A lo largo de las últimas semanas de febrero y primeros días de marzo de 1924 el dictador Miguel Primo de Rivera decidió cortar por lo sano con Miguel de Unamuno. Lo despojó de su cargo de vicerrector de la Universidad de Salamanca y también lo cesó como decano de la facultad de Filosofía y Letras. Pocos días antes había ordenado clausurar el Ateneo de Madrid y desterrar al escritor lejos de la península ibérica. Lo facturó vía marítima a la isla canaria de Fuerteventura. Su estancia de cuatro meses en Playa Blanca, antes de partir a su exilio parisino, dio como fruto literario un conjunto de escritos y bellos poemas. Cuenta Alejandro Quiroga, en su magnífico libro biográfico sobre Miguel Primo de Rivera, que la detención y posterior destierro de Unamuno fue motivada por sus críticas a la dictadura y unos comentarios vertidos en una carta privada. El general no le perdonó que aireara su concomitancia con la Caoba. La Caoba era el apodo de una conocida prostituta, traficante de cocaína, que ejercía en Madrid, con estrechos vínculos con el dictador y su entorno. La mujer fue detenida y acusada de varios delitos. Primo de Rivera intervino en su ayuda de forma contundente. Forzó la puesta en libertad de la madama contra el criterio del juez y del presidente del Tribunal Supremo. El escándalo fue tan espectacular que permitió a la oposición al régimen arengar al personal explicando que el general era un putero ludópata que frecuentaba los bajos fondos.
Narrando las juergas con prostitutas de nuestro pasado histórico no intento recuperar ese latiguillo justificador consistente en afirmar que lo que ocurre hoy es lo que ha ocurrido siempre, que forma parte de los desvaríos del poder y de la condición humana. Nada de eso. Pretendo, eso sí, que quien tenga que dar la cara y usar el bisturí lo haga con prontitud y contundencia. Pedro Sánchez debe capitanear un equipo de cirujanos capaz de extirpar todo lo nocivo que aflore en su entorno, pero también ha de detectar lo silente y lo oculto. Va en ello la credibilidad no solo del socialismo hispano, sino también la del juego democrático. Núñez Feijóo debería hacer lo mismo viendo lo que sucede, sin ir más lejos, en Marbella. Lamentablemente no hay día de la semana sin caso de corrupción, ni mes sin condena judicial reflejada en los medios de comunicación. El caso Tito Berni está ahí, sobre la mesa, y hay que abordarlo sin remilgos. Con unas elecciones a la vuelta de la esquina la oposición no va a desaprovechar la ocasión de lanzar toneladas de estiércol sobre las candidaturas afines al Gobierno. Todo vale por un puñado de votos. El amarillismo de algunos medios contribuirá a desprestigiar, aún más si cabe, la política. Insisto, hay que echar mano del bisturí, pero también sacar lecciones de lo sucedido. De ahora en adelante se impone la necesidad de cribar y seleccionar con mayor rigor al personal que opta a un cargo de representación pública. Permítanme una frivolidad: un departamento de Asuntos Internos, al estilo de las series policíacas, no iría mal para evitar sorpresas. Las Caoba, las Corinna Larsen, los mediadores y sus partenaires nos hunden en el barro.