Vivir y cobrar sin trabajar es una fantasía que todos hemos tenido en alguna ocasión. Hemos imaginado a qué actividades recreativas y lúdicas dedicaríamos nuestro tiempo con la tranquilidad de cobrar una buena nómina y sin que, en contrapartida, tuviéramos que hacer unos horarios, asumir unas responsabilidades, dar cuentas... Disponer de un salario y vivir la vida sin esfuerzo y sin la condena bíblica del trabajo, a quien más quien menos, nos sentaría bien. Pero, para la mayoría de los mortales, es un pensamiento momentáneo, una pura quimera que nunca se cumplirá y que, probablemente, es mucho mejor que no se materialice.
Hace unos días, sin embargo, hemos descubierto que hay gente cerca de nosotros que sí, que la vida le ha regalado esta oportunidad. Veintitantas personas (no los llamaré trabajadores por respeto a los que lo son) a sueldo del Parlamento de Cataluña y parece que de manera extensiva a otras instituciones como la Sindicatura de Cuentas han obtenido el privilegio de, sólo con quince años de antigüedad, poder cobrar el salario completo a partir de los 60 sin acercarse al trabajo. Ojo, no es una jubilación anticipada. Como buena cultura funcionarial, siguen siendo propietarios de la plaza y van generando trienios que agrandan su salario.
El concepto utilizado por esta magnífica obra de dejadez, holgazanería y desperdicio de los recursos públicos recibe el poético nombre de “permiso de edad”. El tema no es nuevo y parece que esta prebenda se remonta al 2008. El procedimiento es muy claro: se quiere renovar a altos empleados de la institución considerados políticamente poco afines y los jerarcas de la institución, que no se las quieren tener con los funcionarios, deciden ofrecerles un retiro dorado que es cobrar y no acercarse al trabajo. Para que la cosa no provoque resquemor en los ojos de los colegas, se extiende a todos los funcionarios de la institución, quienes se apuntan deseosos a tal chollo. El pequeño considerando a tener en cuenta es que esto tan injusto, injustificado, inmoral y costoso lo pagamos entre todos. Nadie habría financiado de su bolsillo tan ilógica situación de privilegio.
El tema no es anecdótico y pone de relieve no sólo la manera frívola en como se utilizan con demasiada frecuencia los caudales públicos, sino también los beneficios que implica trabajar a la sombra del poder. Porque si el mismo concepto resulta inaceptable, también descubrimos unos niveles de salarios en algunas actividades que nada tienen que ver ni con la proporcionalidad ni con el mercado. Hemos visto nóminas que van de 4.000 a 10.500 euros mensuales limpios de polvo y paja. Cifras impúdicas.
Cuando el tema ha aparecido, han quedado fotografiados los presidentes del Parlamento que ha habido desde 2008 y que han dado por buena la situación. Ernest Benach de forma torpe lo ha justificado en nombre de que "eran otros tiempos". Por supuesto. Tiempo de crisis económica, de despidos y precarización que él, sin embargo, bien acolchado en el coche oficial que se hizo “tunear” para viajar más cómodo, no se dio cuenta de lo que ocurría en el mundo real. De hecho, ningún “tiempo” da coartada a algo así y más les valdría a los muchos que lo sabían, que pasaran vergüenza, pidieran disculpas y lo arreglaran.
Porque, aparte de presidentes de la institución, había mesas del Parlamento con representantes de todos los grupos parlamentarios que parece que o bien no se miraban el presupuesto anual que aprobaban, o bien se instalan ahora en el cinismo de argüir un desconocimiento que no podían tener. Hay también todos los diputados de la Cámara, de las bancadas del Gobierno o de la oposición, además de la multitud de filtros de control presupuestario que debían haberse dado cuenta, denunciado e impedido lo que alguien ha definido como una "práctica de pillaje institucionalizada".
Constatamos a menudo el distanciamiento de la política por una parte creciente de la ciudadanía e incluso las actitudes “antipolíticas” que alimentan los discursos populistas e iliberales de las derechas extremas. Aunque las fallas del sistema democrático no justificarán nunca su negación, hechos como el de los salarios del Parlamento, así como la dejadez y frivolidad que lo ha permitido, son el caldo de cultivo del relato de los que se han constituido como antisistema. Así, es fácil construir la existencia de una casta hecha de connivencias entre funcionarios y políticos cuya finalidad última sería la extracción de buenos salarios y todo tipo de canonjías. Si no se depura de forma clara y ejemplar este tema y todas sus derivadas, en esto el país habrá perdido cosas mucho más importantes que dinero.