Ante las amenazas del zar Putin es más bien perder el tiempo añorar los tiempos de Gorbachov o Yeltsin porque sobre todo se trata de remachar a tiempo la OTAN y articular con verosimilitud una política europea de seguridad. Quien sabe si la crisis de Ucrania puede ser una oportunidad para la OTAN, necesitada de un “reset” desde que concluyó la guerra fría. Por mucha diplomacia y diálogo que se quiera, el hecho es que Putin no acepta que los ciudadanos de Ucrania deseen la integración en la OTAN, del mismo modo que al Kremlin todavía le duele que países como Polonia --exvasallos del Pacto de Varsovia-- optasen por el atlantismo al caer el muro de Berlín.
Afortunadamente, el PSOE de Sánchez no hace marcha atrás en la posición --o rectificación-- que hizo el felipismo después de la gran feria del “De entrada, no”. Eso queda para Podemos y para la ultraizquierda que prefiere el régimen de Chávez a la comunidad atlantista.
En Rusia, eslavófilos y occidentalistas siguen enfrentados como en el siglo XIX. Para el nuevo nacionalismo ruso, aliado permanente de Putin --exdirigente del KGB--, lo que importa es la Gran Rusia y su expansión. Aunque Rusia ya no sea una superpotencia --o precisamente por eso-- Putin lleva ventaja al agitar de nuevo el viejo estandarte de Eurasia, con la excusa de las humillaciones que la Rusia ultranacionalista dice haber recibido de Occidente. Sondeo tras sondeo, la valoración de la tradición demoliberal en Rusia está bajo cero. En la configuración del “eurasismo”, la extrema derecha europea actúa un parche sombrío y tóxico. Su concepción del mundo está formulada en las tesis eurasiáticas de Alexandr Dugin, a veces portavoz oficioso de Putin y teórico del “populismo integral” que propugna el líder ruso dispuesto a perpetuarse, como el emperador chino. Dugin va más allá de las críticas a las élites globalistas. Considera, a semejanza de Putin, que la hegemonía liberal en Occidente está en crisis. Por supuesto, cree que es un deber patriótico pararle los pies a una Ucrania independiente que desea ser miembro de la OTAN. Al contrario, el futuro de Ucrania ha de ser Eurasia, un nuevo imperio de dimensión asiática más que europea. Para Dugin, Rusia es una civilización, la Tercera Roma. Habla de destino cósmico de Rusia y de los Estados Unidos como imperio del mal. Por supuesto, Vladimir Putin lo adereza con grandes dosis de realpolitik cruda. Es lo que ahora mismo está en juego en la frontera entre Rusia y Ucrania y en las salas de operaciones de la OTAN.