Lluís Bassets (Barcelona, 1950) considera que está “en el último tramo” de su etapa profesional. Pero no renuncia a explicar qué le ha pasado a él mismo y al conjunto de la sociedad en el transcurso de la pandemia del Covid. Periodista y escritor, columnista en El País, periódico en el que ha sido corresponsal en París y Bruselas, y otros cargos de responsabilidad, es miembro del equipo fundador de Política&Prosa. Bassets acaba de publicar Les ciutats interiors, enviat especial al voltant de la meva cambra (Galàxia Gutenberg), un dietario durante los seis primeros meses de la pandemia que le sirve para reflexionar sobre la propia enfermedad, el estado de alarma, el proceso independentista, sus muchas lecturas y el equilibrio de poder en el planeta, con el modelo de China como un poderoso imán para muchos sectores en Occidente. En esta entrevista con Crónica Global, señala que el problema catalán puede tener solución, pero que exigirá tiempo: "La salida es el catalanismo, el que ha conseguido las grandes victorias de Cataluña". Y reivindica la democracia española como una de las más completas por la existencia de “contrapoderes” como se ha demostrado, a su juicio, con el fallo del Tribunal Constitucional sobre el estado de alarma.

--Pregunta: El periodista ejerce el periodismo, quien quiera reflexionar, debe hacerlo desde fuera. Usted señala esa cuestión en su libro Les ciutats interiors. ¿qué quiere transmitir?

--Respuesta: Lo que digo es que siempre hay una pregunta sobre el periodismo. Es buena la reflexión y la discusión, el debate sobre la profesión. Pero cuando te encuentras la pregunta, la mejor respuesta es practicar el periodismo. ¿Qué hago yo durante la pandemia, encerrado, qué puedo hacer? Y lo que hago, aunque podría haber tomado otro registro, es una reflexión íntima, pero, principalmente, levanto acta sobre lo que nos pasa. Dejo registrada mi experiencia como periodista en el último tramo del oficio, como ciudadano, y como lector. Es un dietario sobre lo que me pasa, y sobre lo que nos pasa.

--¿Y qué nos ha pasado? ¿Qué principal carencia hemos tenido, como sociedad?

--Solo ha habido un sector de la sociedad que ha brillado de forma esplendorosa, que ha demostrado que el progreso existe, que es la ciencia y la medicina. Es el progreso moral, con médicos y cuidadores. Todo el resto, la política, el periodismo, la ciudadanía, hemos actuado tal y como somos: bastante defectuosos. Yo he querido reflejarlo en el libro con la figura del doctor Rieux, el personaje de La Peste, de Camus. Es un doctor que sufre, pero actúa. Mi evaluación es esa: la humanidad se salva por la acción, por la acción científica y médica. Y es que no nos hemos dado cuenta de lo que hemos vivido. Nos decían que una vacuna tardaría seis años, y se consiguió en menos de un año. No soy especialista en información científica, pero creo que se puede señalar que el salto científico que se experimentará en los próximos años será enorme, justo a partir de la pandemia, que actuará como un punto de inflexión.

--¿La pandemia en España ha actuado como catalizador para evidenciar las disfunciones institucionales, que, de otro modo, se hubieran ignorado?

-Sí, es bastante así. Solo ha habido un lugar en el que no han aparecido críticas, fuertes reproches, que es China y no me creo que haya sido realmente así. Cuando vimos al inicio lo que hacían los suecos, o los alemanes, o los franceses, pensando que podían ser un modelo, luego comprobamos que tuvieron problemas similares. Lo que ha pasado es de una dimensión cósmica, o mejor, si se quiere, planetaria. Es la primera vez que la especie humana se enfrenta a una crisis de salud, que afecta a todos y plantea cuestiones de futuro. Es un 'test de estrés' para todos, para partidos, ideologías, oficios, y todavía estamos en ello. No se ha acabado.

--¿Es un reto para las democracias liberales, más allá de las características de cada país?

--Sí, pero se debe recordar que Trump no habría perdido las elecciones sin la pandemia. La democracia liberal ha aflorado sus miserias, pero también su grandeza. El sistema democrático quiere asegurar las libertades individuales y necesita el consenso y ver cómo se mejora. Hemos visto, es cierto, las grietas del modelo, pero también sabemos lo que es una dictadura y lo que significa una democracia. No hay duda sobre ello.

--Entonces, ¿por qué cuesta tanto admitir, por ejemplo, desde España que Cuba es una dictadura?

