A la tercera va la vencida. Pere Aragonès será investido hoy presidente de la Generalitat en la sesión de investidura que se inició ayer con un discurso breve del candidato, en el que, además de anunciar la aprobación de 11 leyes y avanzar algunos proyectos sociales, dedicó buena parte de su intervención a repetir la retórica vacua del independentismo sobre la Generalitat republicana, la República catalana, la independencia, la autodeterminación y la amnistía. También hubo muchas referencias a la “represión” del Estado. El independentismo llama “represión” a lo que en la mayoría de ocasiones no es más que la aplicación de la ley. Hasta se llegó, por parte del representante de Junts per Catalunya, Albert Batet, a culpar al Estado del fracaso que representa estar tres meses negociando para conseguir después un acuerdo en un fin de semana.
Batet se refirió más que nadie a la cifra mágica del 52% de los votos supuestamente obtenidos por los independentistas el 14 de febrero. Habló hasta del “Govern y del Parlament del 52%”. Pero la realidad es que los tres partidos independentistas presentes en el Parlament --ERC, Junts y la CUP-- obtuvieron el 48,01% de los votos y ni siquiera sumando, no ya los sufragios del PDECat, sino también los del Partit Nacionalista Català o los del Front Nacional, se alcanza el 52%, sino apenas el 51%. La cuestión no tendría importancia si no fuera porque lo del 52% se ha convertido en un mantra o en una especie de profecía autocumplida y porque, además, ese 52% --“el apoyo al independentismo más amplio de la historia”, en palabras de Batet-- representa poco más del 25% del censo electoral.
Lo que Salvador Illa calificó de “pacto de conveniencia” es sobre todo una muestra de la desconfianza que sigue existiendo entre los dos principales partidos independentistas, ERC y JxCat. Todo rezuma desconfianza por los tres meses de negociaciones, que incluyeron ultimátums incumplidos y hasta una ruptura cuando Aragonès anunció que ERC se preparaba para gobernar en solitario. La desconfianza se arrastra desde la legislatura pasada y es muy dudoso que toda la serie de divergencias y peleas ocurridas puedan resolverse en un fin de semana.
Dentro de dos años, según el pacto de ERC con la CUP, y que se mantiene en el acuerdo final, Aragonès se someterá más que a una cuestión de confianza a una cuestión de desconfianza, para comprobar si la mesa de diálogo con el Gobierno de Pedro Sánchez ha dado sus frutos. Pero, si la cuestión es si se ha pactado la autodeterminación y la amnistía, ya se puede avanzar que la respuesta será negativa y que el llamado diálogo habrá fracasado porque el independentismo parte de la premisa de que el diálogo solo habrá triunfado si se consiguen los objetivos máximos. Aunque Batet dijo que Junts trabajará para el éxito de la mesa de diálogo, no pudo por menos que admitir su escepticismo.
Otra muestra de la desconfianza es el conjunto de comisiones de seguimiento para ver si se cumple el pacto entre ERC y JxCat, que más parecen unas comisiones de vigilancia porque ninguno de los dos socios se fía del otro. El presidente del grupo parlamentario de Junts intentó enmascarar esta desconfianza con cantos a la unidad, solo unos días después de que el acuerdo estuviera en un tris de saltar por los aires.
La espantada de Elsa Artadi, a quien todo el mundo adjudicaba la vicepresidencia y el departamento de Economía, es otro signo de la desconfianza en el nuevo Govern. Su explicación de que renuncia a entrar en el Govern porque quiere dedicarse al Ayuntamiento de Barcelona, en el que es concejal, no tiene ninguna credibilidad. Seguro que hay razones que no explica, como su apartamiento de la fase final de las negociaciones, culminadas solo por Aragonès y Jordi Sànchez, o incluso motivos más profundos.
En esas negociaciones y en el acuerdo final hay plena coincidencia en que Aragonès y ERC han quedado debilitados porque, para conseguir la presidencia de la Generalitat, han cedido al partido de Carles Puigdemont los departamentos de más peso económico y social, algo que, en teoría, debería disgustar a la CUP y plantearle una cuestión de desconfianza, a o ser que, como Gabriel Rufián, los cupaires también crean que Junts ya no es tan de derechas.
Pese a ello, pese a que Junts ha resultado el ganador de la batalla, el hombre de Waterloo mantiene un enigmático silencio. Y no es porque no funcione su Twitter porque ha tenido tiempo de aprovechar la crisis migratoria de Ceuta para ponerse al lado de Marruecos frente a España y a la Unión Europea.