Un amigo ucraniano, que mantiene contacto diario con su familia encerrada en Kiev, dice que Putin vive la guerra desde un refugio atómico, situado lejos de Moscú. El dictador ha plantado a Stanley Kubrick (director de ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú) para instalarse en el subsuelo de los demonios de Sergei Necháyev. El sátrapa tiene claro el todo o nada; ha cargado su revólver y se ha sentado delante de la mesa para jugar a la ruleta.

El flanco militar de la UE es la primera bala en el tambor del cañón que apunta a la sien de Putin. La segunda bala es la económica: la Bolsa de Moscú cerrada, el rublo en caída libre sin convertibilidad al dólar y la deuda pública rusa convertida en bono basura, fuera de mercado. La tercera bala es la disciplina impuesta por Washington, donde reside la hegemonía del sistema monetario mundial a través del dólar, divisa de referencia. La cuarta, es la posición intermedia de China, donde el yuan no levantará al rublo si el resto del mundo no lo hace.

La quinta bala es la máquina de guerra del Kremlin que se financia a base de fabricar papel moneda, cuya sobreabundancia está creando ya una tensión inflacionaria al estilo argentino. Y la sexta es consecuencia de la anterior: corralito, con los ciudadanos haciendo colas delante de las sucursales bancarias. Finalmente puede haber una séptima bala imparable: miles de ataúdes con soldados regresando del frente, lo que desataría una oposición interior que ya es visible en medio Rusia.

Mientras avanza el horror en Ucrania --ayer fue bombardeada cruelmente la población civil de Járkov-- los políticos europeos, que han jugado en algún momento la carta del presidente ruso para desgarrar a la UE, se sumergen en un silencio avergonzado. Allí están arrinconados Marine Le Pen o Salvini, Vox, AfD y nuestro elíptico Carles Puigdemont con sus amigos de Junts, además del ala anti-OTAN de Esquerra, unida al izquierdismo angular de un Podemos en capa caída; casi todos retocan sus primera declaraciones, como ha hecho el Govern al denunciar la guerra o como Oriol Junqueras comparando a Ucrania con Cataluña. Ya imaginábamos que este hombre suscitaría una vez más la compasión, arma de los débiles y talón de Aquiles de los prepotentes. Otros se replantean su no a España como hizo Laura Borràs en el caso del diputado Juvillà, al no arriesgar más de la cuenta en defensa del escaño y aceptar la decisión de la Junta Electoral Central. Primum vivere.

El soberanismo solo rectifica a toque de campana. Echa mano de la conciencia para justificar la apariencia; convierte la actividad de la conciencia en hambre de apariencia. Ahora resulta que Putin es quien es: el demonio. Estamos de acuerdo. Pero entonces ¿A qué vino darle la mano al oligarca felón, cuando la UE le dijo no a la DUI? ¿A qué vino vivir peligrosamente y construir ciudades en el Vesubio?

Los eurófobos se empequeñecen frente a la nueva agenda de la UE: “Ha nacido la Europa geopolítica”, proclama Josep Borrell, el Alto Representante para Asuntos Exteriores y Seguridad, justificando la “capacidad coercitiva” contra las “fuerzas del mal que resuelven los conflictos por las armas”. ¡Bravo! Bruselas asume los costes de desplegar su perfil militar unido, con Alemania al frente por primera vez desde Yalta. Por su parte, Putin sigue buscando lo que desea. Quiere el fuego de Prometeo y lo incendia todo para pacificar su afán.

Ningún signo es inocente. La guerra se alarga a causa de la resistencia de Ucrania. No es un paseo triunfal de Atila ni el Teléfono Rojo de Kubrick, con los Dr. Strangelove, general Ripper o mayor King Kong confundiendo los botones nucleares con la instalación eléctrica del Estado Mayor de la Defensa. El resultado podría ser el mismo; esperemos que no. No es hora de modificar la edad de la Tierra, ni de inventar fósiles, desde que Voltaire dijo que las piedras con relieves eran pechinas arrojadas por peregrinos camino de Santiago.