Mark Rutte es el primer ministro de Países Bajos. La bestia negra de España e Italia y líder de las políticas austericidas de la Unión Europea de la década pasada. De hecho, el plan de recuperación del Covid-19 que aprobó la UE estuvo en dique seco durante semanas por la oposición neerlandesa, porque España no había hecho las reformas comprometidas y Rutte quería supervisar el grifo.
Rutte lleva dirigiendo Países Bajos desde hace más de 10 años al frente de un partido conservador con un discurso lo suficientemente populista para bloquear a otras alternativas más xenófobas y racistas. Se presenta como un tipo moderno, que va en bici al trabajo, que vive en su apartamento desde hace 20 años y tiene un coche normal de segunda mano. Y, sobre todo, que ha convertido al país en la envidia de Europa.
Siento decirlo, pero he estado este fin de semana en Países Bajos y he visto de primera mano como una cosa es predicar y otra dar trigo. Schiphol, el aeropuerto de Ámsterdam, es tercermundista. La gestión, el trato a los ciudadanos y la organización son un caos de magnitud que trata a los pasajeros como ganado, sin ningún tipo de derecho ni trato racional.
Me explico. Viaje de fin de semana a Países Bajos por motivos familiares. Ida con retraso por huelga de controladores franceses. ¡Qué le vamos a hacer! Vuelta: caos tercermundista en Holanda. El ejemplo que les voy a contar retrata muy bien a Rutte. Llegada al aeropuerto a las 15.30. Salida del vuelo, 18.30. La cola para pasar el control de seguridad se convirtió en un calvario. Más de cuatro horas en filas interminables que salían del aeropuerto, donde llovía y la temperatura era de siete grados. Allí aguantando estoicamente niños en carritos, embarazadas, críos hasta las cejas de andar y personas con cara de resignación, primero, y de preocupación, después, cuando la pérdida del vuelo era casi una realidad.
El motivo: que no hay personal suficiente en seguridad, por lo que el fiasco es monumental. Las líneas aéreas suspenden vuelos a petición del propio aeropuerto, que la pasada semana cesó a su director, pero todo sigue igual. Seguro que si pagaran sueldos normales no tendrían problemas para encontrar personal. Lo grave es que esta situación se arrastra durante todo el verano, aunque ya les digo que Schiphol es una caja de sorpresas y siempre pasa algo.
Como no hay personal la espera es interminable, y el personal, en activo, es del género “imbécil”, además. Fui retenido en el control porque se descubrió que en la ropa llevaba un paquete de clínex, que como todo el mundo sabe es un artilugio peligrosísimo. Diez minutos retenido igual a 10 minutos más de cola. Quédense con estos datos: cuatro kilómetros de cola, más de 1,5 kilómetros a la intemperie, 7.000 pasos dados dentro de las instalaciones aeroportuarias. Y, para colmo, militares y policías vigilando las filas como si los sufridos pasajeros fueran unos peligrosos terroristas. O, quizá, temerosos de que el personal se tomara la justicia por su mano. Motivos tenían, por supuesto.
Si no hay suficiente personal de seguridad no es tan difícil poner policías o militares, por ejemplo, y el 50% de las instalaciones de seguridad podrían reabrir y no dejarían la sensación de que es más seguro, más eficaz y eficiente el aeropuerto de Sri Lanka que el de Schiphol. Pero la cosa no acabó aquí. No perdí el avión porque llegó con retraso el procedente de Barcelona, porque la gestión aérea de Schiphol también es de nota. Subimos a la aeronave con entusiasmo hasta que una vez todos sentaditos el comandante nos comunicó que el handling de Schiphol era otra piedra en el zapato. No llegaba ni había previsión de llegada estimada de una cuba que pusiera queroseno en el aparato. Más de una hora después, se puso el líquido elemento y pudimos salir.
Conclusión. No viajen a Holanda porque es un país tercermundista con un aeropuerto de mierda. Que Países Bajos no es lo que nos han contado. Que si va se arriesga a todo. A que lo traten como ganado, a que sus derechos queden pisoteados, que pierda el avión de vuelta y se quede colgado, que la policía y los militares lo vigilen para evitar que les llame el nombre de ese animal bellotero. Y luego, el señor Rutte se permite dar lecciones. Consejos doy que para mí no tengo. Vergüenza de país y de aeropuerto. Un aeropuerto de mierda, señor Rutte.