Lo que voy a comentar ahora sonará un poco esnob, pero cada vez que he usado una aplicación de dating he descartado sin compasión a los hombres que afirman ser ingenieros informáticos, analistas de datos o cualquier otra profesión que a mi cerebro le suene aburrida.

El resultado es que siempre acabo teniendo citas con hombres con profesiones que me despiertan curiosidad --fotógrafos, cooperantes internacionales, neurólogos, capitanes de velero, deportistas, guías de montaña-- pero luego casi todos tienen un ego como un piano y mi vida les importa bastante un pepino. Enseguida veo que lo que más desean es ser escuchados y, claro, conmigo eso es fácil, ya que --quizás por defecto profesional-- siempre hago muchas preguntas y me intereso por sus vidas, lo que, de forma inconsciente, es una buena estrategia para tener éxito en una cita, así que suelo acabar liándome con ellos.

Pero a partir de ahora esto va a cambiar. Me he prometido a mí misma que no voy a juzgar a un hombre (o a una mujer, por supuesto) que todavía no conozco de aburrido solo por su trabajo. Sin embargo, ¿por qué lo he estado haciendo toda mi vida?

Según un estudio reciente llevado a cabo por la Universidad de Essex (Reino Unido), las personas tenemos muchas ideas preconcebidas sobre los rasgos que componen el estereotipo de aburrido. Estos prejuicios pueden no ser objetivamente ciertos y tener consecuencias muy negativas.

“La gente juzga duramente a los que coinciden con los estereotipos de aburrido, considerándolos menos competentes y cariñosos que la media, y rechazándolos injustamente en las interacciones sociales, antes incluso de que hayan abierto la boca. Se les margina", comentaba  la semana pasada a la BBC Wijnand van Tilburg, psicólogo social experimental de la Universidad de Essex que ha dirigido la investigación.

Estos prejuicios condicionan nuestras interacciones sociales. Según van Tilburg, cuando acudimos a un encuentro con expectativas excesivamente negativas, podemos acabar perdiéndonos una conversación potencialmente agradable, mientras que si vamos con una mente más abierta, podría florecer una incipiente amistad.

Van Tilburg lleva más de veinte años investigando el fenómeno del aburrimiento y asegura que es una de las emociones más insoportables que podemos sentir como seres humanos, con un impacto en nuestra conducta mucho más grande de lo que imaginamos. Pone como ejemplo un experimento llevado a cabo por la Universidad de Virginia, donde un grupo de 42 personas fueron encerradas durante 15 minutos en una habitación sin ningún tipo de distracción (ni teléfono móvil, ni tableta, ni ordenador, ni libro, ni nada de nada). Lo único que podían hacer era tocar un interruptor que producía descargas eléctricas dolorosas. Pues bien, 18 personas, de tan aburridas que estaban, decidieron hacerlo.

Eso nos lleva a la conclusión de que el aburrimiento profundo también tiene sus beneficios, ya que nos lleva a experimentar situaciones diferentes o ser más creativos con el fin de buscar algún tipo de estímulo. Este enfoque más positivo sobre el aburrimiento ha sido el objeto de estudio del investigador y neurocientífico canadiense James Danckert, convencido de que estar harto de una rutina nos fuerza a explorar nuevas oportunidades.

Por otro lado, las investigaciones de Danckert demuestran que la sensación de aburrimiento es especialmente agónica cuando tenemos muy presente que hay otras fuentes potenciales de estimulación cerca. Es decir, a una persona le resulta mucho más duro quedarse en una habitación sin hacer nada si tiene delante un puzzle o un teléfono móvil que no puede tocar. 

Esto explicaría por qué nos causa tanto malestar estar atrapado con un aburrido en una fiesta cuando a nuestro alrededor suenan conversaciones mucho más interesantes. “Mientras nos obligamos a escuchar los detalles más minuciosos del trabajo de la persona que acabamos de conocer, estamos perdiendo la oportunidad de establecer una conexión social más profunda con alguien que se adaptaría mucho mejor a nuestra personalidad. En términos psicológicos, nos damos cuenta de todos los costes de oportunidad que ha supuesto la conversación”, concluye Danckert.