Cada vez que voy a casa de mi anciana tía Ágata, habitualmente por la tarde, tiene encendida la tele y sintonizado el canal 13, el de la COPE, según creo. No la tiene encendida para asistir a los debates, o mejor dicho tertulias que desde allí se emiten, sino para ver las películas del Oeste que pasan una detrás de otra, sin parar. Las películas son un gran entretenimiento para los niños y para los ancianos. A fuerza de pasar, con cierta frecuencia, las tardes en casa de tía Ágata, me ha acabado pareciendo que no es casual, que hay algo deliberado y especial, un mensaje cifrado, en esa alternancia de películas de vaqueros y tertulias. Son dos fenómenos casi diametralmente opuestos. Si tuviera que escoger, desde luego, elegiría los vaqueros. Creo que no hay punto de comparación, dicho sea con todo el respeto debido a los tertulianos de la COPE y de los demás canales de televisión, ya sean de izquierdas, de derechas o mediopensionistas.

Pero es que en las películas de vaqueros tienen una importancia fundamental y una presencia ubicua los caballos, que es uno de los seres más elegantes y llenos de misterio del reino animal. En esas películas del canal de la COPE salen caballos, hay espacios abiertos (para las persecuciones a caballo, precisamente) y hay tiroteos decisivos que zanjan sin contemplaciones la cuestión entre unos y otros, por ejemplo entre ganaderos y labradores, o entre cuatreros y pueblerinos.

Mientras que, por el contrario, en las tertulias solo se ve a unos señores y señoras sentados, tras una mesa ridícula con aires de ovni, hablando por los codos, esperando con mal disimulada impaciencia a que el otro acabe su sermón para poder tomar la palabra. No acabo de entender cómo un espectáculo tan pobre puede convocar audiencias muy nutridas y despertar pasiones.

Habrá observado el lector que, en las películas, los vaqueros suelen llevar sombrero, que les protege del sol, pero además los estiliza y les confiere cierta sombría elegancia. Y aplomo, igual que la pistola que suelen llevar al cinto; pistola que tanto como una herramienta es un símbolo de poder, y de un poder decisivo, nada menos que sobre la vida y la muerte.

En cambio, toda la fuerza de los inofensivos tertulianos se les va por la boca, hablan y hablan y no resuelven nada ni tienen verdadera influencia sobre la praxis. Además de que suelen ser personas ya entradas en años, la mayoría son calvos o canosos, lo cual no tiene mucho atractivo, especialmente con esas luces frontales e inclementes de los focos en los platós, esa luz sin sombra ni matices, igual para todos, supongo que así ha de ser una iluminación democrática; luz, por cierto, muy diferente de la luz natural de los espacios abiertos del salvaje Oeste, por donde galopan los vaqueros pegando tiros, o bien, cuando la escena es nocturna, de esa luz azulada y como de acuario que arroja el artificio fílmico llamado “noche americana”.

De manera que habría que tener siempre conectado el canal 13 –da igual si uno comulga o no con las opiniones de los tertulianos— porque allí se expone, en permanente dialéctica, la alternancia entre vida y arte. Probablemente nuestras vidas se parecen más a esos “debates” o tertulias de los cansinos y más bien deprimentes señores mayores que hablan fingiendo que resuelvan temas muy importantes, y que en realidad no resuelven nada, y que a la semana siguiente vuelven a reunirse para seguir hablando por los codos… Nuestras vidas se parecen más a ellos que a los fantásticos centauros del desierto que viven al galope, resuelven sus contradicciones a tiro limpio y hasta se enamoran de alguna cabaretera o maestra de escuela ¡en el lapso de una hora y media! Que es lo que dura la película.

Si me consultasen, yo recomendaría a la COPE, y a todas las televisiones, que pasasen pelis de vaqueros las 24 horas del día, siete días a la semana. Con caballos a tutiplén, a cascoporro. Pero como esas cadenas no quieren renunciar a sus debates y tertulias, que supuestamente son influyentes sobre la psique de los espectadores, podrían, por lo menos, hacerlos más atractivos retirando a todos esos contertulios canosos, entrados en años y decadentes, enviándolos a la residencia de la tercera edad, y sustituyéndolos por niños y niñas de 7, 8 o 9 años, que a todo el mundo le gustan.

Especialmente las niñas, que suelen ser más aseadas, modositas y articuladas. En fin, niños y niñas son por igual graciosos, y su presencia siempre aporta un plus de esperanza, una ilusión de futuro. Y por descontado que podemos estar seguros de que con ellos no bajaría en absoluto el nivel intelectual, la independencia ideológica ni la trascendencia de los debates y tertulias.

A ver qué canal será el primero cuya programación consista en películas y películas de vaqueros, con galopadas y con duelos a vida o muerte en la polvorienta calle Mayor del pueblo… películas en bucle infinito, entre las cuales vendría a insertarse de vez en cuando un debate entre monísimos niños y niñas de 7, 8 o 9 años, sobre la ley del sí es sí, los fondos europeos, la independencia de Cataluña y la guerra en Ucrania.