A pesar de su escasa visibilidad, la mediana empresa española pisa fuerte. Esa falta de visibilidad deriva, en parte, de la propia clasificación de las empresas que tenemos en España, micro, pequeña y mediana (pyme) y gran empresa. Dentro de esta última categoría se encuadran compañías con más de 50 millones de euros de facturación y más de 250 empleados, niveles que esconden una gran heterogeneidad, realidades y necesidades muy distintas.

En España se suele denominar mediana empresa a las que tienen una facturación inferior a 50 millones de euros y un máximo de 250 empleados. Sin embargo, existe también un amplio segmento de empresas, que podríamos llamar middle market siguiendo la terminología de otros países europeos, que facturan entre 50 y 500 millones de euros. A este grupo, que tiene poco que ver con las grandes empresas con miles de millones de euros de facturación, habría que prestarle una atención específica en cuanto a normativa, ayudas, incentivos e, incluso, representatividad social.

Según datos del CRE100DO, este colectivo de middle market está compuesto en España por 1.800 empresas --sin contar con las filiales directas o indirectas de multinacionales extranjeras-- y representa una facturación equivalente al 18% del PIB generando un millón de empleos directos. Dentro de este segmento de empresas, tenemos a varias hidden champions, líderes mundiales en su mercado, pero, cuyos nombres, sin embargo, apenas son conocidos.

A pesar de esta realidad, el middle market español y las medianas empresas representan un porcentaje muy pequeño de nuestro tejido empresarial donde predominan las microempresas. El insuficiente tamaño que alcanzan las empresas es una cuestión que viene preocupando a gobiernos de distintas legislaturas, aunque por ahora ninguno haya logrado encontrar la solución.

Está demostrado que a más tamaño, más productividad, más resiliencia, y que a mayor productividad, mejor compiten en un mundo globalizado y entonces se produce mayor creación de riqueza y bienestar para la sociedad en su conjunto. Llama la atención, por ejemplo, que el impacto económico negativo de la pandemia se reduce a medida que aumenta el tamaño de las empresas. En economías como la alemana, en la que el tamaño medio de la empresa es mayor que en la economía española, el impacto de la crisis ha sido menos traumático en términos de empleo.

En este entorno, comenzamos a ver cómo los fondos de deuda, los llamados direct lending, se interesan cada vez más en este segmento empresarial; de hecho han duplicado su presencia en los últimos seis años. A raíz del colapso financiero del 2008, se produce una abrupta consolidación del sistema bancario (menor número de players y cierre masivo de oficinas). Desde entonces se acelera el desarrollo de fuentes alternativas de financiación para cubrir el hueco dejado por los bancos.

El pasado año se realizaron en España un número significativo de transacciones con participación del direct lending, aunque todavía está muy lejos de las miles que se realizan anualmente en Reino Unido o Francia, países que están a la cabeza en número de operaciones realizadas anualmente. Las fusiones y adquisiciones siguen siendo el principal motor del direct lending: el 71% de las operaciones en Europa (incluyendo Reino Unido) tienen como objetivo la financiación de una adquisición.

Pero no solo los fondos de deuda se sienten atraídos por este segmento de empresas, el private equity (capital riesgo tanto nacional como internacional) también se interesa cada vez más en el middle market español. Un grupo de posibles compradores que a menudo son ignorados por las empresas.

A pesar de ese creciente interés, el ecosistema empresarial español se resiste a cambiar su idiosincrasia y sigue a la cola de los países europeos en la apelación a la financiación alternativa. Esta reticencia también se visualiza en el número de compañías españolas que cotizan en el mercado alternativo (BME Growth), que es un 70% inferior a la del resto de países europeos.

El número de empresas medianas en España es un 33% inferior a la media de la UE. Las trabas regulatorias, fiscales, contables, laborales, financieras y de competencia son un claro freno que disuade a las empresas a seguir creciendo. El mundo económico y empresarial observa con gran interés el Mittelstand alemán, y trata de descubrir su gran éxito como garante de la estabilidad y el progreso del país. Aunque ese modelo no es fácil de exportar e implantar puede ser sin embargo una inspiración a la hora de definir reformas estructurales.

Sin duda debemos aplaudir la iniciativa de la vicepresidenta Calviño con su proyecto de Ley crea y crece que trata de promover la creación de empresas, señalando también la necesidad de reforzar la financiación alternativa a la bancaria. Esperamos, pues, que en el trámite parlamentario se puedan corregir las disfunciones de nuestro sistema para que este proyecto ayude a fomentar también el aumento de tamaño de nuestras empresas.

Una regulación más flexible y gradual que no se convierta en un freno para el crecimiento, (la nuestra --por ejemplo-- penaliza a las empresas pequeñas que quieren ser más grandes, con un incremento en el Impuesto de Sociedades, entre otras trabas), el nuevo Plan de Modernización de la Formación Profesional, una mayor utilización de los diferentes tipos de financiación alternativa , ya sea a través del DL, private equity, mercado de capitales, las fusiones y adquisiciones, que han aumentado cerca de un 40% en el 2021 y están siendo financiadas en un porcentaje elevado con fuentes alternativas, puede ayudar a que nuestras empresas ganen ese tamaño que necesitan para promover el crecimiento, la productividad, el empleo de calidad y el bienestar en general.