¿Dónde queda aquella idea de honestidad, de escrupuloso rigor en las cuentas, de austeridad, que debería ser consustancial a la virtud del servidor público y ejemplo para la sociedad? Esta pregunta sólo puede responderse con una sonrisilla paternal y despectiva. Hoy día el que reclama ejemplaridad parece supurar moralina. Nos hemos acostumbrado al cinismo y al saqueo.
Cuando se descubre y trasciende --hoy día todo trasciende-- el caso por las “licencias por edad” en el Parlamento catalán, el efecto que produce en la ciudadanía ya no es de protesta e indignación, pues está asumido que desviar del erario público unos pocos millones de euros por aquí o por allá no es grave, es "el chocolate de loro” (pero hay que ver cómo come chocolate el pajarraco).
La conciencia de que la casta política --este caso confirma que el término acuñado por Pablo Iglesias es exacto, pues define perfectamente aquello que nombraba--, precisamente en el año 2008, cuando la sociedad estaba angustiada por la crisis económica, cada día se destruían miles de puestos de trabajo y el mantra más repetido en Barcelona era “¡con la que está cayendo!”, nuestros mandarines aprobaron y concedieron las “licencias por edad”, eufemismo que literalmente quiere decir que sus colaboradores podían cobrar su sueldo sin trabajar ya a partir de cumplir los 60 años, sueldos, además, magníficos, tanto en el Parlament como en la Sindicatura de Cuentas, y quién sabe (pero se sabrá) si también en otros organismos, teatrillos y pesebres... ya no le indigna a nadie.
La indignación ante un agravio es una reacción del nervio moral, es movilizadora, incita a responder, a plantar cara, a reclamar la devolución de lo sustraído. No, casos tan clamorosos de corrupción y de desprecio a la sociedad, casos como este, superior en desfachatez incluso a las subidas de sueldo que Quim Torra se otorgaba periódicamente a sí mismo, ya no producen indignación; esta está ya toda gastada con el 3% de los Pujol y las mentiras ruinosas del procés. No; salvo en los más cínicos, que encogiéndose de hombros murmuran “bah, bah, que tampoco es para tanto, es el chocolate del loro”, lo que produce el caso de la “licencia por edad”, pasado un primer momento de estupor, de incredulidad, es vergüenza.
Vergüenza ajena y también vergüenza propia pues al fin y al cabo, CiU, ERC y PSC no han brotado de la nada, son una emanación, proyección y representación de la sociedad. Conforman un espejo en el que no nos gustamos nada.
La vergüenza no es movilizadora. Al contrario, asume los más pesimistas apriorismos sobre la naturaleza incorregible de nuestra vida pública, desarticula las pulsiones de autoestima regeneradora y redentorista, confirma la fatalidad de nuestro vicio, invita a la retracción.
El señor Benach, que en aquel año infausto se hizo comprar un coche oficial de cien mil euros, y lo tuneó por otros 10 o 20.000 más (mientras los cuatro secretarios de su mesa y los seis presidentes de los grupos parlamentarios jubilaban sus Volkswagen Passat para beneficiarse de Audis A6, chocolatinas para el loro), para hacer más descansados sus trayectos entre el Parlament que presidía y Reus, donde vivía, justifica el dispendio de la “licencia por edad” en el hecho de que “las circunstancias eran otras” en el 2008. ¡Toma, claro! Eran peores, aún mucho peores. Pero aunque no fuera así, el pillaje es el pillaje.
Su sucesora en el cargo, la señora Borrás de los famosos “trapis”, dice que está “trabajando para revertir esta situación”. Y mientras, también trabaja arduamente, con sus señorías parlamentarias, en dar virtuosa reparación a las mujeres perseguidas y ejecutadas por practicar la brujería... ¡en el siglo XVI!
Como dice el refrán, qui no té feina, el gat pentina. Quien no tiene trabajo, peina al gato. En realidad sabemos lo que quiere decir Trapis Borràs cuando dice que “estamos trabajando para revertir esta situación”. Quiere decir lo siguiente:
--Estamos peinando gatos. Cobramos por no trabajar, por pregonar tonterías patrioteras. Alcanzamos grandes acuerdos sobre la bruja Pirula. Acordamos subirnos el sueldo. En fin, nos hemos otorgado esta variante de la “licencia por edad”.