Italia fue perdedora y ganadora en la Segunda Guerra Mundial y las consecuencias de su reconstrucción desde 1945 fueron duras y trágicas. Los dirigentes y colaboradores distinguidos del fascismo mussoliniano padecieron una discriminación dura. El neorrealismo del cine italiano da cuenta del sufrimiento de la vida cotidiana de una sociedad traumatizada, con familias en ambos bandos. De alguna manera tiene semejanzas con la posguerra española, pero aquí el sufrimiento fue mayor para los derrotados en la Guerra Civil y el triunfo del franquismo.
El Partido Comunista Italiano (PCI), con un papel dirigente en la formación de los partisanos, la resistencia italiana, fue quien protagonizó la oposición a la Democracia Cristiana (DC), y los sindicatos por él controlados quienes modelaron la deriva de la política italiana. El Bella Ciao se oía por todas las esquinas y ciudades italianas. Hasta finales de los años 70, y en medio de la guerra fría, el mundo occidental, con EEUU al frente, intentó que en la política italiana no entraran los comunistas en los gobiernos.
Fue con Enrico Berlinguer, el líder del PCI, con el eurocomunismo, cuando trató de distanciar al PCI de la Unión Soviética y se propuso un plan de reformas semejante a la socialdemocracia europea. Pero el llamado Compromiso histórico acabará con el asesinato de Aldo Moro, líder de la DC, para evitar un gobierno de concentración con los comunistas.
En cambio, los socialistas (PSI), liderados por Pietro Nenni, colaboraron con la DC en distintos gobiernos a partir de 1957, aunque anteriormente quisieron presentar candidaturas conjuntas con el PCI –como así se aprobaría en su XXX Congreso de 1948—, y estaban dispuestos a apoyar a ministros comunistas, como lo hacían con concejales en muchos municipios. Sin embargo, en 1947, una facción del PSI, encabezada por Giuseppe Saragat, que conocía los planes de Nenni, estuvo en desacuerdo en coaligarse con los comunistas y provocó una escisión, a pesar de los intentos de conciliación del socialista Sandro Pertini.
Saragat creó el Partido Socialista Democrático Italiano (PDSI) que, aunque tuvo un papel relativo en la política italiana (Saragat llegó a presidente de la República entre 1964 y 1971), significó que la DC siguiera controlando los gobiernos porque los resultados electorales de PSI-PCI no fueron buenos. Bettino Craxi, ya en los años 80, trató de reconstruir el socialismo y fue primer ministro desde 1983 a 1987, pero los casos de corrupción lo llevaron a exiliarse en Túnez, donde murió en 2000.
En España el eurocomunismo lo representó Santiago Carrillo y los comunistas del PCE estaban convencidos de que la oposición principal, después de la transición, la ejercerían ellos. Habían sabido movilizar a muchos sectores sociales durante el franquismo (Colegio de Abogados, Colegio de Doctores y Licenciados, estudiantes, obreros de distintas ramas a través de CCOO, movimientos ciudadanos en barrios de las grandes ciudades, de la Iglesia católica e incluso oficiales del Ejército), al margen de padecer torturas en las comisarías y ser condenados a años de prisión.
Estaban convencidos de que eso sería un patrimonio indiscutible que se reconocería en las elecciones a partir de 1977. Pero confundieron movilización social con afiliación política, como conversé un día en el bar del Congreso con Julio Anguita, quien me aseguraba que el pueblo español se había equivocado votando al PSOE. Este no había contribuido, según el líder de IU, a la lucha antifranquista y ahora se llevaba los votos. La interpretación de Anguita era la propia de un marxista ortodoxo que cree que la historia viene determinada por las condiciones sociales y por tanto le correspondía al PCE la hegemonía.
Su marxismo era el clásico de los años 50 y 60, que distribuían los manuales soviéticos con ese determinismo vulgar al que habían dado un vuelco los marxistas británicos y la escuela de Frankfurt, asumiendo muchas de las tesis de Weber, Hegel y en algunos casos del cristianismo y judaísmo, con Horkheimer, Adorno, Marcuse, Walter Benjamin, Löventhal, Rusche, Pollock, Newman, From, Habermas e incluso Luckas (el único con carnet del PC húngaro), o en otros campos intelectuales Hobsbawn, E. P. Thompson y Perry Anderson, y revitalizaron la figura del italiano Gramsci, que murió en una cárcel italiana durante la etapa de Mussolini. Muchos comunistas españoles se afiliaron al PSOE desde IU, plataforma creada para integrar a los sectores de izquierdas contrarios al PSOE. Lo entendieron como la única alternativa de izquierda.
Después, en el siglo XXI, han surgido otros movimientos políticos que han distorsionado, en parte, la dualidad política creada desde la tradición entre la socialdemocracia, el llamado centro izquierda, y el centro derecha (UCD AP.PDP, Liberales, DC para acabar en el PP). Aparecieron nuevas formaciones como la UPD, Ciudadanos y Podemos que se unificó con IU (UPodemos), pero en estos últimos años, a pesar de su éxito inicial, se ha ido diluyendo, según las encuestas, su capacidad electoral, aunque nada puede decirse del futuro en relación con su recuperación.
Puede que se constituyan otras plataformas que elaboren proyectos para afrontar las dificultades por las que atraviesan España y Europa, pero las dos grandes organizaciones políticas, PSOE y PP, son la base para articular la política española. El problema es que sus animadversiones y acritudes parecen insuperables, sin embargo, si no se logra un gobierno de coalición entre ambos, será difícil superar la situación en la que se encuentra España (territorial, institucional, económica, financiera…) y darle una solución lo más consensuada posible, teniendo en cuenta que, además, todo puede emporar.
Mucha gente está cansada y tiende a olvidarse o pasar de los problemas: tienen una vida y no quieren perderla. Por ello parece conveniente que en el PSOE (y también en el PP) haya una reacción que encauce la política española por caminos de normalidad jurídica, económica y constitucional. Y no solo consiste en ponerse de acuerdo en determinados asuntos puntuales, se necesita una responsabilidad de gobierno (de gobernanza dicen los modernos) con un programa bien elaborado, como lo han hecho los alemanes antes de formar el Ejecutivo de coalición entre PSD, Liberales y Verdes.