Una de las reivindicaciones históricas de Cataluña es contar con un aeropuerto de primera en Barcelona, imprescindible para una ciudad de servicios como la nuestra. Hace 14 años, en marzo de 2007, fueron varias las entidades que convocaron un acto en el IESE para reclamar una mayor inversión en el aeropuerto. Pese a quien le pese, entre ellos a uno de sus protagonistas que en estos años ha mudado de diputado del PSC a imán independentista, aquel acto sirvió para evolucionar el modelo de gestión del aeropuerto y, sobre todo, para darle un gran impulso, tan grande que se nos está quedando pequeño de nuevo.
Visitar hoy el aeropuerto Josep Tarradellas es encontrarse todavía con una infraestructura aletargada pero que, --esperemos--, en cuestión de meses volverá a llenarse y si se recupera el tráfico aéreo de antes de la pandemia necesitará sí o sí una nueva ampliación que le catapulte como gran aeropuerto internacional si quiere pintar algo en el cielo europeo. En el IESE era la sociedad civil la que reclamaba inversiones al gobierno de España. En el acto de Esade ha sido de nuevo la sociedad civil, todavía más representada que hace 14 años, la que reclama a las administraciones más próximas, Generalitat y, sobre todo, Ayuntamiento de Barcelona, que no ponga palos en las ruedas a una inversión que está concedida. No hace falta dinero, hace falta dejar de hacer demagogia.
Hablar de decadencia de Barcelona es un lugar recurrente que solo nos lleva a la melancolía. Tenemos que pelear contra ella y ese es el sentido del encuentro en Esade organizado por más de 200 entidades. Aena está dispuesta a invertir 1.700 millones para dar un nuevo empujón a nuestro aeropuerto y la ineptitud que reina en nuestro ayuntamiento le hace ascos. Se trata de 40.000 puestos de trabajo directos y 116.000 en total, que genera un 6% del PIB de Cataluña y un 8,7% del de Barcelona.
Los números son de escándalo y se han publicado en varios lugares. Pero es que además significa un impulso decidido a la internacionalización y a los vuelos de largo radio. Conectar Barcelona con el mundo no tiene precio para una ciudad que vive del turismo, sea vacacional, sea de congresos. Gracias a los cruceros, otra industria maldita para quienes nos malgobiernan, hay vuelos directos hacia muchas ciudades estadounidenses. Quienes tenemos que viajar por trabajo sabemos la enorme diferencia de realizar un trayecto transcontinental con o sin escalas.
El turismo necesita un buen aeropuerto, pero también lo necesitan los congresos y las escuelas de negocio, o si queremos contar con sedes europeas de multinacionales. La ecología no puede ser un freno porque, afortunadamente, contamos con medios para minimizar el impacto de una infraestructura moderna. Aena tiene planes de descarbonización muy potentes y los fabricantes de aviones están también inmersos en una carrera para reducir tanto las emisiones como el ruido. Cuando la ampliación se inaugurase, en 2030, seguro que los aviones generarán menos emisiones y ruido que ahora en una evolución imparable.
Solo desde la indigencia moral e intelectual se puede comprender planteamientos tan retrógrados que dañan no solo el presente sino el futuro de una ciudad que se desangra sin que parezca que le importe mucho a sus ciudadanos. El Estado, a través de Aena, quiere invertir 1.700 millones y hay que desenmascarar a quien se esconde tras unos patos para poner en cuestión un modelo de ciudad y de sociedad. No se trata de preservar la naturaleza, ni de reducir la contaminación o el ruido, todo tiene soluciones técnicas, se trata de afianzar la decadencia de Barcelona.
Riqueza y globalización riman muy mal con los esfuerzos de llevarnos a la Edad Media de parte del Govern y, sobre todo, del Ayuntamiento de Barcelona que solo quieren enrasar por lo bajo. Barcelona, que ha sido un referente mundial, cada día está más irreconocible. Esperemos que el nuevo Govern sea sensible al clamor de nuestra sociedad.