Para la mitología griega Pegaso era el caballo alado de Zeus. Ahora, da nombre a un software para espiar y el leitmotiv de una gran operación propagandística. El escándalo político no suele existir en sí mismo, sino que se construye cuando se le necesita.
Estos días, en la política catalana y española, oímos numerosas declaraciones de tono alto y rasgado de vestiduras que vituperan el presunto espionaje realizado a partir de un reconocido programa israelí creado a tal efecto. No se sabe su alcance ni el qué ni el cómo ni el quién, pero funciona una campaña bien organizada e informativamente bien engrasada, prefigurando responsables, corroyendo las instituciones y el gobierno de turno exigiendo no sólo que rueden cabezas, sino la verbalización pura y simple que ha existido un proyecto organizado y ejecutado de seguimiento del independentismo.
Lógicamente que haya habido espionaje no debería banalizarse. Pero cabe decir que es lo que hacen los servicios de inteligencia de todos los Estados modernos, así como también grupos privados en una defensa poco limpia de sus intereses. La aceptación de que esto ocurra debería depender de si se realiza con autorización judicial o sin ella. Esta es la clave, a pesar de ser un tema que siempre se mueve en los márgenes.
El independentismo, de forma sesgada, aprovecha para erigir una causa general contra España. En su decaimiento actual, especialmente el sector más hiperventilado que cree en el cuanto peor, mejor, necesitaba una vía para volver levantar la dialéctica del enfrentamiento identificando lo español con una democracia de baja calidad, falta de respeto a los derechos fundamentales e incluso con el franquismo. Un intento por revertir la desmovilización de los fieles, los efectos geopolíticos adversos que significa la invasión de Ucrania, las manifiestas vinculaciones con la Rusia de Putin, el descrédito internacional. Y reagrupar un movimiento no sólo disperso, sino dividido y confrontado de forma profunda. Además, se avecina un ciclo electoral.
En los tiempos que corren, todo necesita una marca simplificadora e identificadora. Lo que se ha dado en llamar pomposamente el Catalangate es poco más que un invento producto de un encargo del mismo independentismo hecho a un laboratorio canadiense, CitizenLab, que tiene poco independiente y al que se le asigna una solvencia que no merece. Es lo que hace, informes por encargo.
Que quien lo haya elaborado sea justamente un catalán que jugó un papel destacado en el Tsunami Democràtic y los altercados de hace unos años, se pretende un hecho casual. Hace tiempo que el montaje estaba elaborado, pero se da a conocer justo cuando el Parlamento Europeo comunicó la creación de una comisión para investigar el abundante uso realizado en todo el mundo de este programa de espionaje telefónico de origen israelí, para que así se confundiera lo catalán con la preocupación general. Que el mismo día de darlo a conocer se tuviera a punto el lanzamiento de una página web de nombre Catalangate ya preparada y plena de contenidos, por lo visto también es una casualidad.
Estamos ante una campaña orquestada con el fin de que la presión informativa y el predominio del tema en la agenda política española ponga en crisis a la mayoría gubernamental. El intento de creación de una comisión parlamentaria al respecto obedece justamente a esta pretensión de desgaste y bloquear cualquier avance en la desescalada catalana. No interesan las explicaciones y menos la verdad. La finalidad de una comisión de investigación en el Congreso es solo que exista y convertirla en el centro de la política española. Los grandes beneficiarios de todo, el Partido Popular y Vox.
Que el independentismo unilateralista haga esta apuesta resulta poco sorprendente. Llama más la atención y sale de toda lógica la sobreactuación de Esquerra Republicana. ¿Dónde los lleva? Parece absurdo que ERC juegue deportivamente al forzar el fin de legislatura. Si lo hace, quiere decir que su estrategia de realismo se va a hacer puñetas y queda en tierra de nadie frente a planteamientos catalanes más radicales o esencialistas. Hacer arrastrar a la actual mayoría parlamentaria durante el año y medio que queda de legislatura implica preparar el terreno para una victoria nítida de una derecha que viene de la mano con la derecha más extrema.
Esto, a al menos una parte de Junts, la CUP y las llamadas entidades de la sociedad civil, ya les va bien. Significa abandonar cualquier pretensión de tender puentes y llegar a transacciones satisfactorias para todos. Representa recuperar la dialéctica salvaje y empobrecedora amigo-enemigo, entre el bien y el mal.
Hay quien hace el cálculo de que esto reagrupa y cohesiona a los suyos, pero deberían pensar que esto comporta un drama para el país. Tenemos ya demasiadas evidencias de que quienes se llenan la boca afirmando que atizando el conflicto defienden la patria, les interesa poco el futuro de Cataluña y, menos aún, el de sus ciudadanos. La derecha más reaccionaria tiene prisa por llegar al poder. Y son muchos los que ayudan.