Cuenta la tradición que el primer estallido de una burbuja financiera de la historia la protagonizaron los bulbos de los tulipanes en la Holanda en febrero de 1637. En una sociedad adinerada el precio de estas flores comenzó a subir de manera irracional. Algunos bulbos cotizaban lo mismo que una buena casa en los mejores canales de la ciudad. Sobre ellos se había creado un mercado especulativo que, de repente, comenzó a caer de una manera tan irracional como lo había sido su subida.
El precio de cualquier activo no está ligado con su valor sino con lo que alguien está dispuesto a pagar. Hay bancos cotizados españoles cuyo precio está por debajo de un tercio de su valor de desguace. Tesla, sin embargo, cotiza por encima de 21 veces su valor contable o Apple 33 veces. ¿Dónde es mejor invertir? ¿en un activo infravalorado o en uno sobrevalorado? Depende de la expectativa sobre el precio, es decir, si hay posibilidad de recuperar valor en el infravalorado o de seguir creciendo en el sobrevalorado. Solo tendrá sentido comprar un tulipán o una acción si pensamos que la podremos vender más cara porque dentro de un tiempo alguien querrá pagar más de lo que hemos pagado nosotros, independientemente de su valor intrínseco.
Lo que aplica para bulbos de tulipán, acciones de bancos locales o de tecnológicas norteamericanas puede aplicar también para las criptomonedas. Durante unos años las hemos visto no solo subir como la espuma sino, también, proliferar y complicarse. Si la matemática detrás del bitcoin aún se puede entender, confieso que me he perdido con los algoritmos de las stable coins, activos relacionados con otros activos mediante complejos algoritmos, en teoría para reducir su volatilidad.
Un activo vinculado a una stable coin, Luna, ha perdido recientemente todo su valor y el pánico generado ha arrastrado a todas las criptomonedas. Hoy el bitcoin vale lo mismo que hace dos años, lo cual implica una caída de más del 50% desde su máximo de hace unos seis meses. La volatilidad de las criptomonedas las convierten en un vehículo, bastante opaco, para la especulación, pero no para el intercambio comercial. La idea de El Salvador de hacer del bitcoin su moneda oficial o de Tesla de poder comprar coches en bitcoins se demuestran inviables. Otra cosa es su uso para quien quiera probar suerte a enriquecerse o arruinarse, los juegos de azar están permitidos, pero las criptomonedas no pueden usarse para comprar bienes, al menos con la volatilidad actual.
Pase lo que pase con las criptomonedas, siempre aparecerán nuevos activos cuyos precios se dispararán. Hay botellas de vino que cuestan más de 20.000 euros, obras de arte que cuestan cientos de millones y ahora aparecen los NFT que permiten poseer activos digitales. Recientemente se vendió en una subasta una reproducción digital de la casa Batlló por 1,38 millones. Aún está lejos de los 195 millones que logró en la misma subasta un cuadro de Marilyn pintado por Warhol, pero no está nada mal pagar 1,38 millones por una fotografía animada. No es su valor, no es lo que cuesta, es lo que se quiere pagar por algo que nos garantizan que es único y que, a lo mejor, se revaloriza algún día. Pero lo mismo que un buen vino puede acabar en vinagre, alguno de los activos digitales hoy tan de moda pueden despeñarse, si no que se lo digan a los que tenían tokens Luna.
Cada uno puede hacer con su dinero lo que quiera, sin duda, pero el que lo pierda especulando en criptomonedas que venga llorado de casa, lo mismo que a quien se le caiga al suelo una botella de vino carísima, se le pudra un tulipán o se arruine en un casino.