El miedo es una sensación necesaria para la supervivencia humana. Somos frágiles y hay cosas que es mejor ni intentarlas, por eso solemos huir de aquello que nos asusta. Pero el exceso de miedo, el pánico, es malo, nos bloquea, paraliza e impide que tomemos decisiones correctas. Con esto del Covid, la OMS y la mayoría de los gobernantes prefieren aterrorizarnos para manipularnos.
El lío que se ha montado en torno a la nueva variante ómicron es espectacular. La OMS la ha utilizado para “concienciar” al mundo desarrollado de que tiene que ocuparse de las vacunas de los menos favorecidos, pero el efecto no ha sido del todo el previsto. Se han cerrado las fronteras a los países del sur de África, aunque la variante ya está en 40 países, y se ha reforzado la vacunación en los países de occidente, lo cual sirve de poco a los países poco desarrollados. Hasta que no nos vacunemos por quinta o sexta vez me temo que no habrá un nivel de vacunación medio en África.
La realidad es bastante diferente a la que quieren ver desde sus despachos en Suiza los burócratas de la OMS. El mecanismo de distribución de vacunas para los países pobres, COVAX, hace agua por todos lados. Faltan recursos, falta logística y falta direccionamiento. Por hacer una rueda de prensa en Ginebra tratando de asustar a los países desarrollados las cosas no van a cambiar. La vacunación avanza demasiado lentamente en África por falta de dosis, es cierto, pero es que, además, tienen otras prioridades. La gente se muere en África de diarrea, de tuberculosis, de malaria, de sida, de causas no naturales, de hambre… y se supone que la OMS está para ayudarles.
Esta nueva variante parece más contagiosa, pero está por ver si es más o menos letal. Ojalá sea contagiosa, pero la gente no enferme seriamente, esto significaría el final de la pesadilla aunque hubiese que revacunarse porque esta variante acabaría con las anteriores. Es pronto para saberlo, pero, de momento, los gobiernos de los países desarrollados la usan para meter más miedo y acelerar las vacunaciones y revacunaciones. Las colas en los vacunódromos para poder ir a un restaurante son una prueba más de lo superficial de nuestra sociedad. Puede entenderse la objeción de conciencia o el miedo ante una vacuna nueva, pero lo que no puede entenderse es un cambio de principios para no perderse el vermutet o la cena con los amigos.
En esta sexta ola nuestros gobernantes, una vez más, ni están ni se les espera. La incidencia, parámetro que ya no sirve de nada, está avanzando, al menos hasta ahora, despacio, en gran medida gracias al elevado número de vacunados. Pero el centro de la ola está claro, los menores de 12 años y sus padres, precisamente en la franja de menos vacunados. Hubiese sido muy sencillo cortar por lo sano las clases presenciales de menores no vacunados con lo que la ola no hubiese prosperado. Pero ningún gobernante se atreve a tomar decisiones y esto solo sirve para meter miedo a la chavalería para hacerles vacunar. Tras Navidad, con el virus campando a sus anchas entre todas las generaciones y con una variante más contagiosa, nos volverán a cerrar los bares y a limitar aforos y horarios, lo único que saben hacer quienes nos malgobiernan.
En el nuevo año habría que tomar decisiones quirúrgicas, no generales, de lo contrario seguiremos arrastrando más problemas de los necesarios. Eso si no les pillamos en un renuncio como al genio de Downing Street, que usa la nueva variante para enmendarse a sí mismo, nuevas restricciones, y, sobre todo, para distraer al personal con la enorme metedura de pata de su fiesta de Navidad del año pasado. Si esto hace un tipo educado en los mejores centros de enseñanza mundiales (Eton y Oxford), qué no harán nuestros iletrados dirigentes a quienes les viene grande la camisa (dicen que nuestro brillante conseller de Salut está aburrido y triste… pobrecito).