Martes, 7. Congreso de los Diputados. Debate sobre la toma en consideración de la reforma de la ley del sólo sí es sí, una norma cuyos errores han propiciado la rebaja de penas a 721 delincuentes sexuales y la liberación de más de 70, según el último recuento oficial. La diputada de Unidas Podemos (UP) Lucía Muñoz subraya la “gravísima” imagen del PSOE votando con el PP y Vox “para volver al Código Penal de La Manada”, que obligará a las mujeres violadas “a justificar si cerraron bien las piernas”. Vuelven el fascismo y el miedo, dice. “El aplauso de hoy será el de la vergüenza”, remacha.
En la misma sesión, la representante del PSOE, Andrea Fernández, califica de “ridículas” las acusaciones lanzadas desde UP contra la “hoja de ruta” de los socialistas, pide una “reflexión seria y madura” sobre las consecuencias indeseadas de la ley, “menos eslóganes” y “más rigor técnico”. “Dejen la hipérbole (…), estamos cansados de sus peroratas”. Por la noche, Patxi López, portavoz del PSOE, tacha el discurso de UP de “impresentable, irresponsable y fuera de la realidad”.
No es un debate entre el partido del Gobierno y el de la oposición, sino entre dos formaciones que integran el mismo Gobierno. ¿Puede seguir así una coalición que no ha cesado de pelearse en los tres años y dos meses que dura, pero que ha alcanzado ahora quizá el punto de no retorno? Al día siguiente del crudo debate, los portavoces del PSOE y de UP se esforzaron, como es habitual, en quitar hierro al enfrentamiento y en asegurar que el Gobierno de coalición no corre peligro, que quedan todavía muchos temas por coser --un verbo muy adecuado-- hasta el final de la legislatura.
Pero una cosa es lo que se dice y otra lo que conviene. Las diferencias entre los dos socios de coalición no son de matiz, como ha dicho Pedro Sánchez, sino muy profundas, y ahí está el ejemplo de la guerra de Ucrania para demostrarlo, ante la que la secretaria general de Podemos, Ione Belarra, no se cansa de repetir que ha sido un error enviar armas y de lanzar brindis al sol reclamando una falsa paz que solo beneficia al invasor, la Rusia de Vladímir Putin.
Las diferentes concepciones políticas entre el PSOE y Podemos se agravaron desde que la formación morada se fracturó tras el pacto con Izquierda Unida y la salida posterior de Íñigo Errejón. Pablo Iglesias optó entonces por olvidar la transversalidad inicial de Podemos y decantarse hacia posiciones de la extrema izquierda más dogmática y sectaria. Eso no impidió el pacto de conveniencia con el PSOE para formar el Gobierno de coalición, pero las posiciones radicales e intransigentes de Podemos hacen que salten chispas en cualquier tema y a la mínima discrepancia.
Desde que Iglesias salió del Gobierno, la situación no ha hecho más que empeorar porque el anterior secretario general no para de intervenir en el debate político desde su nueva función de gurú ideológico y mediático, tras haber recuperado su libertad de opinión fuera del Gobierno. Iglesias ejerce de aguijón con posiciones cada vez más radicales desde La Base, sus artículos y las tertulias que frecuenta y se prepara para hacerlo desde su nueva televisión.
Recientemente, Iglesias ha pedido primarias para elegir al candidato o candidata del espacio de UP para las elecciones generales, cuando fue él quien designó a dedo a su sucesora, Yolanda Díaz. Detrás de esa petición está la pugna entre Irene Montero y Díaz para encabezar la lista si finalmente hay un acuerdo entre Podemos y Sumar para ir juntos o para presentar a la actual ministra de Igualdad al frente de una candidatura única de Podemos si no hay pacto.
La obsesión de Iglesias o de Pablo Echenique con lo que llaman la “progresía mediática” es una muestra más del grado de sectarismo de un partido que solo admite como puros sus planteamientos. Da la casualidad de que la “progresía mediática” suelen ser los periodistas y los medios más cercanos a las posiciones socialistas. La descalificación de sus opiniones se convierte así en una nueva trinchera frente al PSOE, cuando la “progresía mediática” debería ser el mal menor para un partido como Podemos.
No hay nada peor para el electorado que la división de un partido político. En este caso, de una coalición. Si no se entienden entre ellos, ¿cómo van a entenderse para gobernar un país?, piensan con una lógica aplastante los electores. Por eso, Sánchez y el PSOE deberían reflexionar, más allá de las buenas intenciones, si no es mejor para ganar las próximas elecciones romper antes con UP --quizá después de las municipales y autonómicas de mayo-- y afrontar la cita electoral de diciembre en solitario para concentrar el voto útil de la izquierda, como intenta hacer el PP en la derecha.