Caer en las trampas semánticas del secesionismo ya viene sido una costumbre avanzada de esa izquierda que --por unas u otras razones-- cede siempre. Ahora, tan solo el temor histórico del PSOE a la división interna --desde los tiempos de Indalecio Prieto y Largo Caballero-- ha podido pesar más que el descontento de tantos socialistas ante la concesión de indultos a quienes delinquieron para proclamar una república catalana independiente. Después, ver como los indultados salían de la cárcel para soflamar de nuevo a su público ha sido un “shock” para quienes habían creído que --según dijo el presidente del Gobierno-- se trataba de desinflamar o, en una finta sanchista memorable, volver al perdón después de la revancha.
Recién salidos de la cárcel, los indultados han proferido sus eslóganes contra el Estado con una nueva agresividad. Analistas de buena voluntad suponen que eso no es más que espuma, la espuma necesaria para que ERC desactive a JxCat. Hay en ese argumento mucha desmemoria: ERC estuvo en contra del Estatut maragallista, dinamitó la capacidad de gobierno de los tripartitos, se fue a cambiar cromos con ETA y recientemente impidió la convocatoria de unas elecciones autonómicas después de la declaración de independencia. No hubo mejor aliado para aplicar el 155. Ese es el sistema genético de ERC, un partido nacido para la disrupción y para generar desgobierno. Lo decía uno de sus miembros históricos, tan desengañado y harto, como Josep Tarradellas.
Un especialista en ambigüedades y deslealtad como Oriol Junqueras habrá sonreído al saber que en la justificación del indulto se aducía “su peso indiscutible en las relaciones entre Cataluña y España”. Tiene algo de sarcasmo. Si lo que el gobierno pretendía --como argumentó-- era incentivar la concordia entre catalanes en realidad ha logrado algo muy distinto: aquella ciudadanía que desea la permanencia de Cataluña en España porque, entre otras cosas, es lo mejor para Cataluña, incluso si quiso creer que indultar reduciría la confrontación introducida por el independentismo, difícilmente puede aceptar que alguien como Junqueras sea indispensable a la hora restablecer la convivencia.
¿Le veremos en la mesa del diálogo, como un presunto Mandela? Es dudoso que Junqueras sepa lo que es el Estado aunque ha podido comprobar la fortaleza del Tribunal Supremo. Ahora, salvo error u omisión, podrá constatarse con el Tribunal de Cuentas. Ciertamente, Oriol Junqueras es indispensable para escenificar el diálogo según Sánchez pero más bien es políticamente prescindible si se trata de sustentar el Estado de Derecho.