La presidenta del Parlament, Laura Borràs, ha protagonizado uno de los episodios más rocambolescos de nuestra historia política. A modo de resumen, tras un sinfín de aspavientos y proclamas grandilocuentes, ha acatado la orden de la Junta Electoral Central por la que se le retira el escaño al diputado Pau Juvillà. Pero, por si acaso alguien dudaba de su arrojo y tesón, no se le ocurre nada más que acudir tan ufana al corte de la Meridiana, saltándose las órdenes de la Conselleria de Interior de la Generalitat. A comentar este nuevo desatino de una política tan caricaturesca, pensaba dedicar la totalidad de esta columna, pero no puedo evitar referirme a la crisis del Partido Popular.
Esta misma semana, Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso han ofrecido un rifirrafe que es difícil de creer. Además de ridículo resulta muy preocupante pues, a diferencia de lo meramente estrambótico del episodio de Laura Borràs, un personaje que pronto formará parte del pasado y al que recordaremos por sus actitudes grotescas, los populares tienen opciones reales de gobernar España en un futuro cercano.
Al margen del sinfín de detalles folletinescos que adornan el caso y de las múltiples consideraciones a las que nos pueden llevar, el enfrentamiento a muerte en el seno del Partido Popular me conduce a una sola conclusión, la de cómo es posible que podamos estar en manos de personajes a los que ya les costaría gobernar ordenadamente una comunidad de propietarios.
A la vista de todo ello, uno tiende a pensar que estamos ante un episodio genuinamente español. Pero los mismos días que se suceden estos acontecimientos, leemos que el presidente de la república francesa, Emmanuel Macron, presiona para que Mbappé siga jugando en el PSG. Es decir, se pone en manos de la oferta que pueda hacerle al delantero el fondo de Qatar, propietario del PSG, para preservar la grandeur.
Así las cosas, me permito recomendarles a mis amables lectores que se olviden de la actualidad y lean Oblómov, la magnífica obra de Iván Goncharov que da nombre a esta columna semanal y que, si se lo pueden permitir, hagan como el protagonista de la novela. Y esperen, tumbados en el diván a que, algún milagro mediante, el tiempo nos libere de este tipo de personajes.