Sin duda alguna, el primer año de gobierno de Pere Aragonès no pasará a la historia por sus éxitos y por sus avances. El martes 24, los consellers tomaron posesión. Siendo sinceros, no ha sido un Gobierno que haya roto nada como hicieron sus antecesores. Aragonès llegó a trancas y barrancas en pleno Covid y con un socio forzado, sin sinergias y, lo peor, sin confianza. En todo este tiempo solo ha aprobado dos leyes: la ley de Presupuestos y la ley de Acompañamiento. A partir de aquí, el desierto.
Casi parece que la consigna sea no romper el equilibrio, aunque no pocas veces se ha roto. La más significativa fue la posición de los socios sobre la ampliación del aeropuerto, donde enmendó la plana a su vicepresidente porque las bases republicanas se alzaron en armas en el territorio, o la kafkiana posición sobre los Juegos Olímpicos de invierno, donde el Govern ha evitado tomar posición a la vez que ha realizado una consulta en el territorio. O sea, consulta, pero sin fijar posición izando la bandera de “lo que diga la gente”, que es como decir no voy a perder ni una pluma tomando una decisión.
Sin embargo, es de rigor decir que Aragonès es un hombre pragmático que ha huido de generar y atizar conflictos, al tiempo que se esconde siempre detrás de la “voluntad popular” para evitar tomar iniciativas. Y cuando lo ha hecho, incendios por doquier. Sobre todo, en el Departament d’Educació, donde los conflictos o se agudizan o se enquistan. Se agudiza la huelga de profesores en contra de los proyectos de la consejería que no ha tenido ni mano izquierda en la negociación y que no ha sabido buscar complicidades en los trabajadores del sector. Si bien su propuesta de reorganización del curso parece una buena idea, no lo es tanto si se hace a espaldas de quienes tienen que llevarla a cabo. Y se enquista porque la falta de decisión, de valentía, ha evitado que se cierre un acuerdo en tiempo y forma para blindar el 75% del catalán en la escuela, o si lo prefieren, el 25% de castellano. A la hora de escribir estas líneas, el pacto está en el aire. Si llega será sobre la campana y provocando una tensión que podría haberse subsanado más allá de las soflamas.
Parece que la consigna sea prudencia, pero la prudencia que después de tantos años de exceso de palabras altisonantes era necesaria, no puede ser sinónimo de inacción. La mayoría de los consejeros no mueven pieza y las conselleries dan la callada por respuesta a las inquietudes y las demandas de todo tipo de colectivos. Nada se cierra si se levantan ampollas, como si no supieran que gobernar siempre levanta ampollas, porque nunca llueve a gusto de todos.
Esta inacción ha llevado a perder la fábrica de baterías, a tener la solución a la crisis de Nissan en una nevera sin que la cosa avance, a ver cerrar empresas sin que se haya visto una voluntad de coger el toro por los cuernos. Solo, después de un año de adormecimiento total y absoluto, una alegría: una multinacional coreana instalará un centro de baterías en Mont-roig del Camp. De momento solo es una noticia, no una realidad, pero bienvenida sea, porque hasta ahora la única alegría ha sido acoger la Copa del América, lo que no es para tirar cohetes precisamente.
Los Presupuestos y la ley de Acompañamiento salieron por el empecinamiento de Aragonès, que cerró el acuerdo no “con la mayoría independentista del 52%”, sino con los comunes, poniendo negro sobre blanco que esa mayoría es una entelequia y una veleidad que se cayó a la primera de cambio. Aragonès sabe que la matemática parlamentaria tiene otras salidas, pero de momento no las explora con la salvedad mencionada. Ahora, veremos qué pasa cuando Junts convoque una consulta para romper el Govern. Entonces se abren nuevas posibilidades de las que ERC reniega porque hace sus cálculos demasiado sobre las previsiones electorales. El PSC es su rival a batir y eso de pactar con los socialistas catalanes levanta sarpullidos porque siempre colea la acusación de botiflers que lanzarán los de Junts, que por lo bajini silenciarán sus pactos con los socialistas. De momento, Aragonès se ha reunido más veces con Puigdemont que con el líder del PSC, Salvador Illa, que conviene recordar que es el partido más votado en Cataluña.
El próximo año tampoco augura nada bueno porque los consellers, en su gran mayoría, no están a la altura. De hecho, si se hiciera una encuesta costaría que los ciudadanos dijeran quiénes son. La mayoría están pasando sin pena ni gloria. Unos preparando su futuro en su partido. Otros, no metiéndose en charcos. Los más solo ostentando el cargo y la representación. Ha pasado un año. No se ha roto nada, pero tampoco se ha construido nada. La última encuesta publicada deja en mala posición a los partidos de Govern. En manos de Aragonès está mover pieza para recuperar la iniciativa. No estaría de más que hiciera algunos cambios para que las conselleries fueran algo más que meras gestorías y el Govern de Cataluña hiciera algo bastante fácil de entender: gobernar.