Josep Maria Figueras, el sujeto elíptico de Azul, una novela maravillosa de Rosa Regás, recorría el Egeo a bordo de un yate que substituyó al Catalonia de Francesc Cambó. Ellos conocían nuestro mar; veneraban la antigüedad clásica; el paisaje de Delfos fuera de e cualquier descripción posible o la escasez de manto vegetal de Creta. Figueras creó la Cámaras de Comercio del Mediterráneo, una institución semi desmantelada a su paso por Barcelona; Cambó defendió a muerte la Junta de Comercio, nuestra primera puerta hacia la modernidad.
Las últimas elecciones a la Cámara de Comercio de Barcelona, celebradas en 2019, vulneraron los derechos fundamentales de los electores a causa del pucherazo del voto electrónico, hasta el punto de que aquellos comicios habrían alterado 12 vocalías del pleno, compuesto por 60 miembros elegidos por sufragio. El empresario más influyente de cuantos pertenecen al entorno de la institución, Carles Tusquets, ha puesto al descubierto el biscotto de Eines de país, el brazo de la ANC que controla la Cámara. Se trata del amaño por falta de una doble autentificación del voto electrónico, que se ha confirmado en sede judicial y del que el consejero de Economía y Trabajo de la Generalitat, Roger Torrent, no quiere saber nada. Hay un segundo dato revelador: en los pasados comicios se anularon 600 votos, que hubiesen ofrecido un balance muy distinto, pero la Administración tutelar no se manifiesta.
El escándalo es tan grande como su intrincada solución. Y es tanto el tiempo transcurrido, desde que la ANC promovió esta irregularidad, que el tema aburre hasta el punto de enmohecer. Solo sabemos que el grupúsculo de montaraces y furrieles que manda en la Cámara de Comercio permanece. El bello bosque que fue cede por doquier ante el avance de arbustos espinosos.
Se acercan unos nuevos comicios camerales y uno de sus hipotéticos presidenciables, Carlos Tusquets, aún sin haber decidido si se presentará, hace oír su voz. Es posible que la pieza corporativa por excelencia no vuelva a manos de los mejores. La Cámara se ha convertido en la maldición de Tántalo. Tusquets presidió el Círculo de Economía en los mejores tiempos de la institución, protegida entonces por Carlos Ferrer-Salat, Joan Molins, Juan Antonio Delgado, Joan Mas-Cantí o Carlos Guell de Sentmenat. Se granjeó la amistad de los cuadros académicos que han elaborado los mejores papeles, como Ernest Lluch, Eusebi Díaz-Morera, Antón Costas o el mismo Jaume Guardiola, el experto financiero que hoy preside el Círculo.
No olvidemos que la pasión participativa que atrae el Círculo se convierte es desánimo ante la corporación camaral conquistada por la ANC. Ningún think tank está pendiente de la Cámara de Comerio, como no sean los empleados de su Servicio de Estudios. Hay mucho donde escoger entre nuestros sabios economistas, desde Xavier Vives hasta Alfred Pastor o Mas-Colell, pero ninguno está pendiente de la Cámara. Lo consideran una batalla perdida. Tusquets y su grupo han ganado todas las demandas judiciales en contra la Eines de País por pucherazo electoral. Pero, por lo visto, en nuestro país, los fallos judiciales no se ejecutan.
El Palau de Mar es un edificio de okupas y nos alegra saber que Tusquets se pensará si volver por allí si no se reconocen legalmente sus críticas al pucherazo indepe. Solo nos queda navegar, la ventana abierta a los confines próximos del Tirreno y el Adriático, como hicieron Figueras y Cambó.
No sabemos dónde fondea Carlos Tusquets, pero muchos de sus camaradas lo hacían en Port Vell antes de que la radicalización soberanista hundiera el progreso. La gloria del 92 mezclada con la frustración de los pactos de infraestructuras incumplidos por el Estado despertaron a la bestia populista que Cataluña lleva dentro.
Tusquets vivió los mejores momentos del expansionismo del fin de siglo pasado y los primeros 2000. Declinó una oferta de Pujol para ser consejero de Economía, se convirtió en presidente del Banco Mediolanum y se dispuso a recomponer la Cámara de Comercio levantada por Antoni Negre. Pero fue detenido por el terror jacobino de la Montaña. Ahora propone un regreso al mundo de ayer, la recuperación que anheló Stefan Zweig, para robustecer el resuello del mejor europeísmo. Se alinea con el itinerario de proceres que volcaron sus esfuerzos sobre la sociedad civil, como Uriach, Rubiralta, Rivera Rovira, Güell o Samaranch, entre otros. Desconfía del historicismo y del virtuoso término medio; dice que no está seguro, pero seguirá dando la batalla. Es el último burgués.