En este país vivimos en campaña electoral permanente. Los resultados de unas elecciones autonómicas, no importa cuales, pueden ser interpretados a gusto del consumidor. Todo sirve para vaticinar, sin rigor alguno, lo que va a acontecer en los otros ámbitos políticos. Con las elecciones municipales va a ocurrir lo mismo. Jugamos a establecer vasos comunicantes con lo que está por llegar, e incluso especulamos con la fecha de caducidad de determinados liderazgos políticos. Algunos ya ven a Isabel Díaz Ayuso, o a Moreno Bonilla, como seres predestinados a presidir el gobierno de España. Otros ya han enterrado a Ciudadanos y, con él, a Edmundo Bal e Inés Arrimadas. Este estado de constante y nerviosa duermevela, de campaña electoral permanente, impide a los partidos políticos la reflexión necesaria para no caer en el cortoplacismo estéril. Y lo cierto es que la actividad política y la dinámica institucional, como si fueran seres vivos, también precisan reposo. Pero en este país no hay espacio ni para una breve tregua navideña.
Aunque todavía faltan cinco meses para el domingo 28 de mayo, la maquinaria para las elecciones municipales del 2023 ya está en marcha. La mayoría de los partidos políticos, si exceptuamos al PP, ya han notificado quienes van a ser sus cabezas de lista en los pueblos y ciudades de Cataluña. Todos declaran ver los comicios como algo lejano, pero a nadie se le escapa que lo que acontece en las Cortes es un episodio más de una interminable campaña electoral.
Hace casi cincuenta años Patrick Caddell, asesor del presidente estadounidense Jimmy Carter, sostuvo con éxito la tesis de que gobernar, y seguir en el poder, requería llevar a termino una campaña explicativa permanente fuera de período electoral. La propuesta consistía en procurar difundir, desde el gabinete de prensa presidencial, contenidos y propuestas del día a día como si se tratara de una carrera de fondo contra los competidores. La tesis fundamental de Caddell era que todo lo que no se comunica no existe a efectos de la opinión pública. En nuestro país muchos partidos han hecho suya la tesis de fortalecer su capacidad de comunicación política. Perfecto, pero una cosa es explicarse y otra muy distinta es dilatar en el tiempo la confrontación a cara de perro entre partidos y candidatos. Para muestra, un botón: cuando Anna Grau, la aspirante de Ciudadanos a la alcaldía de Barcelona, se estrena diciendo que su prioridad política es echar a Ada Colau creo que se equivoca. Como también lo hace Xavier Trias cuando se presenta en sociedad como única alternativa contra la alcaldesa. Si hoy ya van de ese palo ¿Qué nos dirán en el tramo final de campaña? A más de uno nos gustaría que los candidatos dejaran de anatemizar permanentemente al adversario y nos explicaran alguna cosa de su programa político, de su proyecto de ciudad. Las candidaturas que se vertebran tan solo sobre la negación carecen de solvencia, no son de fiar. Por cierto, de estas últimas, aspirando a la alcaldía de Barcelona y de otras ciudades del Área Metropolitana, hay unas cuantas. Las encuestas nos dicen que en el pódium de la ciudad condal hay sitio para tres y que solo uno de ellos ocupará el espacio elevado del mismo. Nos dicen también, depende del día, que el resultado electoral va a ser muy ajustado. Quizás sí, pero un servidor de ustedes confía en que el vencedor sea un candidato con voluntad de permanencia en el cargo, capaz de tender puentes y dispuesto, sin excluir a nadie, a pactar proyectos de ciudad. Ganar en votos no significa automáticamente gobernar si no se es capaz de acordar. Para otra ocasión dejaremos los comentarios acerca de los que se presentan, como Ernest Maragall, para luego dejar correr la lista, o las que buscan su acomodo en futuras candidaturas para las elecciones generales. Sí, vivimos en campaña electoral permanente, sin tregua.