Del Scalextric a las profundidades, esta podría ser una crónica irónica e irreverente de una infraestructura básica para Barcelona: el túnel de Glòries.
Barcelona es una ciudad pequeña, 100 kilómetros cuadrados y 1,6 millones de habitantes. Tiene una densidad humana de las más grandes del mundo y no lo vivimos así. Con el paso de los siglos, tiempo y paciencia hemos aprendido a vivir y convivir.
Ciudad pequeña, hecha de crecimientos lentos, a veces más despacio de lo que querríamos o haría falta para no perder fuelle, a trompicones, con sacudidas sobrevenidas, el derribo de las murallas, las exposiciones universales, los Juegos Olímpicos...
Y tenemos una orografía y ubicación envidiadas, pero solo tenemos cinco puertas de entrada y salida normales para nuestra cotidianidad. Hasta hace poco, todas ellas de peajes (a 20 kilómetros del corazón); todavía quedan dos de pago (Garraf y Vallvidrera).
El túnel es una buena noticia, sí, pero dado el proceso lento y farragoso de consensuar elementos clave de la ciudad no nos podemos quedar así.
Nuestra densidad hace que todo el mundo quiera opinar. Tenemos una cultura del debate sobre el espacio público muy alta. El problema no es el debate. El reto es saber cerrar los debates, cosa que nos cuesta mucho. Nadie quiere renunciar. Hemos distritalizado la visión de la ciudad.
El rincón del pipicán, el espacio de la petanca, la zona de recreo de los niños, los árboles... ¡¡¡recuerden el debate de las plazas duras!!! Buena y legítima noticia, pero ¿y la visión global?
La relación de la Barcelona esencial (down town) y la Barcelona real. Sus movilidades públicas y privadas. Sus conectividades y afectaciones a todos los territorios, en ambos sentidos. El nuevo barrio del Prat Vermell y la zona de oficinas que se están configurando entre Barcelona y L’Hospitalet están generando una nueva permeabilidad. Las conexiones con el Vallès...
Tenemos lo que tenemos, es la frase de los tiempos actuales. Si queremos incorporar más transporte público sin olvidar el privado hemos de generar más reflexión. Túneles ¿por qué no?