El pasado miércoles, Día internacional de la Mujer, hubo una “huelga general feminista”. Las manifestantes obstruyeron el paso de los coches en la Meridiana y en la Diagonal, de manera que se volvió imposible salir o entrar en Barcelona salvo por el litoral. Provocaron así colas kilométricas y perjudicaron la jornada de miles de barceloneses. Algunas conductoras que llevaban a sus niños en el asiento trasero y llegaban tarde al biberón perdieron los nervios y tocaron mucho la bocina. ¡Serían fascistas!
Lo novedoso era la causa, el motivo de la huelga: no estaba convocada como una forma de presionar contra la degradación de la seguridad social, o protestar contra algún abuso policial o contra despidos masivos improcedentes en tal o cual empresa, o contra la subida del precio de los alimentos básicos, u otros asuntos concretos y de interés general.
No, en el Día Internacional de la Mujer, la huelga general feminista colapsó la ciudad como una forma de plantar cara al “capitalismo heteropatriarcal”. ¿No es colosal? Podríamos llegar a la conclusión de que el nivel del pensamiento abstracto de nuestras activistas es altísimo. Son capaces de movilizarse contra constructos conceptuales que ellas mismas han acuñado, por cierto que con una creatividad bizantina.
Hay ribetes preocupantes en mucho de lo que se hace y dice sobre la condición femenina desde el Gobierno de la nación y desde los colectivos que rodean las reivindicaciones más rigurosas y extremas. Se palpa el nerviosismo y la irritación en el aire. Se dicen tonterías sin pensarlas antes. ¿O es que se habían pensado? Entonces sería más grave.
Ojalá la ministra de Igualdad no hubiese dicho --en el tono vehemente y vindicativo que la caracteriza--, que “a partir de ahora va a tocar hablar del placer de las mujeres. Y va a tocar hablar del deseo sexual de las mujeres, de 50, 60, 70 y de 80 años. Y va a tocar hablar de tener relaciones sexuales con la regla. ¡Y va a tocar hablar de cómo sentimos las mujeres placer, y con qué prácticas sexuales no lo sentimos!”
Parece que la señora ministra ha descubierto el Océano Pacífico, por desgracia siglos después de Vaco Núñez de Balboa. Ya que sobre estos y otros temas de mecánica sexual se habla y se ha hablado en España hasta la saturación, durante décadas, tanto en el ámbito privado como en el espacio público, incluidas las aulas y patios de las escuelas, las cadenas televisivas, las revistas, la internet, los consultorios médicos, la radio, los libros. Cualquier diario digital que quiera ganar audiencia incluye en lugar destacado algún consultorio sexual más o menos disparatado o bonista donde se ilustra al lector sobre, precisamente, esos temas de los que dice la ministra que “hay que hablar”. En realidad no se habla en España de otra cosa. Lo único nuevo que aporta aquí la ministra es el tono imperioso y un poco crispado.
Esa crispación es la que le ha impedido precisar con quién toca hablar de estos temas, y en qué espacio no se habla aún. Supongo que ese “va a tocar hablar” será inclusivo, y se admitirá en la conversación a los ciudadanos varones, para que aprendan. ¿Y dónde, que no se haya hablado ya, toca ahora hablar de estas cosas? ¿En el ascensor, con la vecina, la dulce anciana del quinto?
--Qué tiempecito más bueno estamos teniendo, ¿eh?
--Sí, señora, pero parece que mañana va a llover. Y dígame ¿es usted clitoridiana o vaginal?
--Me alegra que me haga esa pregunta. Bueno, verá, a mí todo me gusta, disfruto de las dos maneras, pero para llegar al orgasmo no hay como estimularme el clítoris.
--Ah, qué bien.
--¿Sabe lo que, en cambio, no me gusta, vecino? El sexo anal. Pero nada de nada. Es que me deja muy escocida, ¿sabe usted?
--Vaya. Lo siento.
--Y luego, además, está el peligro de las almorranas… --Sí, vecina, es un tema del que se habla poco, parece que a estas alturas del siglo XXI aún impera un absurdo tabú represivo sobre estos temas.
--Culpa del capitalismo heteropatriarcal, ¿verdad, usted?
--Sí, pero ¿qué me estaba usted diciendo? ¿Que mañana lloverá?
--Eso han dicho por la tele.
--Será el cambio climático.
--No sé dónde iremos a parar.
--Bueno, hasta pronto. Saludos a su marido.
--Que usted lo pase bien.