Cataluña es un país bilingüe. “Hay que ver que bien nos entendemos hablando dos lenguas diferentes”, escribió Antonio Machado en uno de sus artículos publicados en La Vanguardia y recogidos ahora por Josep Playà en el libro Antonio Machado a Barcelona (1938-1939). La humildad del gran poeta y hombre bueno, “en el buen sentido de la palabra, bueno”, que vivió nueve meses en nuestra ciudad --en la Casa Castañer de Sant Gervasi-- antes de emprender el camino del exilio, contrasta con el mal fario de nuestros días. El Supremo dicta su sentencia y se arma la marimorena: el conseller González Cambray llama por escrito a la desobediencia, ¡hala!, el Gobierno acata con el gesto y discrepa con la boca pequeña, y Pablo Casado pide un 155, a golpe seco. Un panorama desolador.
Por su parte, Ana Losada, la presidenta de la Asamblea por una Escuela Bilingüe --Historiadora y máster en Relaciones Internacionales-- impulsora del movimiento contra la inmersión lingüística, celebra la inadmisión del Supremo del recurso de casación de la Generalitat. La decisión que ha hecho firme la resolución anterior del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) que fijaba el 25% de castellano obligatorio en las aulas. El combate de Losada es justo y su empeño es saludable, pero la combinación entre ambas cosas se traba en el 155, “la única solución posible” derivada del fallo judicial. El ideal de Losada se sale del marco.
Después de perder la guerra del procés, el soberanismo vuelve a la lengua entendida como trinchera. ¡Están sordos!: “Hay en mis venas gotas de sangre jacobina/pero mi verso brota de manantial sereno”. La autenticidad debe presidir la convivencia. La escuela catalana incumple la ley basada en un sistema educativo en el que el castellano es lengua vehicular junto con el catalán. Losada remarca: “La propia Generalitat cuando rebatió nuestros recursos en el TSJC reconocía que el sistema es de conjunción”. La ley lo dice, pero la escuela incumple. Por eso la derecha española blande reglamentos, escondida detrás de los jueces. Casado suspendió en Teoría del Estado y aprobó en Teoría del Azar, un azar como el que ha posibilitado el fallo del Supremo sobre el tema de la lengua el mismo día en que Pedro Sánchez cerraba con ERC los Presupuestos.
El recorrido en los tribunales es ambiguo. El Constitucional dijo en la polémica sentencia del Estatut que había dos lenguas curriculares, pero no dio porcentajes; el TSJC situó el porcentaje del castellano en el 25% y ahora el Supremo, al inadmitir un recurso de la Generalitat, se quita de en medio. Lo que significa: aplíquese la Ley. ¿Qué Ley? Pues miren, la Ley Wert fue el origen de la actual pelea, mientras que la vigente, la Ley Celaá, abrió el abanico relativista a base de consideraciones, como esta: “La lengua propia de Cataluña es el catalán”. Y el resto de los niños, los castellanoparlantes de nacimiento, a practicar el román paladino en el spanglish de Tik Tok. O sea, hagan cada uno de su capa un sayo; es decir, abran paso al apretón nacionalista en la escuela pública. Son muy normativos, pero la gramática parda de nuestros lingüistas levanta las olas que bate el temporal.
Òmnium Cultural asegura mil veces que el catalán pierde en el patio del colegio lo que gana en las aulas. Apunten lletraferits ante el altar de Colliure: “Desdeño las romanzas de los tenores huecos/ y el coro de los grillos que cantan a la luna”. La realidad habla por sí sola. El nacionalismo aplica un modelo en el que el castellano se deja para las clases de matemáticas. Cervantes solo baila sobre la falsa posición del número.