Una letra distingue mafia de magia, aunque los profesionales que las practican suelen compartir muchos objetivos, técnicas y vocablos. La prestidigitación es una de las habilidades imprescindibles que han de dominar los mafiosos que también son magos, para ello utilizan rápidamente sus dedos o sus manos y de ese modo confunden al acosado espectador. Aquellos o aquellas que se dedican a estos Molts Honorables Oficis han de ser unos perfectos manipuladores, es decir, han de realizar certeros movimientos o rápidas maniobras para generar una ilusión y que el público la acepte como algo real. Un ejemplo es el movimiento trucado de la DUI, declarada y suspendida en un único gesto. Nada por aquí, nada por allá. Los ilusos son aquellos que, a pesar del truco o estafa, siguen creyendo en su existencia y, por tanto, exigen que solo hay que ejecutar dicha declaración para que sea efectiva.
El mafioso-mago ha de contar, al menos, con un ayudante. Este auxiliar ha de distraer al público mientras ejecuta órdenes sin rechistar. Estos personajes suelen coaccionar, agarrando por la muñeca si lo creen necesario, a aquellos individuos que se resisten a seguir el juego o a subir al escenario para servir como tontos útiles del espectáculo.
En algunos procesos los mafiosos multiplican el número de varitas mágicas para que sean compartidas por sus adeptos o miembros de la secta. A su vez, estos las suelen alzar con la convicción de estar poseídos por la superioridad moral del elegido. En otras ocasiones se utilizan tiritas de pañuelos amarillos que multiplican después de pronunciar palabras mágicas como “in-inde-independèn-cia”, con un significado similar a “abracadabra” o “ale hop”.
El mafioso-mago es un especialista en movimientos trucados. Son dos movimientos ejecutados al mismo tiempo, uno es visto por el público, el otro no. Son innumerables esas combinaciones, incluso las hacen muy cerca, en las mismas narices del iluso que ni se entera ni pretende enterarse, mientras le sisan un 3% o más de su dinero. Cuando el mafioso opta por una vía violenta deja de ser mago, aunque utilice un movimiento trucado (pistola en mano y cartera en la otra). A ese gesto se le denomina desde la progresía retrógrada “impuesto revolucionario”. La amplia difusión de esas ilusiones se complementa con la publicación de libros de magia-mafia con títulos muy expresivos: Ho tornarem a fer, L’última paraula, Y ahí lo dejo, Aprenentatges i una proposta,…
Los juegos de manos con cartas son los más conocidos y practicados. Durante el espectáculo todo le está permitido al mafioso: billetes falsos, fundas de CD sin música alguna, contratos troceados, etcétera. Cuando el mafioso-mago se equivoca de carta o no consigue forzar que el espectador escoja la que él quiere, es cuando el crédito y la popularidad del primero se viene abajo, y al grito de “esto es represión” justifica su fracaso. Es entonces cuando la Magia Borrás y el juego de tantos niños y no menos adultos muta en Mafia Borràs, y detrás de la credibilidad del mago se descubre la verdadera cara del mafioso, arrogante y prepotente, su reiterado abuso de poder y la mentira de la persecución política a su pretendida y exclusiva identidad cultural.
El escándalo solo es posible ocultarlo cuando mafia y poder es lo mismo, cuando ambos oficios –el del mafioso y el del mago— forman parte del andamiaje de un proyecto de Estado totalitario. En democracia, tarde o temprano, los engaños y las mentiras se acaban conociendo, aunque sea por el error de meter una carta en el buzón equivocado.