la Generalitat y a su familia; como si su paso por el Barça hubiese sido neutro y jamás pidiera favores para el partido en el poder… En fin, por más amigos periodísticos que mantenga, Vilarrubí es de sobra conocidos en los círculos del poder económico barcelonés. Y no, no es el arquetipo de una víctima.

Sucede parecido con Sandro Rosell. Hablas con el interesado y te cuenta que su mala suerte tiene que ver sobre todo con la inquina que le tiene Jaume Roures a quien acusa en privado del calvario sufrido, de sus dos años a la sombra. En qué quedamos, ¿Roures o Torrente Villarejo y sus mariachis? Haría bien el expresidente del FC Barcelona en no tentar a la suerte porque quienes merodean en los derechos del fútbol están todos bajo la sospecha internacional. No, aquí no hay que temer a Villarejo y su panda de serenos, es el mismo FBI el que ha decidido limpiar ese sector del deporte y llevarse por delante los que pagaron, los que cobraron y los que colaboraron.

Pronto escucharemos decir que David Madí es un arcángel venido del cielo para liberar a Cataluña del yugo hispánico y que nunca hizo el egipcio ni percibió emolumentos vinculados al tráfico de influencias. Sostener que el empresario y mano derecha de Artur Mas durante años no trabajó para las empresas que optaron al macroconcurso tecnológico; que nada tiene que ver con los apaños de las concesiones del servicio de ambulancias en Cataluña y que fue designado presidente de Endesa en la región porque además de chispa tenía grandes conocimientos previos del sector energético… es, literalmente, de risa.

Es imposible no llevarse las manos a la cabeza cuando esa corte de serviles periodistas o desinformados tertulianos intentan que esas figuras recuperen la categoría de honorables ciudadanos a los que un juez o un policía de tres al cuarto arruinó la vida en nombre de la maléfica España. Hombre, la lista de agravios es larga, sobre todo porque la insistencia del independentismo con el procés fue igual de intensa. El Estado hizo lo que le correspondía y lo único que puede reprochársele es que fuera chapucero y acomplejado. Eran los tiempos del estaférmico Mariano Rajoy y, por tanto, el estilo imperante. Pero es injusto agitar el discurso del agravio y la victimización como si entre los Mossos no hubiera una milimétrica policía patriótica que ha actuado en más de una ocasión al servicio de los políticos y no de la ciudadanía. Como si en Barcelona se ataran los perros con longaniza, vaya. Bien haríamos los periodistas en investigar lo que se pueda sobre esas fechorías aún no explicadas en vez de zamparnos sin filtro los argumentos victimistas.

Es insoportable leer y escuchar el relato de colegas que parece que en el fondo estén impulsando la creación de un partido político con Laura Borràs, Vilarrubí, Madí, Rosell, el propio Jordi Pujol y sus vástagos… Todos sus defendidos llevan barretina, fíjense, pero la coincidencia sospechosa es que están vinculados de una u otra manera a la antigua Convergencia (CDC). Ensalzándolos, reinsertándolos como si estuvieran limpios de polvo y paja, se estimula un tiempo pasado, hipócrita y corrupto, que debería superar una Cataluña más acorde con los tiempos y retos de este siglo XXI.