La candidata a alcaldesa de Madrid y todavía ministra de Industria dijo recientemente en Rabat que “con algunos datos se entiende mejor por qué este Gobierno ha creado el impuesto a la banca”. Hablemos de datos.
El objetivo de toda empresa, salvo fundaciones y alguna ONG, que no todas, es ganar dinero. Es lo que esperan sus accionistas y sin ganar dinero la continuidad empresarial está en entredicho en cualquier sector. En la crisis financiera anterior vimos qué ocurre cuando una entidad financiera no gana dinero y entra en riesgo de quiebra. Tiene que ser rescatada so pena que sus clientes, los depositantes, pierdan sus ahorros. Los rescates de las cajas de ahorros con riesgo de insolvencia no se hicieron por capricho, sino para que sus clientes no perdiesen sus ahorros. Los accionistas de las cajas de ahorro no existían, por lo que no perdieron nada. Los de los bancos cuyas entidades fueron compradas por un euro lo perdieron todo, pero los clientes ni un céntimo. Los 45.000 millones que aún no ha recuperado el FROB o los 35.000 millones que debe la Sareb tienen como beneficiarios a los depositantes de las entidades financieras intervenidas. Es muy probable que muchos de ellos fumen puros, pero dudo que correspondan al estereotipo que algunos políticos se empeñan en identificar como la causa de todos los males.
Los bancos españoles actuales lo hacen muy bien, entre otras cosas porque son los que han sobrevivido a un buen número de crisis. Afortunadamente gozamos de bancos grandes y solventes, algunos con una huella geográfica diversificada. Sus ganancias hay que ponerlas en relación con su volumen. La cantidad absoluta no dice gran cosa. Lo que gana El Corte Inglés o Zara nunca puede compararse con lo que gana el comercio de la esquina, pero seguro que hay comercios de proximidad proporcionalmente mucho más rentables que un gran almacén. Incluso los beneficios de Santander no son directamente comparables con los de Caixabank, y ni siquiera con BBVA. Lo importante es medir la rentabilidad que tienen los bancos sobre su materia prima, el capital. Un banco no puede prestar todo el dinero que quiera, su actividad necesita guardar proporción con el capital que retiene. Y de nuevo la regulación piensa solo en los depositantes, no en los accionistas. Un banco que prestase sin límites estaría comprando todos los números para tener problemas en los momentos malos del ciclo. Para evitarlo, el regulador exige que el banco tenga capital en proporción a su volumen de negocio. La rentabilidad sobre el capital de los bancos españoles ha sido durante años inferior al coste del mismo capital, de hecho, la mayoría mejoran sus números gracias a sus inversiones internacionales, y eso es un peligro porque si un banco necesitase reponer capital por pérdidas, si no ofrece una rentabilidad atractiva nadie iría a la ampliación de capital, llevando el banco a la quiebra.
También nos olvidamos de que los bancos actuales se han hecho cargo de entidades no solventes. En el año 2000 había cerca de 50 cajas de ahorro, hoy solo cuatro de ellas han podido transformarse en bancos. Los clientes de las cuarenta y tantas restantes más los de un buen número de bancos están siendo atendidos por el puñado de entidades financieras que han sobrevivido al tsunami de la crisis de 2009. Los bancos actuales también han perdido dinero por entrar en la Sareb. Si tan malos malísimos fueran podían haber mirado a otro lado, pero no lo hicieron. La reestructuración del sector de finales de la primera década de este siglo le costó mucho dinero a quienes hoy siguen en el mercado.
Los tipos de interés negativos han llevado a la banca a tener que vivir de comisiones cuando no de propuestas creativas como la prescripción de coches o teléfonos. Estamos ahora ante una normalización de su negocio, pero no podemos olvidar que durante años los bancos españoles han cotizado por debajo de su valor en libros, es decir, se podían comprar para trocearlos. Si se revendían por partes se ganaría dinero. Ahora comienzan a valer más o menos lo que reflejan sus balances, pero todavía los mercados no apuestan porque sean un negocio rentable. No hay que olvidar que mientras los bancos cotizan cerca de una vez su valor en libros, las eléctricas lo hacen por 1,5 veces o las grandes tecnológicas por 45. Tesla, un valor industrial con márketing tecnológico, ahora vale unas 12 veces su valor en libros, habiendo sobrepasado hace unos meses el múltiplo de 50.
La coyuntura actual no es que sea buena para la banca, simplemente se está corrigiendo la anomalía de tener intereses negativos. Es verdad que ahora suben los tipos de interés y, de momento, no lo hace la retribución de los depósitos por lo que los resultados mejoran durante unos trimestres. Pero la economía comienza a renquear y es cuestión de poco tiempo que suba la morosidad, lo que elevará las provisiones y, por tanto, hará reducir los beneficios. Y, además, más pronto que tarde se disparará la guerra por los depósitos. Con suerte 2023 será mejor que 2022, pero es muy probable que 2024 ya no sea un año tan bueno.
Los titulares de la prensa hablan de beneficios récord. Y es cierto. Pero durante años los actuales bancos han ido creciendo de tamaño y solo ahora es cuando su negocio está más o menos normalizado, pero esta situación no durará mucho. Ganar dinero ahora es lo mejor que pueden hacer, porque a lo peor tendrán que provisionar pérdidas dentro de no mucho. Los que se han diversificado geográficamente tienen que lidiar con una coyuntura internacional cada vez más incierta en manos de unos políticos frente a los cuales los nuestros son Churchill, que ya es decir. Latinoamérica no está en un ciclo tranquilo precisamente, y Turquía puede dar un disgusto serio este año pues a su compleja situación macroeconómica se le une la inestabilidad política derivada de un año electoral en un país muy presidencialista. ¿Se acordará la candidata a alcaldesa de Madrid del BBVA si, ojalá no, tuviese que asumir pérdidas en Turquía en el segundo semestre?
España es la cuarta economía de la zona euro, la 14 por PIB en el mundo, y sin embargo, lamentablemente, tenemos muy pocas empresas de un tamaño razonable, solo cuatro forman parte del EuroStoxx 50. Si las demonizamos nos estamos condenando a la más absoluta irrelevancia económica como país. En el sector del automóvil vemos las desventajas de no ser sede de las multinacionales. En un momento de cambio de paradigma tecnológico el efecto sede influye, y mucho, a la hora de tomar las decisiones que protegen el empleo. No hay nada que ate a ninguna de nuestras multinacionales a tener su sede en España. Si les seguimos tocando las narices y el bolsillo con impuestos casi ad personen, no sería de extrañar que alguna haga las maletas.