Hace unos días la negociadora Marta Vilalta afirmó en un sonoro español que el proyecto independentista es transversal, caben muchos y cuantos más mejor. Nada que objetar sobre la anhelada cantidad a la que aspiran para activar de nuevo la DUI en otoño de 2023. Es sabido que, desde el indulto, los líderes de ERC están intentando que sus militantes y votantes abandonen la narcosala que han compartido con los también nacionadictos de Junts y la CUP.
El pequeño giro es claro. Junqueras y su cohorte han aceptado y puesto en práctica la tesis rufianesca del converso, es decir, al tiempo que se habla del precio del melón se ha de ampliar la base de independentistas en aquellas zonas de predominio castellanohablante. Se califica por sí solo este planteamiento sociopolítico: puro cinismo sociolingüístico.
El lingüicinismo es desvergüenza en el mentir, puesto que a diario estos individuos defienden y practican acciones y doctrinas absolutamente contrarias y rechazables, basadas en el odio y la exclusión. Además, d’un temps ençà (1931), desprecian sin complejo alguno a aquel individuo o colectivo que utiliza el español como lengua habitual en territorio catalán. No es necesario insistir en que este argumento totalitario está basado en la invención del catalán, hace un siglo, como lengua propia de Cataluña, fundamento falso, pero que sirvió para legitimar y legalizar la inmersión lingüística pujolista, y que ahora se utiliza también para prohibir el español como lengua vehicular en la enseñanza, con el conseller González (vivir para ver) a la cabeza.
Pese al poder mediático, político y económico del catalanismo supremacista, el uso del español ha sobrevivido en la calle y, por supuesto, en el ámbito privado. Es posible, como afirman los nacionalistas, que la oferta de cadenas de televisión, de periódicos o de radios en esa lengua haya sido un gran obstáculo para que su proyecto etnolingüístico haya alcanzado su principal objetivo: elegir los vecinos. Es posible también que la permanencia de estos medios haya sido un refugio para miles y miles de catalanes que han tenido y tienen el español como lengua materna y, en muchos casos, compartida con el catalán, en un bilingüismo que, es cierto, hace 50 años lo practicaban sobre todo los catalanohablantes, principalmente en el cinturón rojo de Barcelona.
Si después de cuatro décadas de represión lingüística, continúa siendo castellanohablante más de la mitad de la población catalana no se debe tanto a un fracaso de la inmersión sino a la resistencia cotidiana. Y es ahí, en el día a día donde hay que desenmascarar al lingüicinismo y sus practicantes, populistas xenófobos de tomo y lomo. La lucha de asociaciones como AEB es un excelente ejemplo de cuál es la vía para recuperar la convivencia y construir un futuro abierto para Cataluña.
Después del desastre del procés, la única salida sensata es el diálogo entre catalanes, tal y como declara a menudo Salvador Illa, aunque en el discurrir parlamentario el líder del PSC apenas lo practique. La manifestación del próximo 18 de septiembre por una Escuela de todos es una magnífica oportunidad para que la pluralidad cotidiana y ciudadana cuente con el respaldo del Parlament, al menos de la mitad, por legitimidad lingüística y democrática, justicia social y hasta poética. El elogio y la defensa cotidiana del bilingüismo es la respuesta más dialogante, sensata y próxima ante el abismo totalitario que impone el independentismo. La resistencia tiene que abandonar la intimidad y hacerse pública. Aún hay tiempo.