--Esas debilidades sobre conceptos, sobre posiciones, se muestran tanto en la izquierda como en la derecha. Pero debemos poner sobre la mesa una cuestión y es que España, prácticamente, no tiene política exterior. Como sujeto internacional, su posición no se corresponde a su realidad económica, demográfica y social. Y eso se ha visto con gobiernos de izquierda y de derecha, que se arrodillan ante Marruecos o Cuba. Se debería mantener la actitud de Draghi frente a Putin, o de Biden frente a Putin, que han dejado claro su concepto sobre lo que es una dictadura. Es vergonzoso en España que la izquierda utilice eufemismos, pero también que esa derecha que ha practicado lo mismo cuando ha estado en el gobierno, lo critique cuando se cambian las tornas. Me preocupa mucho que un caso como el de Cuba, que incide en todo el mundo hispánico, se aproveche para las pugnas internas. En vez de ayudar a los cubanos, se utiliza de forma macabra para la lucha partidista.

Lluís Bassets en la entrevista con 'Crónica Global' / LENA PRIETO

--Porque, ¿qué demuestra la decisión del Tribunal Constitucional sobre el estado de alarma?

--Demuestra que tenemos una democracia muy seria, con poderes y contrapoderes y poderes contramayoritarios muy potentes. Es muy positivo lo que ha pasado. Por eso da vergüenza que se diga que España es un país fascista, cuando es uno de los países con más contrapoderes. Pero también se demuestra que estamos en una democracia en una situación crítica, que necesita reformas importantes. Y la división del Tribunal Constitucional lo demuestra. Ha tenido un papel muy importante en el proceso independentista, y ahora aparece dividido. En Estados Unidos se confía en las instituciones, aunque puedan estar gripadas. Y aquí el problema es el bloqueo del PP del Consejo General del Poder Judicial. A otra escala, en Cataluña, lo que tenemos es una ocupación partidista y sectaria de TV3, que es de las cosas más graves. Afecta, además, a la lengua catalana, porque esa ocupación, esa propaganda partidista del independentismo, ha alejado a mucha gente del catalán. Y eso lo deberán pagar los que han cometido esa apropiación.

--El voto de la jurista Encarna Roca en el fallo del Tribunal Constitucional sobre el estado de alarma, que ha sido decisiva para romper el empate, ¿qué lección nos debe aportar? ¿Quiere decir, simplemente, que Roca se ha pasado al bloque conservador, o que se ha abordado la cuestión puramente desde el ámbito jurídico?

--Probablemente se ha inclinado hacia las posiciones conservadoras, pero no la debemos criticar. Ha tomado una decisión en conciencia y con argumentos jurídicos. No me gusta, pero la respeto mucho, es una jurista espléndida y como catalán me enorgullezco que sea vicepresidenta del TC.

 

--Habla en el libro de Artur Mas, y de su propio libro “autojustificativo” de su papel en el proceso independentista. ¿Mucho de lo ocurrido se debe a sus decisiones y es uno de los mayores responsables?

--Su libro pertenece al género catalán de memorias políticas, que no dicen nada, y que sirven para vender unos ejemplares a los admiradores. Son libros autojustificativos. Como todos los de Pujol. El de Carles Puigdemont, como mínimo, sirve para atacar a Esquerra Republicana, y se enmarca en los libros que atacan. Pero creo que uno de los dramas que tenemos es que no se nos ha explicado nada de lo que pasó, y que está relacionado con el llamado estado mayor, de personajes que no aparecen y que son los que tomaron las decisiones. Ninguna de las decisiones importantes las tomó el Govern, sino gente que estaba fuera. Tengo elementos para pensar que fue así.

--¿Los indultos pueden servir, precisamente, para que todos los políticos que estuvieron presos se expliquen y resuelvan sus contradicciones?

--Yo era partidario de los indultos desde el primer momento, desde que los sugirió Miquel Iceta, y discutí dentro de mi periódico. Y guarda relación con una pregunta: ¿se quiere o no resolver este tema? Y creo que no se puede resolver con la élite política del independentismo en la prisión. Creo que los indultos debían haber llegado antes. Y que se deberían haber evitado las prisiones preventivas tan largas y las condenas tan duras. Todo es producto de la externalización de la política, que se deja a la Justicia, y ésta recorre el camino que cree conveniente, sin dar cuentas a nadie. Y es que no ha habido acción política, que no implica ceder, sino proponer alternativas. Si lo enlazamos ahora con Cuba, hay que señalar la pobrísima actuación de la diplomacia española con Margallo al frente. No me sorprende ahora la falta de autocrítica en los ámbitos del PP. Son más listos y no escriben ni dicen nada. Porque no sabrían explicar lo que han hecho.

