Esta semana en una cena me preguntaron si alguna vez había sufrido un ataque de ansiedad. “La verdad es que no”, respondí, sincera, recordando la primera vez que vi a alguien sufriendo uno.
Si no me falla la memoria, fue con 17 años, cuando cursaba COU. En plena clase de Historia, mi amiga Laia (he preferido cambiar el nombre), que se sentaba detrás de mí, me tocó la espalda para avisarme de que se estaba ahogando. Estaba sudando y respiraba de forma entrecortada. Alcé el brazo para llamar a la profesora y se la llevaron enseguida a la enfermería.
Por la tarde, Laia me explicó lo que le había dicho el médico: que había sufrido un ataque de ansiedad. No sabía muy bien los motivos, más allá de lo agobiada que se sentía por tener que estudiar para los exámenes e ir cada tarde a trabajar a la empresa de su padre.
En todo este tiempo, lo más parecido a un ataque de ansiedad que habré sufrido yo fue el ligero dolor por encima del pecho que sentí durante un par de días, hace ya cinco o seis años, en los que estuve muy preocupada por un tema de salud, pero enseguida se me pasó.
Estos días, sin embargo, cuando leo las noticias sobre Ucrania y observo a mi hijo de un año jugar feliz en un jardín donde no ha caído una gota de lluvia en no sé cuantas semanas, no puedo evitar que se me encoja un poco el corazón y me invada un sentimiento de angustia. ¿Qué mundo se va a encontrar cuando sea mayor? ¿Tendrá que lidiar con incendios e inundaciones al lado de casa, con otra pandemia, con otras guerras que nadie entiende?
“No podemos agobiarnos por problemas que escapan de nuestro control”, me dijo mi amiga Isa, que también tiene un hijo pequeño.
Asentí con la cabeza, a pesar de que su comentario no me consoló demasiado. El nuevo informe del IPCC, el panel de expertos sobre el clima, es desolador, especialmente para España: el cambio climático ha reducido ya la producción de alimentos y se estima que los cultivos agrícolas en el Mediterráneo podrían descender un 17% en 2050. Además, las aportaciones de agua dulce se reducirán entre un 4% y un 8% en los países de esta cuenca, tanto si se toman medidas como si no para evitarlo. Por otra parte, un 48% de las especies animales y vegetales terrestres, en el peor de los escenarios, corren un alto riesgo de extinción a causa del calentamiento global.
“Sentirse abrumado por los acontecimientos actuales --grandes o pequeños-- es una reacción natural a los tiempos traumáticos que estamos viviendo”, escribe en el diario británico The Guardian Georgie Harman, directora de Beyond Blue, una organización australiana que vela por la salud mental. En el artículo, Harman pretende tranquilizar a todos aquellos que se sientan ansiosos o con la cabeza nublada por haber pasado dos años recalibrando constantemente nuestras vidas y nuestras mentes para adaptarnos a una "nueva normalidad" siempre cambiante. “Y este prolongado estado de hipervigilancia puede ser agotador”, constata.
El artículo menciona lo que un grupo de investigadores de Harvard han bautizado como "cerebro pandémico", un fenómeno observado en algunas personas después del confinamiento, donde la neuroinflamación inducida por el estrés puede causar fatiga, pérdida de concentración y otros cambios de humor.
“A medida que nos abrimos paso en un mundo que parece notablemente diferente al de antes del Covid, cualquier estrés adicional, ya sea en nuestra vida personal o en el mundo en general, puede parecer un gran peso a soportar”, escribe la experta en salud mental, para acabar dándole la razón a mi amiga: Para reducir la ansiedad, asegura, lo mejor es limitar el consumo de noticias y redes sociales, “porque cuanto más tiempo pasamos dándole vueltas a las cosas malas, peor nos sentimos”.
No hay que sentirse mal por ello, añade, ya que limitar la exposición a las malas noticias y apagar las notificaciones no significa que no te importe el sufrimiento de la gente. Su otro consejo es ser más autocompasivo con uno mismo: “Trátese como lo haría con un amigo”, sugiere: “Sea amable, paciente e indulgente y reconozca que está dando lo mejor de usted en circunstancias difíciles”.