Vivimos en una sociedad tan enferma que aspiramos a que una ley publicada el 18 de junio de 1870 nos ayude, de igual manera que los enfermos desahuciados se aferran a terapias alternativas. Ya tenemos indultos, tanto para los que lo quieren como para los que no, aunque el único que parece sincero cuando dice que no lo quiere es el presidente de Omnium Cultural, empeñado en pasar a la historia como el protomártir procesista, aunque haga lo que haga ese papel se lo otorgarán el 130 y su vice.
Ojalá sirvan de algo y nuestra sociedad retome la cordura y la armonía que nunca debió perder. Es hora de pasar página de verdad y de reconstruir una sociedad en caída libre. El populismo que nos azota desde hace años nos mantiene colgados de los símbolos y hace que todo esté cada día un poco peor, en especial en una Barcelona que agoniza. Por eso la sociedad en su conjunto ve en los indultos el inicio del cambio.
A partir de ahora la entrega de los premios Princesa de Girona debería ser “normal”, lo mismo que la cena de inauguración del Mobile. Porque normal tiene que ser que el Jefe del Estado presida los actos que considere oportuno en una comunidad autónoma más y que sea recibido por el President y la alcaldesa en lugar de jugar al gato y al ratón como niños malcriados que en el fondo quieren estar pero les da vergüenza que se note. Si lamentable fue la ausencia del entonces President en funciones cuando se anunciaron las inversiones en la electrificación por parte de Seat, patético ha sido el comportamiento infantil en torno a la inauguración y clausura de las jornadas del Círculo de Economía. Ojalá estas auténticas tonterías queden en el baúl de las malas anécdotas, aunque visto el “éxito” del acto del Presidente Sánchez en el Liceu al que faltaron tanto el Govern como la presidenta del Parlament, pero se adornó con las ya típicas protestas, la política de, --feos--, gestos no ha acabado.
Los nueve presos salen a la calle y lo peor habrá pasado para ellos y sus familias aunque seguirán inhabilitados durante bastantes años más, lo que en el fondo les impedirá volverlo a hacer ya que su delito no fue opinar, nunca lo ha sido, sino usar su cargo político para encabezar una revuelta que trataba de saltarse el orden constitucional. Es cierto que si el articulo 155 se hubiese aplicado tras la aprobación de las “leyes de transitoriedad” no hubiese pasado casi nada, pero como no se actuó a tiempo los gestos no se tornaron en tragedia por puro milagro y, sobre todo, porque somos una sociedad acomodada y los burgueses no están para revoluciones que impliquen un coste real.
Seguro que veremos y oiremos a la mayoría de los presos cuando estén en la calle hasta la saciedad, pero en Lledoners quedan cerca de 700 presos y unos 400 funcionarios cuya vida volverá a ser un poco más tranquila porque sin duda los siete presos varones han generado un trasiego de visitas, periodistas y curiosos nunca visto en el centro del Bages. Los presos de los ocho módulos de la prisión aspiran a que las pequeñas ventajas que algunos piensan que acompañaron la llegada de quienes ahora abandonan el centro penitenciario se mantengan para toda la población reclusa. Hay quien ambiciona que la calidad de la comida tras mejorar no empeore, que los microondas instalados coincidiendo con su llegada no se retiren, que el artículo 100.2 se siga aplicando con la misma profusión que en los últimos meses, que la progresión de grado no requiera ni de un plazo mínimo de la condena ni de reconocimiento del hecho delictivo ni de arrepentimiento del mismo y sobre todo que los regímenes de visitas, llamadas y permisos sean tan flexibles como los que han gozado los siete de Lledoners.
Solo el tiempo dirá si los indultos servirán para mejorar nuestra sociedad, pero al menos que no empeoren la ya difícil vida del resto de presos de Lledoners.