El secreto de Holanda es reducir al mínimo el impuesto de beneficios. Ferrovial se ha criado en España y ahora, con la bolsa llena, se lleva sus ganancias a Países Bajos, donde desaparecen sus huellas fiscales. ¡Pa’ la saca!, que diría el marqués de Villalba tras cobrar comisiones por la venta de mascarillas. El lema de Fernando del Pino, desconectado del negocio familiar y hermano del presidente de Ferrovial, Rafael del Pino Calvo-Sotelo, se confirma: Nec laudibus nec timore, sed sola veritate (“Ni por alabanzas ni por amenazas me desviaré de los caminos de Dios”, el celebre dictum del obispo de Münster). Y los caminos consisten en proteger en paraísos fiscales aquello que te has ganado en décadas a base de contratos de obra pública en tu tierra.
Los contribuyentes les hicieron de oro y ahora, ellos no contribuyen, esconden el ala en el oscuro cinturón offshore, que envuelve a la UE del euro. Unifican su negocio en Ámsterdan y al Gran Capitán se le irisa el bello en su mausoleo. Los Del Pino y adláteres, como Óscar Fanjul (vicepresidente de Ferrovial), esgrimen banderita tú eres gualda en la hebilla del cinturón o en la correa del reloj para contrapesar su dudosa españolidad tributaria. El mercado global es la patria del dinero –ellos dicen que el 90% de la facturación de la constructora tiene lugar fuera de España—, pero no hay nada más antipatriótico y grosero que justificar la elusión.
Fanjul, mano derecha de Alicia Koplowitz, expresidente fundador de Repsol y exconsejero de BBVA, Acerinox y London Stock Exchange, robusteció la huida de Ferrovial adquiriendo 10.000 acciones de la compañía después de conocerse la medida. Un movimiento informal dentro del plazo legal. El precio de la acción de Ferrovial no para de subir para buen gobierno de los Del Pino, principales accionistas. Su máximo ejecutivo, el citado Rafael del Pino Calvo-Sotelo, una fortuna digna de Forbes, comanda la saga creada por su padre, Del Pino Moreno, que fue presidente del Instituto de la Empresa Familiar, un lobi más fuerte que los oligopolios de la energía y la banca, por su peso en el PIB y por la extensión del capital privado en el mapa industrial.
El núcleo duro de Ferrovial es producto del entronque Del Pino-Calvo-Sotelo, negocios, política y togas, que ennobleció al primer Don Rafael, un mago del ladrillo, en los años de bonanza y altos precios. Su fuerza en el sector se deja sentir en Emesa, la empresa gestora de la M-30 de Madrid junto a Florentino Pérez, presidente de ACS. Además, ACS y Ferrovial comparten en sus respectivas empresas a un accionista común: el poderoso fondo Blackrock. La concentración de capital en España avanza exponencialmente, mientras la política monetaria del BCE –pueril seguidora del Bundesbank alemán, 70 años después de la tensión inflacionaria de los años 30— empobrece a las capas medias de la población y los grandes contenedores aumentan su peso, como han dicho, en tiempos sucesivos, economistas como Joan Robinson, Galbraith, Krugman, Stiglitz y Thomas Piketty.
El Gobierno de Sánchez ha criticado la salida de España por parte de Ferrovial y lo cierto es que la cicatriz fiscal que deja este tipo de decisiones perjudica al conjunto de la zona euro. Por su parte, los blue chips españoles –Santander, Repsol, Telefónica, Caixabank, Naturgy, Iberdrola, etcétera— se mantienen al margen. El porcentaje de los beneficios no declarados en España por nuestras multinacionales ya es bastante alto, gracias a la expansión planetaria de sus ganancias metidas en el doble forro de vehículos de inversión altamente sofisticados.
Nadie matará al mensajero, pero nadie quiere ser mensajero. La reputación corporativa está en juego desde que la madre de los hermanos Del Pino, Ana María Calvo-Sotelo Bustelo –hermana del expresidente de Gobierno—, bendijo el family office que se ha ido descosiendo del holding, hasta romper la acción concertada, pactada con el fallecido pionero, Del Pino Moreno, un alférez provisional de la Cruzada, que proyectó su fortuna durante el Antiguo Régimen en la empresa Vías y Construcciones. Ahora, los nuevos tiempos de la mal llamada clase dirigente presentan una doble moral: patriotismo estético y globalización monetaria. El ideal es identitario, pero la circulación de dinero es laxa. La mano derecha dicta el compromiso corporativo del negocio y la izquierda capitaliza sus recursos en el stock de capitales más opaco del planeta. Ámsterdan es la nueva Santiago de los negocios: ¡Holanda y cierra España!