Este título, copiado del texto de una canción, fue uno de los himnos de la llamada transición política española, periodo que algunos buenistas de universidad abominan, hasta que se instalan en su propia transición. La celebración del día de la Constitución Española pone sobre la mesa el papel del texto escrito y aprobado en su día, por una gran mayoría política y social, que ofrece cobijo a todos, guste o no el terreno de juego, siempre perfectible si se aceptan las reglas de juego. Sirva esta pequeña introducción para contextualizar la frase “libertada sin ira”.
Ese texto constitucional me temo que en la actualidad no pasa de una mirada tranquila y compresiva, y tal vez excesivamente deseosa de avanzar hacia una realidad social sosegada. La pregunta en la actualidad es: ¿es posible la libertad sin ira? La respuesta, con la mirada baja y con pesar, es que es muy difícil, con las crisis del 2008 y la pandemia a nivel global, y en Europa añádase la crisis de la deuda soberana y la guerra de Ucrania, las esperanzas de ascenso y mejora social se han evaporado. La precariedad, los sueldos de derribo, las nuevas relaciones laborales más efímeras… han generado una sociedad que vive en la incertidumbre permanente. Tal vez la ira ha existido siempre, quizá está cambiando la forma de expresarla.
Estamos en un choque cultural, de modelo social, hay algunos que lo fían todo a la tecnología, pensando que ella solita resolverá la ecuación: la inteligencia artificial proveerá, la salud se nos dará, la energía aparecerá. Pero me temo que esto no va de tecnología, va de una cosa más simple: libertad sin tapujos, pero con reglas.
El uso de ciertas tecnologías para falsificar la realidad, y fabricar una nueva a partir de las llamadas “fake news”, no ayuda a la percepción social de la importancia de la tecnología cuando se asocia a manipulación. Esta distorsión de la realidad afecta el marco legal generado por la constitución. La realidad de Twitter y otras plataformas sociales que operan en la actualidad refuerza esta percepción. Redes sociales convertidas en las nuevas armas de destrucción masiva. Las armas convencionales visibilizan sus efectos, el desastre de Ucrania es un dramático ejemplo, pero las manipulaciones a que estamos sometidos todos generan unos efectos mucho más peligrosos: los radicalismos por etnia, cultura, creencia religiosa, raza, lengua, sexo… generando una espiral infernal, aislamiento en tribus de iguales, rechazo a la diversidad, a la pluralidad… y con todo ello recuperamos el esquema clásico de la guerra, la fuerza bruta que gana legitimidad.
El relato construido de las democracias liberales, base de nuestra constitución, está en confrontación, las ideas de libertad, igualdad y fraternidad están siendo bloqueadas, desde ciertos ámbitos ideológicos y geográficos (léase China, países árabes, etc).
Estamos faltos de marcos legales que acojan la diversidad y la pluralidad. La constitución española fue un buen intento, tal como hemos dicho, perfectible, pero no la perdamos de vista, que la ira no nos ciegue.