Mañana será 8 de marzo, Día internacional de la Mujer. Pienso ir a la madrileña Puerta de Atocha a las 18.30, media hora antes de que empiece la convocatoria oficial del Ministerio de Igualdad. Me incorporaré a la marcha alternativa del Movimiento Feminista de Madrid, que pedirá la dimisión de la ministra Irene Montero por su “pésima gestión” de la ley del solo sí es sí y de otras normas decididas a toda prisa. La comisión del 8M, liderada por Podemos, ha reivindicado una concentración para “todas y todes” (ha desaparecido el “todos”) bajo el lema Somos el grito necesario. Yo me manifestaré por la igualdad de derechos y el fin de tanta chapuza jurídica.
La inacabable verborrea sobre el patriarcado y los géneros, que se desdoblan y crecen, ha llevado al Gobierno a aprobar leyes mal redactadas, como esa norma que ya ha rebajado las penas a 700 reos de agresiones y liberado a unos 80 abusadores o violadores. Algo parecido va a suceder con la ley trans. Gracias al artículo 38 que afecta a todos (no solo a los trans), cualquier persona mayor de 16 años podrá elegir su sexo sin pasar por ningún trámite médico o psicológico, aunque seguirá teniendo prohibido votar, conducir, comprar alcohol y tabaco hasta la mayoría de edad. Aún más discutible es que desde los 12 años, a pesar de los peligros que ello conlleva, niños inmaduros o con problemas añadidos podrán iniciar el cambio de sexo con la única decisión de un juez.
Es tal la fobia que se ha creado contra la palabra mujer que, ahora, en muchos documentos oficiales nos llaman cuerpos gestantes o personas menstruantes. Antes de la menopausia, más aún de la vejez, habrá que convertirse en binaria o en cualquier otra definición que nos impida desaparecer.
Todas somos víctimas del “patriarcado capitalista y racista”, dicen las señoras antisistema. Olvidan que, en las últimas décadas, se ha avanzado más que en varios siglos. “Ellos también son víctimas del patriarcado”, le escuché decir a una de las protagonistas de la serie Machos Alfa que, por cierto, no les recomiendo a no ser que, en los ochenta, les gustara el llamado cine de destape. Tiene el mismo objetivo, conseguir risas tontas del vecino del quinto.
No todo empieza ahora, por más que las diputadas podemitas vuelvan a quitarse el sostén. Ya lo hicieron sus abuelas en los sesenta. No ayudó entonces a la liberación, aunque tuvo su gracia, ni te empodera ahora. Odio esa palabreja que trivializa el feminismo.
El futuro de la igualdad, sus objetivos aún no conseguidos, son más serios. Quedan muchos países donde la mujer no puede adquirir propiedades ni divorciarse ni ir a la escuela ni pasear sin velo… Las matan. El 8M hay que manifestarse y gritar a favor de iraníes y afganas. En España, la brecha salarial entre sexos sigue por encima de la media europea, la natalidad continúa bajando y se retrasa porque las parejas jóvenes tienen dificultades para compaginarla con el trabajo.
Para el nuevo feminismo que campa a sus anchas por los pasillos de dos ministerios, ser hombre o mujer es solo un sentimiento; como si hubiéramos nacido sin sexo. Olvidan que nacemos niñas, que, por ese hecho no escogido, siguen discriminando a las mujeres. Entiendo absolutamente la diversidad sexual –exijo que se respeten los derechos de todos—, pero me parece un dislate sin base científica alguna considerar que los seres humanos no nacemos como varones o hembras, sino con identidades a decidir.
El Ministerio de Igualdad tiene un elevado presupuesto, aunque es difícil entender a qué lo dedica, vistas las leyes que presenta, la división que genera entre el feminismo y las polémicas estrafalarias que protagoniza. Sus altos cargos (o cargas, si les gusta más) han llegado a tan ilustres despachos, a sus elevados salarios, sin la necesaria madurez ni la experiencia laboral adecuada. Les sobra convicción, pero deberían leer las leyes antes de aprobarlas.
A la cabeza de esa corriente activista se encuentra la secretaria de Estado de Igualdad, Ángela Rodríguez Pam. Con la que está cayendo económica y políticamente, ha decidido que lo que ahora toca es reñir a las jóvenes españolas porque, según una encuesta, en sus relaciones sexuales “prefieren la penetración a la autoestimulación”. La penetración también es patriarcal, además de machista y nada aconsejable para los seres gestantes. A este paso desaparecerá la maternidad por vía natural.
Tengo la sensación de vivir un nuevo Cuento de la criada, donde los hombres heterosexuales, infames patriarcas, son enviados en masa a granjas de recogida de semen. Por favor, mañana, salgan todas y todos a gritar contra la tontería y, esencialmente, por la igualdad de derechos.