El cambio climático, pese a que Donald Trump y otras lumbreras nieguen su existencia, da toda la impresión de ser un problema real al que los gobiernos de todo el mundo deberían prestar un poco más de atención, en vez de limitarse a hacer gestos para la galería y declaraciones rimbombantes que, por regla general, no son seguidas por acciones decididas y razonables. Es por culpa de los gobiernos por lo que se cuelan en el tablero internacional personajes como Greta Thunberg, la indigesta niña con aires de Pepito Grillo que empezó hace unos años a cantarnos las cuarenta a los adultos con respecto a los desastres que parecen afectar al clima por culpa de nuestra mala cabeza, nuestra codicia y nuestra actitud general sobre el tema, que a veces parece resumirse en la egoísta expresión castrense “El que venga atrás, que arree”.

Juraría que Greta ha hecho escuela. Lo deduzco a raíz del ridículo atentado que sufrió el otro día, en la National Gallery londinense, el célebre cuadro de Vincent Van Gogh Los girasoles, cuando dos adolescentes pertenecientes al grupúsculo Just stop oil arrojaron sobre la pintura una lata de sopa de tomate de la marca Heinz. Si hubiese sido una lata de Campbell´s, la cosa podría haber tenido un punto de distinción, como una especie de homenaje a Andy Warhol, que se hartó de pintar latas de sopa de esa determinada marca, pero hay que reconocer que Heinz protagoniza uno de los platos más socorridos de la lamentable gastronomía británica, las incomibles baked beans on toast, que, como su nombre indica, consiste en calentar una lata de judías y derramarlas sobre una rebanada de pan tostado.

Según las jóvenes activistas, lo suyo era una manera de protestar por la subida del precio de los alimentos, tema que, no sé muy bien cómo, pretendían enlazar con el temido cambio climático. Más verosímil resultaba la preocupación por los precios del gas, que podrían impedir, según ellas, que la clase obrera británica pudiera calentar las malditas latas de judías Heinz, pero en ese caso, ¿qué culpa tenía el pobre Van Gogh de que Putin nos intente amargar la vida a todos con el gas? Teniendo en cuenta que el pintor holandés llevó una vida de perros y solo consiguió vender un cuadro a lo largo de su existencia (y se lo compró su hermano Theo), me parece de muy mal gusto cebarse con él, cuando las gamberritas empoderadas podrían haberse desplazado hasta la embajada rusa en Londres y arrojar ahí la lata de sopa (o, ya puestos, una bomba fétida, que habría conseguido una mayor conmoción).

La tontería de la acción queda aún más de manifiesto cuando te enteras de que Los girasoles estaba protegido por un vidrio, con lo que lo único que ha resultado mínimamente dañado es el marco del cuadro. Es una acción, eso sí, muy propia de occidente, ese balneario en el que vemos cómo matan a mujeres en Irán por llevar mal puesto el velo y reaccionamos cortándonos un mechón de pelo, como si los ayatolas fuesen a pillar la indirecta. Yo ya entiendo que no vivimos la mejor época para ser joven, que apenas hay causas comunes a las que apuntarse (¡ni el rock & roll, que ya no le interesa a nadie!) y que los adolescentes se las ven y se las desean para encontrar algo en que creer, pero con atentados ridículos como el de la National Gallery no se llega muy lejos. Puede que los padres de las niñas les peguen un buen chorreo, sobre todo, si tienen que correr con los gastos del cambio de marco, pero ahí acabará todo, pues las actividades de protesta en nuestro continente no suelen mover mucho a las autoridades a la hora del castigo.

En resumen, una chorrada más que no incidirá en los precios del gas ni mejorará la vida de la clase obrera británica ni hará avanzar un metro la lucha contra el cambio climático. Para las interesadas, un recuerdo juvenil al que recurrir cuando vivan la aburrida vida de la mayoría de adultos de ese continente que se va hundiendo lentamente en la irrelevancia mientras por ahí fuera los lobos andan sueltos y se zampan todo lo que encuentran.