Ramón Tamames decidirá hoy si salta sobre el atril del Congreso para liderar la moción de censura de Vox contra Sánchez. Fernando Sánchez Dragó se lo ha llevado al huerto –“la patria te necesita, será tu último sacrificio”- pellizcando la idolatría de don Ramón Tamames, que, en sus mejores tiempos, hacía estragos a distancia desde la tarima. Pero hace mucho del galanteo; ahora prima la inmediatez y el genio de la lámpara le susurra al oído: “Preséntate y sé audaz porque Salamanca no da lo que la natura non presta”.

El profesor prepara un discurso de calado moral, como lo hacía el ex primer ministro francés Raymond Barre, autor de un conocido manual de teoría económica, parecido al Lipsey o al Samuelson, corrientes en los años del plomo. Hablará de la España lacerada por Pedro Sánchez, pero lo importante no es lo que diga, sino desde dónde lo hace. Se encuentra pintiparado entre el Templo de Hércules, la zoolatría, las vírgenes negras, la licantropía, San Brandán, Finisterre, Estaca de Bares y la Santa Compaña. Debe de estar ya a las puertas de las iglesias evangelistas y heréticas que ya suman muchos votantes. Mientras se lo piensa, se refugia por entre torrentes y espacios lacustres acompañado de Gárgoris, patriarca del bosque tartésico, y de su hijo, Habidis, un rey generoso; los dos símbolos totémicos de Sánchez Dragó.

Las cafeterías de Madrid van revueltas a la espera del día de autos. Será una justa desigual entre la velocidad mental del presidente y la solemnidad del viejo profesor, que todavía era joven, además de teniente de alcalde, cuando Enrique Tierno Galván abría las venas de la capital, con roqueros y rosacruces. La libertad es la gracia que tiene España; cada uno con lo suyo, si puede ser hasta las últimas consecuencias. Estamos hechos al rizoma de las ideologías, aunque esta vez los de Disenso se han excedido, con un señor mayor. El economista no comparte muchos de los postulados de Vox, pero asegura que “se trata de un partido constitucional y la gravedad de la situación actual” le “empuja a dar el paso”. Quiere evitar que el Gobierno de Sánchez rompa España, acabe con la monarquía y con la separación de poderes. Casi nada.

Los gatos vocacionales velan armas en el Madrid de los Austrias ante el gran espectáculo que se nos viene encima. Es lógico acordarse del día de 1978 en que Sánchez Dragó, el instigador de la operación Tamames, presentó su España mágica en el Ateneo de Madrid, delante de Dámaso Alonso, José Luis Aranguren, Fernando Savater, Caro Baroja, Arrabal, Racionero o Agustín García Calvo. Provocó una conmoción alegre, nada comparable con el invierno negro que se nos viene si Tamames se mete en la moción ultra, cocida en la Fundación Disenso, el think tank de Vox.

El profesor desafecto que lideró la Junta Democrática bajo la férula del general; la mano derecha de Carrillo en la Transición; el técnico comercial del Estado que propulsó los Pactos de la Moncloa, con José Luis Leal, Fuentes Quintana y Miguel Boyer, sale del armario. Tamames abandona el guardapolvo de la historia para dar un paso firme arropado por las actuales Juntas de Ofensiva voxistas, que se acercan peligrosamente a las de Onésimo Redondo. Mientras tanto, sus antiguos mentores, el gran monetarista Sardà Dexeus y el profesor Luis Ángel Rojo, expresidente del Banco de España, se retuercen en su tumba.

Tamames dice que si gana convocará elecciones generales de forma inmediata. No es consciente de que media un abismo entre pasear al perro por el parque junto a otros pensionistas y promover unos comicios generales. Antes de proceder, el catedrático de Estructura Económica tiene previsto invitar a cenar al presidente Sánchez; ¿es el último deseo de un condenado? El tiempo se nos echa encima y el grito de “Ramón no lo hagas” proferido por Pedro J. Ramírez ya es unánime. Pero Tamames está atrapado en el laberinto de Sánchez Dragó.