La industria farmacéutica Labiana aborda la aventura bursátil. Sale a cotizar Labiana Health, de Terrassa (Barcelona). Si los planes trazados se cumplen punto por punto, a mediados de junio sus acciones se comenzarán a cotizar en el BME Growth, el parquet reservado a las pymes provistas de un alto potencial de crecimiento.
Según las primeras estimaciones, el valor de la compañía rondará entre los 90 y los 120 millones. Los gestores se proponen emitir títulos de nuevo cuño equivalentes a un 40% del capital como máximo, y colocarlos entre los inversores.
De ello se infiere que no nos hallamos ante un pelotazo de corte clásico. Más bien es todo lo contrario. En efecto, los socios actuales no enajenan sus propios paquetes. Y como se trata de acciones nuevas, los fondos recaudados irán a parar por entero a las arcas sociales.
Labiana se dotará, así, de músculo financiero para acelerar su expansión por una doble vía. Primera, el fomento de las inversiones en sus recintos fabriles de Corbera de Llobregat, Terrassa y Serbia. Y segunda, llegado el caso, la captación y toma de control de las sociedades competidoras que se pongan a tiro.
Labiana cuenta con dos accionistas principales. Por un lado, la suiza Bluecolt SA con un 46%, controlada por varios directivos de la casa. Por el otro lado, con un 18%, la española Ortega Farming SL, que pertenece íntegramente a Manuel Ramos Ortega, líder ejecutivo y socio principal de Labiana.
Esta es especialista en los productos de uso veterinario, aunque también alberga una pujante división de medicamentos para la salud humana.
La historia de Labiana es trepidante. Se fundó en 1958 en el municipio de Terrassa. Desde entonces, ha cambiado de manos varias veces.
Durante casi 20 años, entre 1980 y 1999, estuvo acogida al regazo del gigante químico alemán Basf en calidad de filial experta en sanidad animal.
Luego pasó a la órbita de dos altos ejecutivos de la propia Labiana, acompañados por el fondo de capital riesgo británico 3i.
En 2003, ese fondo cedió la batuta al directivo Carlos Sánchez Cañadell y al banco holandés ABN Amro.
Poco después, Labiana entra en crisis aguda y pierde abultadas sumas de dinero. ABN se desprende de su participación a favor de la firma de servicios financieros ATC Group, sita asimismo en los Países Bajos.
Por fin, se da un último trasiego cuando ATC transfiere Labiana al resto del equipo gestor, encabezado por Ramos Ortega.
Hoy, Labiana está plenamente saneada y se desenvuelve con soltura en el mercado. El pasado ejercicio preservó su giro en el entorno de los 57 millones y declaró un beneficio bruto de explotación de 8 millones. La plantilla consta de 450 empleados.
El perímetro empresarial abarca media docena de filiales, una de ellas ubicada en Méjico.
Labiana nació en Cataluña. Sus principales dependencias fabriles se mantienen en esta comunidad. Además, aquí reside su plana mayor directiva.
Curiosamente, dejó de estar domiciliada oficialmente en Cataluña en 2018, a raíz de la inseguridad política y el pucherazo separatista. A la sazón, no dudó en largarse de estos terruños y formalizó el traslado de su sede corporativa a la lejana Madrid, al igual que hicieron millares de compañías de esta comunidad. Cuatro años después sigue anclada en el centro de la meseta. No hay indicios de un próximo regreso a sus viejos lares.
Los estrenos en bolsa como el de Labiana Health no entrañan garantías absolutas sobre el éxito de las iniciativas subyacentes. Son multitud las entidades que desembarcaron con todos los honores en las pizarras electrónicas y poco después cayeron en barrena.
En cambio, otras muchas se han servido del lanzamiento bursátil como catapulta para escalar cimas más altas y alcanzar metas ambiciosas. Labiana encierra ingredientes para figurar en esta última clasificación. Como proclamó el poeta romano Virgilio, “la fortuna siempre sonríe a los audaces”.