El aterrizaje tiene riesgos y puede ser lento pero, a pesar de ciertos giros, está en marcha y será inevitable. El independentismo vive un proceso marcado por la confusión y recibe a diario dosis de exigencia para que aborde las cuestiones relacionadas con la gestión. La presión es de los mismos ciudadanos que votaron a siglas secesionistas, pero que admiten que no queda más remedio que rectificar, aunque con todas las cautelas necesarias. Es decir, cambiar el guion, pero con cierta retórica, para no gritar a los cuatro vientos que se equivocaron y que durante diez años Cataluña ha perdido tiempo.

Se trata de un fenómeno comprensible, que el filósofo y ahora senador, Manuel Cruz, ha calificado con la idea del “vaciamiento de contenido”. La mayoría independentista se mantendrá, con un porcentaje similar al actual, con oscilaciones, pero esas mayorías no demandarán que se actúe en consecuencia. Es algo similar a lo que ocurre en el País Vasco. Se vota al PNV o a Bildu, pero se espera de ellos que no cambien excesivamente las cosas y que respeten la actual autonomía, con alguna mejora concreta. Son ciudadanos que no quieren optar por otras siglas, porque no son las suyas, y si se desencantan mucho, con una alta probabilidad lo que harán es abstenerse en futuras convocatorias electorales, pero no cambiarán de caballo.

Ese es un aspecto general que se puede vivir en los próximos años, siguiendo a Manuel Cruz, pero que se puede concretar en citas que exigen un cambio de modelo y una apuesta decisiva por la gestión y por proyectos ciudadanos que generen crecimiento económico. Es el caso de las elecciones municipales y de la ciudad de Barcelona. La pugna será notable entre distintas fuerzas políticas y modelos ideológicos.

Tras las elecciones, --todavía queda un año y medio—serán necesarios los pactos y es aquí cuando distintos dirigentes políticos han comenzado a pensar en algo que –¡las cosas que tiene la política catalana!—puede resultar revolucionario para cambiar el mapa de todas las administraciones a medio plazo. El precedente es el acuerdo en la Diputación de Barcelona, entre el PSC y Junts per Catalunya, que dejó a ERC en la estacada –aunque la Diputación busca el acomodo posterior de todos los grupos representados. Ese pacto se airea estas semanas para señalar que sería una buena salida para la ciudad.

El modelo socio-económico es similar. Solo es necesario recordar cómo ha actuado el consejero Jordi Puigneró, de JxCat, en la defensa de la ampliación del aeropuerto de El Prat, en línea con el PSC, y con el rechazo de los Comuns de Ada Colau y de ERC, y, por supuesto, de la CUP. Los veteranos dirigentes socialistas valoran las posiciones de los viejos convergentes, y siempre han recelado de los cambios de orientación continuos de los republicanos. ¿Es una quimera en estos momentos?

Dependerá de los números. Junts per Catalunya debe demostrar que puede obtener un buen resultado y debe decidir cómo se comporta ante el nuevo fenómeno que supone la plataforma Barcelona es imparable, cuyo rostro público es Gerard Esteva, presidente de la UFEC, que tiene un claro ADN convergente. Deberá gestionar el deseo de Elsa Artadi de encabezar la lista, y hasta qué punto ocupará un lugar central –como generador de ideas y proyectos y buen conocedor del Ayuntamiento—el exconsejero y exteniente de alcalde de Barcelona Joaquim Forn.

Los socialistas, con Jaume Collboni al frente –a pesar de los cantos de sirena que sitúan a Salvador Illa en esa candidatura—serán prácticos el día después de las elecciones. Todo dependerá de las sumas que se puedan producir.

El hecho es que esa traslación del acuerdo de la Diputación al Ayuntamiento de Barcelona –la propia Diputación se nutre de los votos principalmente de la capital catalana—podría romper con claridad la política de bloques en la que se ha movido Cataluña en el último decenio. Existe una pega, que los socialistas catalanes no pueden ignorar, y es el hecho de que Pedro Sánchez necesita a ERC en el Congreso. Pero, si no se rompe antes, el actual Ejecutivo desea agotar la legislatura, hasta 2023. Es decir, en las elecciones municipales de mayo de ese año, Sánchez puede estar más interesado en alejarse de los republicanos que en buscar su apoyo a toda costa.

En el otro lado, el aterrizaje que protagoniza Jordi Sànchez en la organización de JxCat podría resultar un fiasco, pero Sànchez es constante y sabe lo que supone un partido político, más allá de las ocurrencias y de la influencia de Carles Puigdemont y de prepolíticos como Laura Borràs.