Lluís Bassets junto a su libro 'Les ciutats interiors' / LENA PRIETO

--Hay una crítica sólida a los llamados terceristas, porque dejan huérfanos a una parte de catalanes que no entienden que se busque un acuerdo o aproximación con los independentistas. ¿La comparte?

--Si los terceristas son un problema, yo digo que soy un tercerista desde el primer día. No hay una sociedad catalana de dos piezas. Hay más matices y colores. El problema es que hay dos sectores que prefieren esa polarización, que son excluyentes. Hay una sinergia clara entre ellos. A los dos les conviene que los terceristas queden plasmados como la otra parte. Eso provocó la salida de muchos dirigentes del PSC, que se dieron de baja. Pero la alternativa es tercerista, no hay otra. Se necesita un discurso inclusivo tan potente que disuelva los extremos. La salida es el catalanismo, el catalanismo histórico, el que ha conseguido las grandes victorias de Cataluña, y que ha aprendido de sus errores. El que ha promocionado la lengua, la cultura, y la capacidad de influencia en España y Europa. El problema es ver cómo se recupera ese discurso, porque ha quedado desprestigiado. Pero es el camino. Si ese camino resulta intransitable, entonces el futuro de Cataluña será negro. El independentismo solo, sin el conjunto de toda la gama de colores de Cataluña, no tiene fuerza, ni tan solo para mantener la autonomía. Ese independentismo quiere destrozar el catalanismo histórico y piensa que ahora es la oportunidad, pero no sabe lo que dice, porque será como un ave fénix, que volverá a resucitar. Los clásicos lo han dicho siempre: Cataluña no tiene la fuerza suficiente para proyectos quiméricos. Pero España tampoco puede prescindir de la realidad cultural, lingüística y de la personalidad diferenciada de Cataluña.

--Artur Mas y una gran parte del independentismo señala --y usted lo critica en el libro-- que el independentismo es una buena fórmula para que España se modernice, porque así podrá ser un estado con una nación española, sin la molestia de los catalanes. ¿Esa es la gran perversión del soberanismo?

--Es que una de las cosas que ha hecho mal el independentismo es el intento de destrucción de la idea de España. Y desde el catalanismo se debe defender España como una buena idea, como una buena idea inclusiva. Cataluña forma parte de España, pero España forma parte de Cataluña, y si no se da cuenta de que la grandeza de Cataluña es entender esa cuestión, no iremos a ninguna parte. Y el independentismo todavía no ha cambiado de registro, por lo que nos costará todo unos cuantos años, pero no veo otro camino.

--Señala el barrio de Sant Gervasi, sus paseos en los últimos meses de la pandemia, con esas plazas pequeñas y estéticamente atrayentes. Y considera que Cataluña está hecha por hombres pequeños, que confunden el Turó Park con Central Park, y que ya están contentos. ¿Ese es el problema, si nos centramos en el procés, protagonizado por hombres pequeños que pensaban que hacían algo grande?

--Una de las características del independentismo histórico es su dificultad para entender la realidad y para entenderla en dos niveles: el peso, la fuerza y la potencia real de Cataluña y la realidad que es el mundo. Hay un desenfoque histórico. Es lo que Tarradellas dijo de Jordi Pujol: és un milhomes. Hemos estado gobernados por gente muy pequeña que galleja, que se pavonea, y que piensa que es extraordinaria. Cuando se mira la medida geográfica, el peso demográfico y económico de Cataluña en sus años de autonomía, plasmada en la Constitución, se comprueba que ha tenido mucha más influencia a través de España. El "nosotros solos", pretrumpista, no va a ninguna parte. Es necesario tener aliados, por supuesto entre los propios catalanes, para lograr amplios consensos, pero también con el conjunto de España y de Europa. Y, ¿cómo vamos a tener aliados diciendo las cosas que se dicen, prohibiendo la palabra España en TV3, una palabra que solo se pronuncia para insultar? Javier Solana dijo una vez una frase que me la hice mía para siempre y que la amplio: “Nunca hablaré mal de Europa”.  Yo digo, nunca hablaré mal de Cataluña, de España y de Europa. Esa debería ser la posición responsable del catalanismo, para dar apoyo a Cataluña, España y Europa.

--¿Los Juegos Olímpicos de invierno pueden ser una palanca para esa colaboración institucional?

--Ojalá, aunque lo veo con un cierto escepticismo humorístico, porque los Juegos Olímpicos fueron algo excepcional, probablemente único. En 2030 yo no creo que pueda esquiar, pero no sé si habrá nieve. Ahora bien, el Gobierno y la Generalitat están de acuerdo y si las distintas administraciones lo están, yo estoy de acuerdo. Así se debe trabajar. El objetivo no es el más brillante, pero el método sí, es el que nos conviene.

