En las últimas semanas ha sido noticia la cobertura pobre y poco entusiasta de TV3 a la participación de España en la Eurocopa. A pesar de que los encuentros registraron los índices más altos de audiencia en Cataluña, nuestra televisión pública fue incapaz de dar visibilidad a esa parte de la afición catalana que vibra con la selección. De la misma forma que TV3 fue incapaz de abrir el Telenotícies con la muerte de Juan Marsé el día que murió el escritor, relegándolo al último lugar, fue incapaz de asumir que una gran parte de catalanes y catalanas siente a la española como su selección.
Unos días antes, entrevistado en el programa Tot es mou, el director de TV3, Vicent Sanchis, no escondía su disgusto por el entusiasmo que despertaba la selección y calificaba de “contradicción” el hecho que personas que tenían la estelada en el balcón miraran los partidos. Auguraba que si España se clasificaba, “sufriríamos como perros”.
Desde hace tiempo nuestra televisión pública y las personas que la dirigen han adoptado este marco mental. Uno que excluye no sólo a aquella parte de la población que no aspira a la independencia sino también a la que tiene identidades compartidas, la que siente varias cosas al mismo tiempo y con muchos matices. La que no tiene cabida en la pregunta que hace el CEO sobre qué significa ser “un verdadero catalán”. Una pregunta que como opciones de respuesta ofrece haber nacido en Cataluña, hablar catalán, ser católico y compartir las costumbres y tradiciones catalanas.
Un verdadero catalán, según el CEO y TV3, ¿miraría los partidos de la selección española? Es dudoso. ¿Deberían verlos las personas que se sienten tan catalanas como españolas (probablemente algunos jugadores de la selección) o aquellas que no han nacido aquí pero que han construido sus vidas en Cataluña y han hecho de esta tierra su hogar (por ejemplo, el propio seleccionador Luis Enrique)?
Desde hace años, los informes sobre pluralismo del CAC constatan el desequilibrio en el marco mental de nuestra televisión pública. El que se dio a conocer hace unos días muestra que el programa Més 324 entrevistó entre septiembre y diciembre a 44 personas partidarias de la independencia frente a siete que no lo eran. Algo similar se refleja periódicamente en otros programas como Tot es mou y FAQS donde las opiniones que predominan son siempre de enfrentamiento en lo que respecta a la relación Cataluña/España y en la que las voces que apuestan por la convivencia y el diálogo, valores que la televisión pública de Cataluña debería defender según la misión que le ha sido encomendada, brillan por su ausencia.
En las últimas semanas vimos también como TV3 modificaba su programación para emitir ocho documentales sobre el juicio del procés en el que 41 de los 37 entrevistados afirmaban que el juicio había sido un montaje y que los procesados no habían cometido ningún tipo de delito. Esto, a pesar de que desde 2013 el CAC constata que nuestra televisión pública emite contenidos sólo con este punto de vista sin equilibrarlos con otros. Por ejemplo, el punto de vista de los catalanes y catalanas que les gustaría que la relación entre España y Cataluña, pero también entre la ciudadanía catalana, se resituara a través del diálogo, poniendo sobre la mesa aquellas cosas que nos unen (la necesidad de salir de la crisis y superar la pandemia, por ejemplo), en vez de aquella que nos separan (la autodeterminación). Sin embargo, tenemos una televisión pública que se coloca siempre al lado de unos y se olvida de las personas que aspiran a una sociedad que no exalte siempre el agravio y el conflicto.
En su libro El oficio de vivir, de enseñar, de escribir, Pietro Polito recoge unas reflexiones del filósofo Norberto Bobbio donde éste recuerda que la falta de diálogo es la esencia de la guerra que busca no conceder al otro la posibilidad de hablar. La primera condición para el diálogo es el respeto y comprender lealmente lo que el otro dice, nos recuerda Bobbio. Esto debería ser fundamental en una televisión pública: dar argumentos para el diálogo y no para el enfrentamiento. ¿Por qué no una serie documental de ocho capítulos donde 41 de los 37 entrevistados aporten sus razones para avanzar en el entendimiento?