El pasado sábado cené en un patio modernista del Eixample, uno de esos lugares que te devuelven el orgullo de ser barcelonesa por escéptica que te hayas vuelto. Llevaba días oyendo noticias sobre los botellones al aire libre y los enfrentamientos con la autoridad policial. La guinda a mi irritación la puso otra de esas manifestaciones para conmemorar derrotas, romper escaparates y quemar contenedores. La cena lo borró todo. Recuperé lo que queda de mi espíritu optimista y bajé el Paseo de Gracia cantando la rumba de Peret, aquella que asegura que esta ciudad es poderosa. Torcí hacia Pau Claris, crucé calles pintadas con dibujos de colores, sorteé ciclovías y salté bloques de cemento. Antes de llegar a Urquinaona, sana y salva, me pregunté: “¿Quo Vadis, Barcino?”.
La pregunta es principalmente para la alcaldesa, Ada Colau, que lleva un tiempo desaparecida y otro tanto desconcertada. Su ausencia en la manifestación contra la ampliación de El Prat dejó confundido a más de uno de sus votantes ecologistas. Tampoco se entienden sus fracasados acercamientos a los partidos independentistas, ese totum revolutum de izquierdas y derechas que ha dejado claro su rechazo a la líder de los Comunes. El último desplante ha sido la propuesta del independentismo municipal de reprobar la gestión de Colau y de sus socios socialistas por el macrofestival del botellón en que se convirtió la ciudad durante las fiestas. No se aprobó gracias a la abstención de Cs y PP. Hubiera tenido su miga que se aceptara la hipocresía de los partidos del Govern (JxCat y ERC), que llevan años jaleando el vandalismo indepe y desautorizando a los Mossos.
Durante mi paseo iba leyendo esos carteles que llenan la ciudad de bonitas palabras. “Barcelona inspira”, es uno de ellos. Quizás ha llegado el momento de dejar la inspiración y pasar a la gestión. También de aceptar que la realidad no es de colores y preguntar a la ciudadanía si avala el nuevo plan de islas, las trabas puestas al tráfico o la permisividad con que bicicletas y patinetes surcan las aceras.
Se quejan los vecinos de las ocupaciones de pisos, del ruido, la inseguridad y la suciedad que se provocan en los barrios --sobre todo, en los humildes-- ante la pasividad municipal. Todos entendemos que se pidan rentas más bajas, sobre todo para jóvenes y ciudadanos con pocos recursos, aunque lo que muestran los datos es que, cuanto más se regula el alquiler, menos pisos salen al mercado y más aumenta el precio. Hoy, en las plataformas digitales, se anuncian menos pisos de alquiler que en 2019. Y los alquileres, a pesar de la restrictiva legislación barcelonesa, siguen siendo, junto con los de Madrid, los más altos de España.
Sin embargo, el precio de la vivienda en Barcelona aún no ha vuelto a los niveles de 2019 (está el 1,2% por debajo). No es una buena noticia. El 76% de la población posee un inmueble en propiedad; destina sus ahorros al sector inmobiliario. Desde 2016, la vivienda se mantiene en el primer lugar de la inversión de los españoles, según el último informe de Inverco. Así pues, el Ayuntamiento y la alcaldesa harían bien en apoyar a los propietarios de inmuebles --una buena fuente de ingresos municipales--, protegerlos de okupas y dedicarse a promover vivienda social.
En el fin de semana, las terrazas del Eixample ofrecían una imagen preCovid. El turismo está volviendo, y no todo son cañas y ruido. Llega la hora de dejar de satanizar al turismo, de velar por su calidad. El sector servicios es, hoy por hoy, el mayor empleador de Cataluña. La industria sigue perdiendo productividad y empleo, solo compensado por el crecimiento del sector público.
¿Qué plan tiene Ada Colau para la Barcelona posCovid? ¿Contará con el apoyo de un Govern de la Generalitat más dividido que nunca? Lo dudo. Vivimos un periodo negro, de política populista dedicada a destruir en lugar de a construir. El independentismo, a su vez, anda buscando culpables por miedo a perder el poder tras el fracaso del procés y la forzada retirada de una independencia en la que ya pocos creen. El reto debería ser la recuperación de la economía. Sin una menor fiscalidad y mayor apoyo de las instituciones a la empresa y a los inversores, Cataluña tardará en salir del estancamiento.
La Iulia Augusta Faventia Paterna Barcino, que fue colonia romana hace más de 2000 años, puede tirar del carro de la recuperación. Lo están haciendo otras dos grandes urbes ibéricas, Madrid y Lisboa. ¿Qué espera Barcelona para mostrar un proyecto ambicioso? No se puede perder otra década porque, mientras tanto, surgen espléndidas aspirantes, como Málaga o Valencia, al título de capital del Mediterráneo.