Oh, qué valiente la campaña publicitaria de la Generalitat para potenciar la práctica del topless en las playas y piscinas catalanas.
No, en serio: ¿de verdad había que gastar el dinero de los contribuyentes y el tiempo de los funcionarios en semejante causa?
No, no era necesario, pero sirve, por lo menos, como revelador de las manos en que estamos y de la calidad de los cerebros que las rigen. En este sentido, la propaganda de la Consejería de Igualdad y Feminismos con motivo del estúpido Día internacional del topless es un síntoma expresivo, elocuente --como lo es la hiperactividad de la señora Borràs, expresidenta del parlamento regional--, del nivel de sótano 6 al que ha llegado el Estado de las autonomías.
Hay que celebrar personas e iniciativas así, que muestran al Govern en su espléndida inoperancia. Y es que no se acaba de saber muy bien en qué nube viven nuestros gobernantes, pero desde luego los ciudadanos tienen cada día más claro que es una nube boba. Estos son informados cada día --en los telediarios, en la prensa, en su propia experiencia-- de los complejos y colosales problemas que los cercan y que pintan un horizonte encapotado, desde la inflación y el encarecimiento de la subsistencia y la energía a la desertificación del país mediante los incendios, el cambio climático, etc.
A estos desafíos responde el Govern con cábalas escolásticas sobre la independencia y con invitaciones supuestamente progresistas a que las mujeres se bañen, en playas y piscinas, sin ponerse la parte superior del bikini, para así “liberar sus pezones” de los males heteropatriarcales que, cubriéndolos innecesariamente de tela, desde siempre han tenido a sus pechos prisioneros de la “sexualización” y la “discriminación”.
Las mujeres catalanas harán, respecto al bikini, lo que más les convenga o les apetezca, o lo que menos les incomode, sin necesidad de recibir maternales consejos de la señora consellera. Estamos aquí ante otro bonito caso de política pueril y pusilánime, disfrazada de progresista y libertaria. Si hay que emprender una intervención gubernamental feminista en lo relativo a la indumentaria, sería más apropiado y valiente lanzar mensajes publicitarios --en árabe, no en catalán-- dirigidos a la numerosa comunidad norteafricana que vive y trabaja en esta región, para persuadir a sus mujeres de que se liberen del chador y del niqab (el criminal burka no lo he visto nunca en Barcelona, aunque sí en Londres), prendas que sí las “sexualizan” y “discriminan”.
Pocos espectáculos públicos son más machistas y repugnantes que el de esas parejas en el paseo de Gracia en las que el varón va en camiseta, calzón corto y chanclas, y a su lado la mujer va cubierta de negro de los pies a la cabeza. A veces les acompaña alguna niña, aún vestida como tal, la cual, viendo a su pobre madre, ya va imaginando lo que le espera en cuanto le venga la primera regla.
El enternecedor eslogan según el cual “no se debe repetir esta penalización a los pechos femeninos en los espacios públicos catalanes", ¿no sería mejor aplicarlo no ya a los pechos sino al cuerpo entero de la mujer? Y correctamente redactado debería decir así: “No se debe repetir la penalización al cuerpo y a la libertad de la mujer que representa el pañuelo islámico, el velo o el chador en los espacios públicos catalanes". Pero en estos fregados no se va a meter la señora consellera, ya que no son cosas cuquis para quedar bien, sino problemas reales y un dolor de cabeza seguro. Ahí no tiene nada que ganar.