Mucho se habla y se especula sobre qué puede suceder en las próximas elecciones municipales en Barcelona, sobre todo si Ada Colau no vuelve a presentarse, un escenario que no está nada claro (inicialmente quería estar solo dos mandatos, tras renovar la alcaldía dijo que necesitaba un tercero y recientemente se lo está pensando). Por otro lado, se ha pasado de un anticolauismo difuso, que se gestó durante sus primeros cuatro años como alcaldesa, a un movimiento organizado (y apoyado desde plataformas políticas y económicas) que une sensibilidades diferentes, donde el procés ya no juega ningún papel y sí, en cambio, todo lo demás (las negativas al Hermitage y a la ampliación del aeropuerto, las políticas de movilidad, la crítica al urbanismo táctico, la inseguridad o los problemas con la limpieza y la degradación del espacio público). En las anteriores elecciones, el candidato anticolau por excelencia fue Manuel Valls, aunque, paradojas de la política, al final acabó haciendo posible su reelección para impedir que el independentismo se hiciera con Barcelona. Y ahora la líder más beligerante es Elsa Artadi, cuya apuesta personal por ganar va en serio, aunque las posibilidades de que su partido, Junts, sea la lista más votada son escasas. Y ahí está la clave de todo. En 2023 no habrá un Valls y, por tanto, quien saque un voto más se hará muy probablemente con la alcaldía.
Las dos fuerzas principales, republicanos y comunes, han de resolver la incógnita de quién encabezará su lista. El republicano Ernest Maragall tendrá 80 años en mayo de 2023, y eso inevitablemente le penalizará, aunque quieran presentarlo como el Joe Biden catalán. Pero si él quiere volverá a ser el alcaldable de ERC, pues la dirección no va improvisar otro nombre y seguirá apostando por sacar provecho de ese mítico apellido y de que hoy todo el mundo reivindique la etapa en la alcaldía de su hermano Pasqual como la mejor de Barcelona. En cuanto a los comunes, se lo juegan todo si Colau, ante el miedo a ser derrotada, no se presenta y aprovecha alguna coyuntura para dar el salto a la política nacional de la mano de Yolanda Díaz. Ahora mismo es poco probable que eso suceda, principalmente porque no puede dejar tirados a los suyos, pues sin ella sufrirían un hundimiento electoral, pero la política es impredecible y si hay elecciones generales anticipadas, todo es posible. En la cola en cuanto a representación en el consistorio están PP y Ciudadanos, con un futuro muy confuso, sobre todo los segundos, cuya desaparición electoral es bastante probable. El concejal popular Josep Bou dice querer encabezar en 2023 una candidatura de derechas constitucionalistas que incluya también a Vox, a los restos del partido naranja y a una parte de los que apoyaron a Valls. Es muy pronto para saber si la derecha desacomplejadamente española se unirá en torno a una única candidatura como quiere Bou, o PP y Vox competirán por un mismo electorado. Hay que recordar que en 2019 el partido de Pablo Casado estuvo a solo dos décimas de quedarse por debajo del 5%, o sea, fuera del consistorio barcelonés. Y también que Vox con Ignacio Garriga de candidato obtuvo un ridículo 1,16% de las papeletas.
Por último, pero no menos importante, es saber que hará el PSC y si Jaume Collboni volverá a repetir de candidato. Al igual que le sucedió a Miquel Iceta meses antes de las autonómicas pasadas, falta que desde la dirección le hagan una encuesta cualitativa para saber si su nombre suma o resta opciones. En 2019 obtuvo un resultado muy bueno, pasó de cuatro a ocho concejales y subió casi diez puntos. Entonces Collboni se benefició del viento de cola que soplaba en la política española, del crecimiento del PSOE tras la llegada de Pedro Sánchez a la Moncloa y del hecho que Colau hubiera expulsado al PSC del gobierno municipal como consecuencia del otoño del procés en 2017. Collboni pudo representar a una izquierda netamente contraria al secesionismo, de crítica a la gestión sectaria de Colau, y por ahí no perdió votos hacia Valls, quien por su parte obtuvo un resultado digno pero muy alejado de las expectativas que despertó su llegada a Barcelona en 2018. Ahora mismo, las opciones del PSC no son tan buenas porque tampoco lo son las del PSOE, y porque gobernar junto a Colau desgasta. Collboni tiene serias dificultades para despegarse de la alcaldesa y evitar que los aspectos negativas de su alcaldía no lo castiguen también a él. De hecho, Artadi habla siempre del gobierno Colau y Collboni para incluir al socialista en la descalificación. Ahora bien, si la alcaldesa finalmente no se presentase, la incógnita que aclararía un estudio cualitativo es si el teniente de alcalde socialista podría pescar suficientes votos en el caladero de los comunes para alzarse con la victoria como fuerza más votada. Lejos de reivindicarse como heredero de Colau, podría poner en valor que ha sido un socio leal del gobierno municipal y los aspectos positivos de la etapa, principalmente sociales y económicos, desmarcándose de los negativos.
En resumen, ahora mismo es imposible saber qué ocurrirá en Barcelona. Todo depende de si Colau juega de nuevo en 2023 o no. Sin ella su espacio electoral podría descomponerse, apuntalando una victoria inercial de ERC, seguramente con Maragall de nuevo. O permitiendo a Collboni (si es que Sánchez meses antes de las elecciones no le pide al ministro Iceta que haga esta vez de Illa en Barcelona) quedar primero y acabar gobernado vete a saber con quién (antes con Junts que con ERC, como sostiene Manel Manchón). Atentos.