Lluís Bassets comparte su visión para 'Crónica Global' / LENA PRIETO

--Usted recuerda el libro de Thomas Mann, Muerte en Venecia, y lo hace para tomar distancia, para señalar que debemos abordar las cosas con cierta ironía. ¿Respecto al procés también?

--Con la relectura de los libros ocurre una cosa y es que la interpretación posterior puede ser muy distinta. Me ha pasado con Muerte en Venecia. He cambiado la idea que tenía, seguramente muy influida por la película y el mito. Pero el propio Mann lo explicó, al señalar que se había leído mal esa obra suya. Tiene mucho de ironía, de tomar distancia, y para eso debe servir la literatura, para tomar distancia de la realidad.

--Por tanto, ¿no se hizo eso con el procés y se tomó todo demasiado en serio, lo que ayudó a sus protagonistas a aparecer como autores de algo serio?

--Sí, puede ser. El pinyol del procés es eso: convencer de la seriedad de algo que ni es potente ni es serio. Y eso funciona también porque hay unos medios muy importantes que lo explotan. Creo que debemos hacer un análisis todavía pendiente. Sobre si lo ocurrido fue fruto de una situación política objetiva o de una manipulación. Y en eso estamos divididos. Unos dicen que fue una manipulación, otros que se trató de una conciencia catalana que se despertó. Las dos tienen algo de verdad. Pero reitero que hay problema y es que sin unos medios de comunicación concretos, no hubiera funcionado.

--La literatura, señala, es importante para tomar distancias. La pandemia ha posibilitado que la reflexión, el pensamiento, la lectura, se haya situado en el centro. ¿Se puede aprovechar a partir de ahora de cara a asumir nuestra condición de ciudadanos?

--Ciudadanos y seres humanos. Ha sido una buena ocasión para reflexionar. Por eso hablo de "ciudades interiores". Debemos pensar sobre la naturaleza humana. Nos hemos enfrentado como especie a la enfermedad colectiva, a la muerte. Y hemos visto una cosa terrible que es la liquidación de una generación casi entera. En Occidente se ha demostrado la debilidad de los sistemas asistenciales y de los escudos mentales y morales que nos habíamos montado para no responsabilizarnos de la gente mayor. Es una cuestión que me sigue amargando. Es grave. Hacemos el esfuerzo de olvidar y deberíamos reflexionar sobre ello.

--Podría haber resultado un auténtico drama si los más afectados hubieran sido los más jóvenes, en lugar de los más mayores. ¿Qué hubiera pasado?

--Lo que debemos tener en cuenta ahora es la realidad y el futuro inmediato a partir de una nueva ola del virus. Hay países como Myanmar con situaciones muy graves, con falta de material sanitario, que se pueden convertir en países muy contagiadores. En Occidente hay preocupación ahora por los más jóvenes, pero en los países pobres la mortalidad podría ser muy alta. Me sorprende mucho cuando se piensa en vacunar a los niños mientras en países de África tienen muy poca vacunación, o cuando en Israel se piensa en una tercera vacuna de Pfizer y no se vacuna a los palestinos.

 --El modelo de China sigue ahí, latente. ¿Nos hemos vacunado de ese virus autoritario?

--Es una partida que está abierta. Será la partida de los próximos años. El combate entre demócratas y republicanos en Estados Unidos está relacionado con ello. También el conflicto que presenta el gobierno polaco con la Unión Europea. Por eso es muy importante tener las ideas claras y preservar la democracia en Estados Unidos, en Europa, mantener las alianzas entre las democracias y sacarnos de encima los viejos reflejos de la Guerra Fría.

--¿Hubo un fallo de cálculo cuando todo el mundo se alegró de la entrada de China en la OMC pensando hace dos décadas que se generaría una gran clase media que pediría derechos políticos en favor de una democracia?

--Era una situación abierta. No creo en el determinismo histórico. La apertura de Nixon y Kissinger fue muy importante y la evolución de China, después de Tiananamen comenzó a ser positiva. Lo que ha ocurrido es que todo ha ido mal. La llegada de Xi Jinping coincide con el ascenso de todos los populismos. Hay una teoría que señala que lo que pasa ahora es fruto de una estrategia. Si la había o no, eso no implica que saliera adelante. China no quiere enseñar las uñas y ha decidido esperar. Los dirigentes chinos son de una gran competencia política. Lo que ha pasado también es que ha habido coincidencias. La operación de China en Hong Kong se produce en el transcurso del Brexit. No sé si hubiera sido igual con un Reino Unido más fuerte. Veremos, en todo caso, la actitud de China con Taiwán, que puede ser el próximo motivo de preocupación mundial.