Los ciudadanos y dirigentes del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte están dando al mundo una lección de autoestima y respeto con ocasión del fallecimiento de la reina Isabel II. La muerte de una anciana de 96 años y la sucesión en su puesto por su hijo de 73 se han convertido en el centro del mundo, colocando a su país en una especie de superioridad moral realmente envidiable.
Un evento tan humano como el fallecimiento de una persona muy mayor se ha sublimado y gracias a la impresionante gestión de la liturgia se ha convertido en una reafirmación de su sistema político y, sobre todo, de la influencia mundial del país en una operación de imagen excepcional.
El anuncio del fallecimiento ya merece un premio. La BBC, referencia mundial de lo que debe ser una televisión pública, interrumpió su programación para hablar de la delicada salud de la soberana. Poco a poco el país, y el mundo, se fue preparando para el fatal desenlace y a las 18.30, hora local, se anunció la muerte con una sobriedad impresionante. Recomiendo a quien no lo haya visto aún admirar cómo Huw Edwards informó de ello. A partir de entonces, todo ha funcionado como un reloj.
Cada intervención del rey Carlos III ha sido extraordinariamente coherente. Siempre ha hecho referencia a los países que forman el Reino Unido, siempre ha dado el trato diferencial que se merece Escocia por su encaje constitucional y, sobre todo, siempre ha subrayado el peso del Reino Unido en el mundo gracias a la Commonwealth. Y, de paso, ha dejado claro que de abdicar nada de nada.
Si la Casa Real está ejerciendo su papel a la perfección tampoco se quedan atrás el Parlamento y la sociedad en general. Las sesiones extraordinarias del Parlamento son una lección de lo que significa una institución. Escuchar en sede parlamentaria respetuosas anécdotas de antiguos primeros ministros en su relación con la Reina ante un parlamento vestido de riguroso luto solo puede generar envidia en sociedades menos respetuosas consigo mismas como la nuestra. Y la sociedad también ha estado a la altura. Solo será festivo absoluto el día del funeral, pero el fin de semana pasado el país se paró voluntariamente, partidos de fútbol incluidos. En todos los escaparates había referencias a la Reina, lo mismo que en el metro, los dependientes de las grandes tiendas, de luto, y el gran luminoso de Picadilly Circus, un lugar donde un anuncio vale tres millones de euros al año, dedicado al 100% a rendir tributo a la soberana.
Para la monarquía la forma es el fondo. Uno es monárquico por convicción, nunca por motivo de la razón. Por eso ser cercano al pueblo es la mejor manera de cargarse la monarquía. Si un rey facilita el escrutinio público está dando pasos acelerados hacia la república. La calculada lejanía de la monarquía británica le da el toque de superioridad necesario para ser atractivo especialmente cuando se combina con una calculada cordialidad. Ni Isabel II ni Carlos III pueden catalogarse de “campechanos”, pero la entrada de la Reina en el Estadio Olímpico de la mano de James Bond en los juegos Olímpicos de 2012 o tomar el té con el osito Paddington en el Jubileo para luego escuchar una canción de Queen, son gestos que muy pocos gobernantes pueden hacer sin que se les vuelvan en contra.
La admiración se convierte en envidia cuando uno traslada lo que está ocurriendo en el Reino Unido a lo que puede ocurrir en nuestro país. ¿Qué ocurrirá cuando fallezca el rey Juan Carlos? Seremos, seguro, el hazmerreír del planeta. No me imagino nuestro Parlamento con todos los diputados vestidos de negro, y ellos con corbata negra. Veo imposible que líderes independentistas muestren sus respetos al rey fallecido. Nicola Sturgeon, ministra principal de Escocia y líder del movimiento independentista, emitió un más que respetuoso tuit cuando falleció la Reina: “Un momento extremadamente triste para el Reino Unido, la Commonwealth y el mundo (…) Su vida fue de una dedicación y servicio extraordinarios. En nombre de la gente de Escocia, transmito mis más profundas condolencias al Rey y a la familia real”. ¿Qué dirán los líderes de Junts, ERC, Bildu o incluso Podemos cuando fallezca don Juan Carlos? Algunos políticos han hecho más que incómoda la entrega de los premios Princesa de Girona precisamente en Girona. Deberían aprender de lo que ha ocurrido en Aberdeen o en Edimburgo, lugares donde la gente vota independentista, pero respetan la legalidad, la tradición y, en definitiva, se respetan a sí mismos. Hay muchas horas de vídeo para saber que, pese a lo que pensemos por su comportamiento en la Champions, en Lloret o en Magaluf, la densidad de tontos en el Reino Unido es infinitamente menor que la que “disfrutamos” en Girona, Cataluña o España.
El pasado sábado los miembros del Parlamento británico renovaron su juramento de lealtad al rey Carlos III. Todos leyeron el juramento oficial. Ninguno hizo las dedicatorias estúpidas con las que nos “deleitan” nuestros parlamentarios. Es más, el Sinn Feinn, partido heredero del IRA, o sea el Bildu británico, no reconocía la autoridad de la Reina, ni ahora la del Rey. Por ello no le juran lealtad. Y no hay problema, como no realizan el juramento no obtienen su acta de parlamentarios. Eso se llama, simplemente, coherencia, algo que falta aquí todos los días. Es cómico por no decir que es trágico que partidos que reniegan de la Constitución española presentan recursos de anticonstitucionalidad para defender sus competencias autonómicas casi cada semana.
En España simplemente no nos respetamos. Es increíble cómo hemos renunciado a saber quiénes somos. Hacemos todos los esfuerzos del mundo para olvidarnos de que el Reino de España ocupaba en 1750 más de 20 millones de kilómetros cuadrados, considerándose española el 12% de la población mundial, cifras solo superadas en la historia por el imperio británico, 35,5 millones y 23%, respectivamente. Los Países Bajos fueron parte de España durante 100 años y el Reino de Nápoles, o sea todo el sur de Italia, fue España durante casi 250 años. “Nuestro” Carlos III fue antes rey de Nápoles que de España. A duras penas sabemos que casi toda América también fue España, incluidas California, Texas y Florida, pero eso sí, hemos comprado la leyenda negra creada por Theodor de Bry con un fervor suicida movidos por un revisionismo histórico autodestructivo. Nuestra incultura colectiva llega a tal extremo que catalogamos como franquistas símbolos de la época de los Reyes Católicos o de Carlos V.
El Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte está dando una lección al mundo de la que nosotros, a buen seguro, no tomaremos ni apuntes. God save the Queen and the King.