A Mark Twain se le atribuye la frase “la historia no se repite, pero rima”. La recojo para anotar una dinámica que ha empezado a producirse con el anuncio del cambio de legislación vigente en España desde 1820 respecto al concepto de sedición, que Fernando VII promovió en la lógica de los alzamientos militares de la época. Doscientos años nos contemplan. La malversación de dinero público tendrá más recovecos en la discusión. En las próximas semanas, tal vez meses, asistiremos a una algarabía de voces; por un lado, la palabra traición y en la otra esquina, insuficiente.

Desde hace mucho tiempo, Cataluña vive en un estado de permanente insatisfacción, vivimos como dicen ahora los expertos en una policrisis, cultural, social, económica. Vivimos factores globales que nos generan incertidumbre y desasosiego, pero como nos hemos acostumbrado a vivir en la esperanza de que el mundo feliz de Huxley estaba detrás de la puerta, y al intentar abrirla hemos descubierto que no era cierto, hemos optado por las pastillas de placebo. Mi vecino es el culpable, Madrid nos roba. Es un mensaje fácil y nos redime de cualquier responsabilidad. En la otra esquina, cuando algo no funciona en Madrid, la culpa es del Gobierno central social-comunista, o de la derecha, según el Gobierno de turno. Poco creíble decir que la culpa es siempre de Cataluña. Pero las culpas, los errores siempre son del otro, sea quien sea el otro.

Este escenario de conflicto le conviene a muchos actores, la pregunta es quiénes ganan y quiénes pierden. La historia nos enseña que normalmente el más fuerte siempre gana, las razones morales, históricas, del que pierde sirven para justificar qué hubiera pasado si no hubiéramos fallado ese penalti. Ese tiro al poste. Hubo un tiempo en Cataluña y en España que a nivel futbolístico ganar títulos era una quimera, y la satisfacción era ganar el partido contra el enemigo de siempre. Pero empezamos a ganar sumando sinergias, aprendiendo, y nos reconocimos y nos reconocieron, nos gustamos y con esas victorias algunos se pusieron nerviosos, hay que centralizar el poder según unos y otros se fueron más arriba, y pidieron la independencia, tal vez vivir esos años de escasez de títulos y acumulación de agravios provocó algún exceso posterior rumboso por parte de las aficiones.

El mensaje del enemigo exterior, y el relato de la insuficiencia permanente ha dado muchos réditos políticos y continuará dándolos, pero la pregunta como sociedad en Cataluña, visto lo visto en los últimos años, es qué nos interesa como sociedad. ¿Continuar con la queja o trabajar para la economía, la vertebración social, la cultural, la lengua? Hemos levantado muros de bloqueo, pero cuidado, el espacio sociológico conservador es más pragmático. Está acostumbrado a mandar y gobernar, tal vez el abandono de su pragmatismo económico explique la actual incertidumbre que lo rodea. Quizá piensan como Baltasar Gracián que “las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parece”; la ideología es muy fuerte, pero no olvidemos que la economía es tozuda y acostumbra a vencer siempre. Tal vez el pensamiento secreto del espacio conservador cuando se produce una alternancia es esperar; el espacio progresista se desintegra casi siempre por batallas ideológicas cainitas internas.

Construir un nuevo relato basado en el realismo de lo que somos, lo que tenemos, es esencial para forjar una dimensión real de nuestra capacidad en Europa y España. No equivoquemos los deseos con la realidad. A la realidad de un catalanismo integrador le corresponde un reto: ayudar a la gobernanza, especialmente en España. Lo hizo parcialmente en el pasado desde las sedes parlamentarias y en el Gobierno. No veo a determinados colectivos mucho tiempo en las barricadas y más si estas se vuelven histriónicas. Hoy este debate, este deseo, es aparentemente naif, pero elevemos la mirada a 10 años como mínimo. Los relatos sociales, morales y económicos no se improvisan. Analizar el pasado con sosiego, analizando los aciertos y errores mutuos puede ser cauterizador de heridas fáciles de abrir y difíciles de sanar. Ciertos relatos son acompañados a menudo por interesadas incomprensiones desde la otra esquina. ¡Viva la pelea siempre! La normalidad de la cotidianidad no genera titulares, la gestión aburre. Siempre existirá el descontento; el deseo de avanzar más y más rápido es legítimo, pero si no sabemos volver al retorno de la mutua confianza, de la mutua conllevancia no prosperaremos. Sin una transversalidad positiva podemos acabar viviendo como marmotas eternas. Deberíamos leer las experiencias de Montreal y Toronto y sacar conclusiones.