Cuando el 9 de agosto de 2007 se secó de golpe la liquidez de los mercados financieros globales dio comienzo la Gran Recesión y, aunque tardó en golpearnos a España, ésta se llevó por delante empleo, riqueza y, entre otras muchas cosas, a un buen número de cajas de ahorro y bancos, dejando además en evidencia la fragilidad del euro. Al frente de la reserva federal norteamericana estaba en aquel entonces Ben Bernanke, licenciado en economía por Harvard, doctor por el MIT, con varios cursos en Stanford y catedrático en Princeton. Bernanke es uno de los más reconocidos expertos de la Gran Depresión de 1929. Por eso tenía muy claro que para evitar otra Gran Depresión había que inundar de liquidez al sistema, algo que hicieron todos los bancos centrales del mundo.
Primero bajaron los tipos de interés a gran velocidad, llegando al cero o incluso a valores negativos. Luego los bancos centrales fueron aceptando como contrapartida a sus créditos activos de peor calidad y, finalmente, se pusieron a emitir billetes convirtiéndose en compradores compulsivos de la nueva deuda emitida por los gobiernos para reactivar sus economías. Como consecuencia, los balances de los bancos centrales se multiplicaron por más de cinco y el mercado quedó anegado en liquidez. Cuando los bancos centrales comenzaban a achicar la liquidez vino la crisis económica derivada de las medidas para contener la pandemia de la Covid19 y la liquidez no solo no se redujo, sino que siguió aumentando.
Durante todos estos años el impacto del exceso de liquidez ha tenido efecto sobre todo en los mercados financieros. Muchas empresas han tenido, y aun tienen, valoraciones astronómicas muy alejadas de cualquier valoración clásica y los bancos han tenido que ingeniárselas para seguir ganando dinero con tipos en negativo y con penalizaciones al exceso de liquidez. Pero la rotura de las cadenas de suministro como consecuencia de la pandemia ha despertado la fiera de la inflación, fiera que luego ha sido bien alimentada por la invasión de Ucrania y las sanciones a Rusia. Las consecuencias del Covid y de la invasión de Ucrania han mostrado el frágil equilibrio de la globalización y ahora a los países ricos les falta de casi todo.
Hemos pasado de un mercado donde estábamos demasiado acostumbrados a tener de todo en cualquier momento y a bajo precio, a otro donde es la oferta la quien manda sobre el precio y el plazo de entrega. Y ese desequilibrio entre oferta y demanda en favor de la oferta está elevando los precios en todo el mundo como hacía años que no ocurría.
Los bancos centrales cuentan con un objetivo prioritario, mantener la inflación controlada, en general en el 2%, y están haciendo lo único que saben, y pueden, hacer, subir los tipos de interés, con el propósito de enfriar la demanda. El problema es que el exceso de liquidez ya no solo está en las altas esferas financieras, sino que también hay una liquidez acumulada en las familias porque durante la pandemia se gastó menos. Lo que pretenden los bancos centrales es enfriar la economía para que así la oferta deje de tener la voz cantante.
Para frenar la inflación por tanto hay que frenar la economía, idealmente sin entrar en recesión. Pero el problema aparece cuando una parte importante de la población no pudo ahorrar en el Covid, sino que se quedó sin trabajo. Y, además, la subida de precios no afecta a todos por igual pues hay una parte importante de la población que no llega a fin de mes y probablemente no podrá caldear su casa en invierno. Las sucesivas crisis que estamos padeciendo desde 2007 se están cebando con la clase media y cada vez hay más diferencias sociales en todo el mundo, también en Europa.
El dilema de los gobiernos es enorme. ¿Se prioriza el freno a la inflación o se incentiva la economía para evitar la recesión? En el primer caso muchos ciudadanos lo pasarán mal, en el segundo la inflación seguirá disparada y las consecuencias a medio plazo pueden ser devastadoras. La diferencia fundamental de Europa con los países subdesarrollados es que los pobres también votan, al menos de momento. La desafección con la política es creciente especialmente en la clase baja que antes fue media, lo que explica el desarrollo de populismos de todo pelaje que están configurando un complejo mapa político en toda Europa.
La inmensa bajada de impuestos en Reino Unido en paralelo con la subida de tipos es un ejemplo paradigmático. La libra se ha ido por los suelos porque nadie entiende nada. Y la situación británica no es una excepción, las inconsistencias están en todos los países occidentales.
Unos, los bancos centrales, frenan; otros, los gobiernos, aceleran. Y mientras tanto, la economía navegando en un terreno desconocido: inflación con ralentización económica, incentivos y exenciones con subidas de impuestos, escasez de energía, sequía, guerra de Ucrania… Esto no lo arregla ni el sabio Bernanke. No es por tanto de extrañar que nuestros políticos intenten soplar y sorber a la vez.