Ocupados como estamos en sobrevivir a las catastróficas desdichas que ahora mismo nos aquejan --el pertinaz volcán; la tarifa eléctrica y los servicios por las nubes; la consiguiente inflación y el incremento histórico del IPC; una cesta de la compra disparada y unos bolsillos agujereados-- y nos preparamos para las futuras que ya nos anuncian --el apagón tecnológico; crisis humanitarias y climáticas a porrillo y una reforma de las pensiones--, resulta que nos hemos olvidado por completo, o casi, del Covid.
Hasta cierto punto es normal, porque a estas alturas de la película estamos hasta la coronilla del virus de marras. Pero el muy cabronazo sigue ahí, y por mucho que intentemos echarlo al olvido no hay modo de que su ventana de oportunidad se cierre de una maldita vez y para siempre.
No hay nada que al coronavirus le complazca y favorezca más que el hecho de no ser, ahora mismo, trending topic en los medios de comunicación y en las redes sociales. Ya se sabe: ojos que no ven, corazón que no siente, o parafraseando el título del famoso disco de Supertramp: “Covid, what Covid?”. Y así nos va. Si yo no lo veo, no existe. O la táctica negacionista de los tres monos sabios.
Pero las estadísticas están ahí y son preocupantes. No se trata de dilucidar en qué ola estamos nosotros y en qué ola está el resto de Europa. Aquí no hay olas ni hay playa. Menuda tontería. Si algo ha demostrado esta pandemia a la hora de comportarse es que avanza o retrocede en función de parámetros muy diversos que comprenden desde el factor climatológico, la estacionalidad y temperatura, y los espacios abiertos o cerrados, hasta las muy diversas medidas sanitarias y restrictivas que cada país haya podido adoptar. Este pasado verano el Covid parecía firmar un armisticio en muchos campos de batalla europeos, mientras que aquí, a pesar del calor y la vida extramuros, no remitió. Ahora es al revés. Y deberíamos tomar buena nota, porque lo que sucede de puertas para afuera acaba afectándonos indefectiblemente. Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar.
Permítanme ilustrarlo con algunos datos. En Austria han decretado el confinamiento de un 35% de la población --más de 2.000.000 de austríacos no vacunados, que resisten incólumes en su Álamo de negacionismo inexpugnable-- al expandirse el virus con 1.700 casos por cada 100.000 habitantes. Alemania, que registra sus peores cifras desde el comienzo de la pandemia --más de 250.000 contagios en una semana y un goteo de 55 muertos diario, con una tasa de vacunación del 67% de la ciudadanía-- estudia volver al teletrabajo, y tiene claro que “la cuarta ola eclipsará a todas las anteriores”. En similar e indeseable horizonte están Suiza, Ucrania, Rumanía --600 muertos diarios--, Gran Bretaña y Turquía, donde el bajo porcentaje de vacunación y las nulas restricciones se unen en un preocupante cóctel que solo puede ir a mucho peor. En Países Bajos ya estudian nuevas medidas --cierre de bares, restaurantes y comercio no esencial a las siete de la tarde-- y la vuelta obligatoria al uso de mascarillas a todas horas. En Francia, donde los contagios han aumentado un 40%, y los hospitales comienzan a llenarse, Macron anunció la tercera dosis de la vacuna para los mayores de 65 años, e instó a los de más de 50 a seguir su ejemplo. Finalmente, Rusia ostenta el récord en fallecimientos. Cuando escribo estas líneas llevan cinco días consecutivos con más de 1.200 muertes y un nivel de contagio diario próximo a los 40.000 casos.
No me extenderé, porque las cifras nos aburren a todos y parece que nos hayamos vuelto inmunes a su influjo, en estadísticas no referidas a Europa. Solo dos datos más: a escala mundial el Covid ya ha contagiado a 252 millones de personas y ha causado más de cinco millones de muertos. Y la OMS, a través de Hans Kluge, su portavoz para Europa, advierte de que de seguir al ritmo actual en la UE, donde la pandemia se muestra más activa --dos de cada tres contagios--, perderán la vida otras 500.000 personas desde ahora hasta febrero de 2022. Como para tomárselo a chirigota, ¿no les parece?
De lo que ocurre y concierne a España --con 96 casos por cada 100.000 habitantes-- ya estarán ustedes suficientemente informados. Esta semana, el Gobierno vasco anunciará nuevas restricciones porque la cosa empieza a salir otra vez de madre; los contagios se disparan, también, un 52% en Cataluña, y en Navarra, y aparecen brotes cada vez más importantes aquí y allá. De momento, y crucemos los dedos, nos hemos ido salvando --los contagios no se han traducido en una mayor presión hospitalaria-- gracias a la admirable disciplina de la ciudadanía, que mantiene el uso de mascarillas y distancia incluso en la calle, y también por detentar el récord europeo de vacunación --80,4% de la población, que constituye, descartando a menores de edad, el 90,6% de la llamada “población diana”--. Pero aún queda un gran segmento de personas no vacunadas (un 10%, unos cuatro millones de personas) y, además, las vacunas, y eso es empírico, reducen su efectividad del 85/90% al 35/50% transcurridos unos 6/8 meses tras su administración. Una tercera dosis a gogó, amigos lectores, está a las puertas. Al tiempo.
En este orden de cosas, y a la vista de cómo está y puede llegar a estar el patio en cuestión de semanas si no vamos con muchísimo cuidado, todo apunta a que la inminente Navidad podría verse trastocada por segundo año consecutivo. Meter con calzador a 15 o 20 personas en un salón comedor de tamaño medio, manteniendo las mínimas normas de seguridad, no va a ser tarea fácil. Juraría que buena parte de la población no está ahora mismo para experimentos que pongan en juego su salud, ni para gaitas, ni para pagar PCR o tests de antígenos, ni para amigos invisibles, ni para cuñados. Así que posiblemente sean muchos los que opten por aquello tan socorrido de “cada uno en su casa y Dios en la de todos” y ya haremos chinchín por videollamada.
De entrada, eso sí, el turrón ya ocupa metros de lineal en las grandes superficies; no paran de emitir a todas horas el insufrible anuncio de la Lotería de marras; y, a pesar del estratosférico precio de la electricidad, ya nos han encendido las luces del ponedero en el cielo de todas las ciudades, un brutal derroche de luminotecnia urbana que pagaremos todos, lo queramos o no.
En fin, sean felices y sobre todo protéjanse.