De los autores del apocalipsis zombi también llamado pandemia del Covid, llega ahora el Armagedón nuclear, salpimentado por la madre de todas las crisis provocada por la inflación y la escasez de suministros que nos amenizará las tardes antes de la llegada del holocausto climático. Basta de tremendismos, por favor.
Una sociedad que se supone tan madura que permite a sus componentes cambiar de sexo según sus sentimientos o acabar con su vida ante un sufrimiento insoportable, que trata a los animales casi igual que a las personas y que gasta lo que no tiene en defender causas tan nobles como improductivas, se empeña, por otro lado, en ser guiada por el miedo pues quienes nos gobiernan y sus voceros no hacen más que difundir mensajes terroríficos, amplificando los riesgos y negando nuestra capacidad de gestión o cuando menos de adaptación a un escenario potencialmente negativo.
El escenario macroeconómico es complejo, con una inflación desbocada, dudas sobre la capacidad de suministro de ciertos bienes y, sobre todo, una tendencia a la sobreprotección de la sociedad que lleva a aplicar simultáneamente medidas monetarias restrictivas y fiscales expansivas, lo que no solo crea confusión sino que, además, algunas de las medidas se ven contrarrestadas por otras. Pero de ahí a pensar que estamos obligados a caer en una recesión sin fondo hay un abismo.
Este año la economía española crecerá “solo” un 4,5%, si no es más. Y el que viene más de un 1% incluso en el escenario más pesimista. Hablar de recesión, del peor invierno de nuestras vidas y de no sé cuantas más tragedias son ganas de hacernos sufrir prematura e innecesariamente. Puede caernos un meteorito, es cierto, pero lo más probable es que 2023 sea infinitamente mejor que 2020 o que los años más duros de la crisis financiera que se inició en 2008 y casi ni sabemos cuándo acabó, rescate mediante en 2012.
Estar informado y ser realista no tiene que confundirse con ser pesimista. La economía tiene algo de psicológico, sin duda. Si nos dicen que la economía irá mal tenderemos a gastar menos y las empresas a contratar e invertir menos, por lo que la economía irá peor que si no nos hubiesen dicho nada. No podemos resignarnos, tenemos que seguir con nuestra vida y vivirla lo mejor que podamos. Tenemos mejores condiciones para seguir adelante que los países más ricos, el invierno es menos duro y este invierno recibiremos a más turistas que nunca, precisamente huyendo del frío. Todos los centros de prospectiva dan mejores indicadores para España que para Alemania o los Países Bajos.
Eso no quiere decir que nos podamos dormir. Tenemos que seguir invirtiendo en placas solares, nadie tiene más sol que nosotros, en energía eólica y en todo lo que haga falta para ser más y más autosuficientes y sostenibles. Pero no podemos cerrar dogmáticamente las centrales de carbón y menos las nucleares. Es absurdo negarse a usar el biogás. La ideología sirve poco para calentar los hogares. Y el coche eléctrico a lo mejor tiene que esperar.
Pero, sobre todo, debemos mirar hacia adelante. Tenemos muchas cosas de las que sentirnos orgullosos. El mecanismo de los ERTE ha salvado el turismo, basta con ver cómo funciona Aena con total normalidad mientras otros aeropuertos del mundo son incapaces de operar como antes de la pandemia, alguno como el de Schiphol totalmente bloqueado desde hace meses por un problema laboral. Si hemos hecho lo más difícil, aguantar una economía tan frágil como la española, ahora es absurdo cargarnos los viajes del Imserso por la cerrazón a no actualizar los precios a pagar a los hoteles o volver a cerrar terrazas de los bares para no molestar a los vecinos y ser más europeos.
Las negociaciones con los sindicatos van razonablemente bien, salvo la locura de las pensiones, todas actualizadas con el IPC. No hay una conflictividad laboral excesiva. Tenemos una tasa de paro como la de finales de 2008, mejorable y cuestionable en su estadística, pero el 12,48% no es un mal dato para nuestro país, estructuralmente enfermo de desempleo. En general, parece que gozamos de un sentido común igual o superior al que impera en nuestros vecinos del norte. No tenemos, ni tendremos, un pacto de rentas, pero aparentemente la inflación de segunda ola está conjurada.
Europa nos soporta, al menos de momento, y el BCE mantiene la deuda a raya. Se supone que poco a poco irán llegando los fondos Next Generation con lo que podremos invertir en una economía más sostenible, digital y resiliente.
Si vamos avanzando razonablemente bien o al menos sorteando los obstáculos, ¿por qué nos empeñamos en pintar el futuro negro negrísimo? No solo es la oposición, algo entendible, es que el Gobierno y sus medios afines también se empeñan en aterrorizarnos. ¿Para qué? ¿Para que seamos realmente más pobres y dependientes de pagas y subvenciones? ¿Para provocar un cambio de gobierno para que el actual descanse? Basta ya de derrotismos y de mensajes tan absurdos como el de quitarnos la corbata o dormir con un edredón más fuerte. Sinceramente cuesta entender el derrotismo y el pesimismo que nos quieren insuflar incluso quienes debieran transmitir optimismo. Nada está escrito y tenemos mejores cartas que otros.