Íbamos demasiado bien. Las obras de ampliación de Fira 2000 están presupuestadas para cubrir un total de 330.000 metros cuadrados, con una inversión de 350 milones de euros, y convertir las instalaciones en uno de los recintos feriales más grandes de Europa. Pero la Generalitat de Cataluña, primer accionista de Fira 2000, con un 52% de su capital, ha impuesto a uno de los suyos, David Poudevida, en el cargo de director general, en contra del criterio del resto de socios, los ayuntamientos de Barcelona y de L'Hospitalet, la Diputación, el Área Metropolitana y la Cámara de Comercio de Barcelona. Poudevida fue Delegado del Govern en Argentina, que es como poner una pica en Flandes; es cercano a Oriol Junqueras y exdirector de márketing de Bon Preu, empresa fiel. Es decir, más madera y menos economía.
Las imposiciones de la Administración autonómica en Fira vienen de lejos; datan de cuando Pasqual Maragall, entonces alcalde de Barcelona, tenía que soportar el peso de la Generalitat de Jordi Pujol en el consorcio ferial. El nacionalismo desmanteló la organización territorial de Barcelona y depositó su fuerza en la Fira, el gran escaparate de la economía. Catalanizó la presencia empresarial en el mundo, pero empequeñeció el gran marco de referencia. Su Llei de Fires le dio al Govern el poder ejecutivo que tenía la Cámara de Comercio de Barcelona, el aval histórico de la Junta de Comercio y del comercio marítimo desde la abolición del Decreto de Nueva Planta.
Por qué será que, cuando mandan los nacionalistas, el país se empequeñece tratando de hacer desde casa lo que consiguen, con más eficacia, las economías de escala en toda la Península. En el consejo de administración de Fira 2000 rige en teoría la razón de sus ejecutivos empresariales, pero esta estructura está controlada accionarialmente por la Generalitat, que nombró presidente de la sociedad a Josep Maria Villarúbia, secretario general del Departamento de Economía. La Fira huele a soberanismo, además de ser una vicaría para los funcionarios fieles al Govern. El día que se nombró a Paudevida, Núria Marín, la alcaldesa de L'Hospitalet y presidenta de la Diputación de Barcelona le pidió a Villarúbia, infructuosamente, que anulara el nombramiento. Ni caso.
El nacionalismo es ducho en el arte de empobrecer. Si los puertos del Estado no compiten todos con las mismas reglas, es Rotterdam, en el Mar del Norte, quien se lleva el gato al agua. Cataluña, economía exportadora de referencia, se enriquece cooperando y se empequeñece mirándose al ombligo, descontando el comercio de gas natural licuado que viene de Argelia, del Golfo Pérsico y de los barcos offshore, que deciden el precio del brent en un mercado en tiempo real, en alta mar.
Poudevida tendrá lo que dice su apellido, pero su sesgo de funcionario al servicio del poder soberanista habla por él. Lo que sabíamos hasta ahora es que el director saliente, Joaquim Ferrer, cumplía con el nivel de gestión exigido por el cargo, uno de los puestos de mayor visibilidad implícita de la economía. Han languidecido las cámaras del Mediterráneo, creadas por Josep Maria Figueras, conocedor del Adriático o del Egeo, y ha remitido el empuje internacional de Fira impulsado por la Cámara de Comercio de Barcelona, tomada ahora por los radicales ineficientes de la ANC. Hace ya mucho que los mercados perdieron la guerra por el control del gran escaparate ferial en beneficio del contenedor identitario.
La luz de Minerva, diosa del comercio más que de la guerra, ha olvidado nuestro mar. En el Mediterráneo se habla más de hidrógeno verde que de componentes de la economía digital, automovilística o química. Pero tarde o temprano, volverá la normalidad y entonces se verá a las claras que Fira 2000, además de hablar un solo idioma, ha perdido su imponente bagaje competitivo.