El consorcio barcelonés Grifols anunció esta semana el relevo de su presidente Víctor Grifols Roura, de 72 años, por el financiero estadounidense Steven F. Mayer, de 62. Este ocupa un puesto en el órgano de gobierno desde 2011. Antes ejerció de director general del coloso inversor Cerberus.
El nuevo mandamás emitió un comunicado ensalzando la obra de su antecesor y patrocinador. “Aunque calzar los zapatos de Víctor es imposible, trabajaré junto al consejo de administración, los consejeros delegados y todo el equipo directivo. Pondré toda mi experiencia al servicio de los objetivos estratégicos de la compañía y sus prioridades”.
A diferencia del cesante Víctor Grifols, que no desempeñaba labores ejecutivas desde hace un lustro, Mayer las asumirá por completo. Bajo su dependencia quedarán los dos primeros espadas, los consejeros delegados Raimon Grifols Roura y Víctor Grifols Deu, que son hermano e hijo, respectivamente, del jefe supremo saliente.
El cambio significa que, por vez primera en sus más de setenta años de historia, la casa no estará liderada por un miembro de la saga fundadora.
Víctor Grifols Roura actuó como máximo directivo entre 1985 y 2017. Durante su fecundo mandato la firma experimentó un crecimiento exponencial, gracias a la adquisición de numerosas empresas de Europa y Estados Unidos.
Sus audaces iniciativas multiplicaron las ventas la friolera de 150 veces y catapultaron el grupo al podio mundial del negocio del plasma sanguíneo. Pero esas compras no se hicieron con dinero propio, sino prestado por la banca.
La masa indigerible de deudas pesa ahora como una losa sobre el balance. Arroja la suma de 10.600 millones al cierre del primer semestre del ejercicio en curso.
En definitiva, Grifols Roura ha sido víctima de su propia estrategia de expansión desmesurada y ahora se ve forzado a dar un paso al lado para que otros arreglen el estropicio.
De momento, la factura del desastre la están pagando a escote los ahorradores que confiaron en las promesas de rentabilidad futura e invirtieron su dinero en las acciones de la farmacéutica.
Esta alcanzó la máxima cotización a comienzos de 2020, con 34 euros. El viernes marcó 8,52. En dos años y medio se ha convertido en humo el 75% del valor corporativo.
El conglomerado catalán salió a bolsa en 2006, después de tres intentos anteriores fallidos. Se trata de un caso probablemente único en los anales bursátiles españoles.
Las tres primeras tentativas hubieron de cancelarse, la última de ellas cuando solo faltaban unas horas para el estreno en las pizarras.
La plana mayor, encabezada por Víctor Grifols, tenía en mente la introducción en el mercado de valores desde mediados de los años noventa.
Al principio no eran más que insinuaciones a la prensa, que más tarde se arrumbaban al olvido. Luego llegó la hora de lanzarse a la piscina. La primera ocasión fue en la primavera de 2000. A la sazón, los gestores anunciaron que en poco tiempo sus títulos estarían cotizando.
Se efectuaron dos tanteos, pero los mercados no estaban para alegrías. Había estallado la burbuja tecnológica y los cambios se precipitaban en simas cada vez más hondas. La operación se retrasó, a la espera de tiempos mejores.
El tercer asalto ocurrió en 2014 y concluyó con un fracaso estrepitoso que dejó pasmados a los bolsistas. De nada sirvió que Grifols renunciara incluso a su nombre para adoptar el de Probitas Pharma, que a juicio de sus asesores resultaba más eufónico.
Las vías escapatorias del actual embrollo pasan por reducir los pasivos a todo trapo, enajenar partes sustantivas de los activos y, quizás, una inyección de recursos frescos.
En todo caso, el flamante presidente ejecutivo Steven F. Mayer aterriza en Barcelona investido de plenos poderes por la familia. Y ha recibido el encargo de empuñar la podadera sin contemplaciones.
Grifols emplea a 22.500 trabajadores. Ahora aborda una temporada de ajustes y sinsabores. Solo el tiempo dirá si el recambio de presidente ha sido un acierto.